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Heridas de la “guerra sucia” en Jojutla El caso Victoria


Lectura 6 - 11 minutos
Libro Testimonios de Tortura... México 77.
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Heridas de la “guerra sucia” en Jojutla El caso Victoria


Libro Testimonios de Tortura... México 77.
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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En aquella cárcel nos asoleábamos por las mañanas corno reptiles somnolientos salidos de las profundidades de la tierra, despertando de un sueño oscuro perdido en el tiempo. La piel hongosa y sucia. Nuestros vientres fríos y diarreicos. Sin hablarnos, reprimiendo con dificultad un odio que quería escapar y que debíamos atragantarnos con él todos los días.

¿Por qué no dijiste todo?, SALVADOR CASTAÑEDA

Jojutla. En los momentos en que nos torturaban queríamos que ya nos mataran; lo mismo cuando torturaban a mis hermanos, les daban toques eléctricos o los ahogaban y golpeaban, y gritaban de dolor, deseábamos que eso acabará, que ya terminaran con sus vidas, que no sufrieran más.

Mi madre llegó a decir, mientras estábamos desaparecidos: “¡Quiero ver a mis cuatro hijos, no importa que los traigan muertos! ¡Quiero asegurarme de que ya no los van a seguir lastimando, que ya no van a estar sufriendo!”.

Esto relató Victoria Mendoza Salgado, oriunda de Jojutla, Morelos, residente en el País Vasco, España, en su más reciente visita a su tierra para arreglar cuestiones personales y académicas en varias ciudades de México y para dar continuidad a un proyecto de documental denominado “Asunto Inconcluso”, del director y guionista Oskar Tejedor, que aborda, en palabras de éste, una “historia acerca de la resistencia humana y nuestra capacidad de encarar la vida después de soportar eventos traumáticos como los crímenes de estado; heridas invisibles que nunca terminan de cicatrizar”.

Victoria explica que el documental está basado principalmente en su libro “Testimonios de Tortura... México 77” (Ed. Sigla, 2008), que escribió cuando terminó su doctorado en Psicología Social y su formación como Terapeuta Humanista Gestalt Transpersonal.

“En un Festival de Derechos Humanos Oskar Tejedor se interesó por el contenido del libro y decidió hacer un documental”, explicó.

En la casa de su familia localizada en el centro de Jojutla, Victoria recordó cómo sucedieron los hechos:

A mi hermana Eréndira y a mí nos secuestraron el 4 de agosto de 1977; yo tenía 17 años. Salimos de mi casa y fuimos a reparar una bicicleta en la colonia Emiliano Zapata. Eran unos hombres vestidos de civil, en un auto. Nos abordaron y nos dijeron que unos amigos nuestros habían tenido un accidente y nos necesitaban y que ellos nos llevarían. Nosotros subimos al auto y ya adentro nos dijeron que nos preocupáramos, que era un encuentro con la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Pero sospechamos de lo que estaban afirmando porque nos amordazaron, nos ataron las manos y nos vendaron los ojos; así permaneceríamos de ahí en adelante.

Nos estuvieron dando vueltas por varias horas por la ciudad, hasta que ya entrada la noche salimos de Jojutla y nos llevaron como a 20 minutos o media hora de allí, a una casa donde había un sótano al cual nos bajaron.

Adentro del sótano se escuchaban ruidos de autos, tráfico de la calle, y había un grupo de muchachos, uno de ellos nos dijo que nuestros captores no eran de la Liga, eran policías y nos iban a torturar.

-Ellos saben hasta dónde aguantamos, a nosotros llevan varios días torturándonos.

Contrario a lo que se pudiera pensar, a mi hermana y a mí esto nos tranquilizó un poco, al menos sabíamos quiénes eran esos tipos que, después nos enteramos, pertenecían a las llamadas “Brigadas Blancas”.

A los dos días, oímos que bajaron a dos personas más y reconocimos las voces de nuestros hermanos Xóchitl y Raúl.

Ahí permanecimos varios días, escuchando sus gritos y sus llantos cuando los torturaban.

Con posterioridad, a Eréndira y a mí nos trasladaron atadas de manos, amordazadas y vendadas, a los separos de la policía de Cuernavaca.

La tortura continuó. Nos interrogaron y nos obligaron a decir mentiras: que conocíamos a determinadas personas, el lugar donde se guardaban armas, etcétera; nada era cierto, pero querían involucrar a más gente y quería que nosotros confesáramos que andábamos en la guerrilla, asesinando a personas. Si nos equivocábamos nos pegaban y nos obligaban a repetir hasta que la grabación quedara como ellos querían.

En esos días, en tanto nos conducían por los pasillos escuché la voz de un hombre que hablaba inglés, daba indicaciones sobre la manera de ejercer infligir dolor.

Mientras estuvimos en el sótano oíamos ambulancias, ladrido de perros. Nos cambiaron de sitio, nos llevaban fuera del sótano y hablaban entre ellos para que escucháramos. Decían, por ejemplo: “¿A quién nos echamos primero?” todo eso era para provocarnos terror, y lo lograron.

Las formas de tortura incluían golpes en todas partes del cuerpo: cabeza, senos, estómago, espalda, toques eléctricos con picana en todo el cuerpo, en los oídos, en la lengua, en cualquier herida o cicatriz especialmente en las partes “nobles” de hombres y mujeres, atar a la víctima a una tabla y sumergirla al abrevadero hasta el punto de la asfixia, meterlos de cabeza al “pocito” que es un tanque de agua o en los excusados, colgar de los brazos a una viga, violaciones a hombres y mujeres, etcétera.

 

Salieron vivos

Eréndira y yo estuvimos 11 días cautivas y recibiendo castigos físico y psicológico; nos levantaron el 4 de agosto y salimos el 16 de agosto. No hubo registro judicial de nuestra privación ilegal de libertad y de la tortura.

Mi hermana Xóchitl estuvo secuestrada tres meses, mi hermano Raúl estuvo 3 meses en el Campo Militar número 1, en la Ciudad de México, después lo llevaron a los separos de la policía y de ahí a la cárcel de Cuernavaca en donde estuvo 3 años y a donde lo íbamos a visitar.

Mi hermano se sentía responsable y protector de nosotras, él quería recibir el mayor daño para que no nos tocaran.

 

Gracias a cartas abiertas de los padres

Nosotros seguimos vivos gracias a las cartas que mis padres y mi familia hicieron llegar a muchas personalidades y países, en especial a Amnistía Internacional, éramos presos políticos y se nos acusó de terroristas, guerrilleros, pedían 21 años de prisión para mi hermano.

Mi padre José Guadalupe Aguirre, era empleado del Banco de Crédito Rural, y mi madre Josefina Salgado Basave, maestra y en algún tiempo asistente del líder agrarista Rubén Jaramillo

En los años setenta mis hermanos Nelly, Raúl, Xóchitl, Eréndira, Josefina y yo escuchábamos a Silvio Rodríguez, leíamos a Engels y a Marx, admirábamos al obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, y formamos el Grupo Cultural Apatlaco.

En esos años el estado “desapareció” a mucha gente, arrojaban a las personas vivas o muertas, con piedras atadas en los tobillos, al fondo del mar o de los ríos, los incineraban en hornos crematorios clandestinos, los aventaban en el Pozo Meléndez o la Trompa del Diablo, que es un agujero sin fondo localizado en la parte norte de Guerrero.

Por aquella época, José López Portillo era el presidente de México, iría a España a recibir un premio o al algo, entonces mis padres y mi hermana mandaron una carta al Rey, para que abogara por la libertad de mis hermanos.

Hubo mucha gente solidaria, recibimos apoyo de muchas personas. Cuernavaca fue una ciudad en donde llegó una gran cantidad de intelectuales, en 1973 llegaron refugiados de Chile, y muchos se centraron en Cuernavaca, hubo muchos simpatizantes con los presos políticos, les llevaban libros, acompañamiento constante.

La “guerra sucia” tuvo su aparición en público con Gustavo Díaz Ordaz, el 2 de octubre de 1968, con la matanza de estudiantes en Tlatelolco, siguió con Luis Echeverría Álvarez y siguió con José López Portillo, Arturo Durazo Moreno, el Negro, era el jefe de la policía.

 

Contar para sanar

De acuerdo con Victoria, esa experiencia traumática dejó huellas a lo largo de sus vidas, cada uno tiene secuelas físicas y psicológicas, lo triste es que muchos no han podido contar lo que les pasó, y justamente para eso es el documental que se está filmando.

“En mi caso mi objetivo es contar lo que pasó. Mi libro y el documental son muy importantes porque estamos hablando por los que no puedan hablar, estamos dando a conocer algo que muchos jóvenes ignoran y que es importante que sepan de primera mano, de primera fuente”, explicó.

Victoria agradeció el trabajo que está realizando Oskar Tejedor, quien ha venido varias veces desde España a Jojutla a entrevistar y a levantar imágenes para el documental que realiza. Oskar tiene mucho trabajo como documentalista, entre sus películas se encuentran: “Ochumare, Orisha del arco Iris”, “Txalaparta, el eco de un pueblo”, “Balenciaga, permanecer en lo efímero”, “Cuidadores”, “Compañeras de viaje”, “Cendrillon, en route pour Versailles”, “Notas en Movimiento” y “Director Z, el vendedor de Ilusiones”, entre otros.

Oskar continúa recabando fondos para la realización del documental.

 

La guerra sucia en México

En el ensayo “Reconstruyendo la guerra sucia en México: del olvido social a la memoria colectiva”, Jorge Mendoza García explica que entre los años sesenta y los ochenta del siglo XX, en México actuaron distintos grupos guerrilleros, y que no obstante perseguir distintos fines confluían en el uso de las armas como mecanismo para provocar los cambios deseados.

Así, hubo organizaciones armadas en el campo, que recibieron la denominación de guerrilla rural, cuyos casos más ilustrativos fueron Lucio Cabañas y su Partido de los Pobres (PdlP), y Genaro Vázquez y su Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR). Otros grupos actuaron en las principales ciudades, y se les conoció como guerrilla urbana, siendo el caso más representativo, por su desarrollo y presencia en 23 estados del país la confluencia de distintos grupos en la llamada Liga Comunista 23 de Septiembre. Con su actuación, los grupos armados, tanto rurales como urbanos, cubrieron una buena parte del territorio nacional; lo mismo hicieron acto de presencia en el norte que en el centro o en el sur. Y no obstante haberse manifestado alrededor de 40 organizaciones armadas, las distintas expresiones guerrilleras no fueron reconocidas como tales, y en consecuencia el Estado mexicano actuó.

Ante el surgimiento y expresión de las agrupaciones armadas, el gobierno mexicano respondió con balas, esto es, que antes de pensar en darle solución a sus exigencias “atajó” el problema por la vía violenta.

Los mecanismos que utilizó para ello no fueron los más adecuados ni los más impolutos posibles. Al contrario, echó mano de métodos que se han denominado como sucios, de ahí que se hable de una guerra sucia de parte del poder mexicano al momento de responder a las acciones y demandas de los grupos armados. Esta guerra sucia se despliega desde los años sesenta, pero se acentúa en los setenta y se extiende a los ochenta.

Y en el ensayo La tortura en el marco de la guerra sucia en México: un ejercicio de memoria colectiva, el mismo autor explica que mostrar a los demás, a algún familiar, que a alguien se le torturaba generaba terror, pánico. Anunciar o dejar escuchar la tortura a quienes se encontraban detenidos era también terrorífico, fulminante. El tiempo de espera para la tortura propia era paralizador. Es ese terror practicado, destinado a que quien mira o escucha se atemorice, incluso antes de ser violentado. En ese sentido, la intención de los torturadores era clara: inculcar miedo, mucho miedo. "Cuando sacaban a alguien de su celda, los ocupantes de las demás sentían cómo sus corazones latían acelerados, sus bocas se secaban y su respiración se reducía al mínimo"; cuando se interrogaba a un prisionero la música cesaba, para que así se escucharan los gritos de dolor del torturado: "En los primeros días de mi arribo, llevaron al sótano, proveniente de otro lugar, a un joven educado (así lo evidenciaba su modo de hablar) a quien nunca vi, pero que fue sumergido de cabeza varias veces dentro de un tambo de acero lleno de agua hasta matarlo por asfixia [...] alguno de los torturadores dijo: 'Este pendejo ya se fue'".

 

Oskar en el gimnasio del parque Cri Cri en Cuernavaca.

Oskar y Victoria. Foto: ARCHIVO VICTORIA MENDOZA.

Victoria Mendoza Salgado.

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Máximo Cerdio

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