Comer es gusto, placer, encanto, vicio, magia, recreación, aprendizaje, voluntad, capricho, compasión, caridad, búsqueda, trascendencia, incluso satisfacción del hambre. La columna pasada hablaba de mi paladar universal, hoy detallaré ciertos aspectos.
Las papilas distinguen: dulce, salado, ácido (agrio), amargo y variables como lo agridulce u otras sensaciones. En mi caso, no percibo más, solo disfruto de casi todo. Tu paladar actual depende de tus genes, de cómo fuiste educado y de la cultura donde creciste, además de lo que hayas agregado por tu cuenta. No tiene el mismo resultado quien solo es estimulado por unos cuantos sabores, que quien disfruta de una amplia diversidad.
Parece que comer no es más que una necesidad arbitraria de la naturaleza, pero tiene implicaciones más allá de la digestión. Es un acto psicosociocultural, con repercusiones en nuestra salud, aspecto y conocimiento del mundo. Mientras más sepas de comida, mayor será tu comprensión de lo que llamamos realidad, reflexiónalo.
Nos levantamos pensando en qué desayunar, vamos viendo lo de la comida, si preparamos o pedimos, para llegando a la noche repetir la operación. Somos esclavos de nuestra supervivencia, debemos encargarnos de ingerir alimentos tres o cuatro veces al día, a riesgo de enfermarnos o morir si abandonamos dicha costumbre.
Difícil condición humana; aceptándola sin más, solo queda disfrutarla. Esclavitud suculenta si dejas de comer chatarra y te preparas algo rico. Me parece interesante siempre estar dispuesto a probar cosas nuevas, aunque comprendo que hablo desde mis privilegios. Quienes se limitan a lo que ya conocen (pudiendo ampliar su gusto) me parecen tan aburridos, pero cada quien, uno quién es para juzgar, total, si no quieren, pues no, ya sabes que la gente es luego así bien quién sabe cómo.
Me gusta la combinación de sabores, un platillo con dos ingredientes sin más complementos no suele emocionarme; los que ofrecen variedad y complejidad para vista, olfato y paladar, sí, se agradecen. Vale la pena dejarse sorprender y seguir probando. Y no hace falta salir de tu ciudad o cambiar de súper o mercado, es cosa de intentarlo. Puedes comenzar probando un sabor o cosa nueva al mes.
Por mamá agarré gusto al vino tinto, el jamón serrano, el queso azul y las gorditas fritas, que aún consumo. De papá: tacos de cabeza bien diferenciados: cachete, ojo, cuajo, trompa o sesos; también de carnitas: buche, nana, barriga. Uno hereda ciertas manías glotonas de sus progenitores. Gracias por eso.
Las chilangadas siempre me alegran: pambazos, buñuelos, tacos de riñón o moronga, esa curiosa combinación llamada nenepil, flautas de carne de perro, caldos de gallina, tortas de chilaquil, tacos de muerte lenta, etcétera.
También hay pasturas finas y cositas verdes que me deleitan, harto queridas por los veganos: quelite, alcachofa, palmito, aceituna, nopal, ejotes, chayotes. Sobresale el pápalo, sublime producto del padre naturaleza para maravillar nuestros hocicos comelones, una comprobación de que dios existe (si acaso existe).
Mi fruta favorita es la cereza, luego vienen, en mi top ten: melocotón, tuna, chicozapote, capulín, pomarrosa, guanábana, coco, timbiriches y pérsimo. Experiencias diferentes en cada una, no dejes de probarlas.
En alimentos preparados, insisto: el pozole, cúspide milenaria del indigenismo azteca, de la dieta de la milpa, del ingenio mexicano, sobre todo en sus combinaciones posmodernas actuales. Chulada de plato, comida perfecta, alucinación gastronómica. Alabado sea el pozole my love forever.
Las nieves me gustan desde antes de nacer y hasta después de muerto, todas, cualquiera, sin importar el sitio y aún con gripa. El té lo descubrí grande y lo amé por lo sutil y bueno que es, me importa poco de qué sea, sin endulzante mejor, ¡salud!
De bebidas adultas sé poco, solo bebo cerveza desde hace 20 años y poco de vino. Tengo preferencias sencillas, aunque he probado de todo (vino de barrica, cerveza cruda, aguamiel, licores, pisco), prefiero la cerveza ligera, de poca graduación y el Cabernet Savignon.
Destaca el mezcal (que conocí recién por papá y Rocato), como la mejor bebida del mundo, en especial de Oaxaca y Guerrero, de alta graduación; experiencia intensa, exquisita, con una gama de sabores que mi paladar desconocía y aprecia, eso sí, siempre con respeto y moderación.
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