Muchas veces en los centros comerciales me he quedado embobada observando las pantallas y sus transmisiones en ralentí de vídeos en alta definición: una semilla desarrollándose, un águila desplegando las alas o una gota haciendo splash al caer sobre el agua. La habilidad de los fotógrafos, camarógrafos y directores me asombra, esa sensibilidad y experticia que tienen para amplificar las sensaciones con la tecnología me deja helada. La producción de los documentales recientes es una maravilla. Creo que siempre existen posibilidades de disfrutar de diferente manera combinando cosas que no habíamos imaginado mezclar y que pueden ser cambios en verdad muy sutiles.
Otra de las formas que he encontrado de deleitarme con este tipo de programas es poner música electrónica, elegir un documental de mis favoritos, bajarle todo el volumen, preparar un vaso con alguna bebida deliciosa, apagar la luz y disponerme a fijar mi atención en la magia de las sensaciones visuales y auditivas. Así todo lo demás desaparece.
Me emociona descubrir ese tipo de eventos fortuitos que por alguna razón extraña se me ocurren justo como cuando me sorprendo respecto a los animales.
A veces pienso que ya lo vi todo de ellos, pero después realizan otro documental que me deja con el ojo cuadrado.
Hace algunos años vi una historia que trataba de una leona rechazada que tuvo que aprender a cazar en los pantanos, cosa que no se había visto nunca. Estaba sola con sus cachorros y tenía que alimentarlos así que no se podía dejar morir. La técnica que desarrolló en ese ambiente hostil la llevó más allá de sus costumbres. Simplemente tuvo que modificar su pensamiento, cosa que casi siempre creemos imposible en los animales. Tiempo después el alimento en la zona tradicional de caza disminuyó y las otras leonas cedieron el liderazgo a la solitaria para que les enseñará a cazar como ella. La verdad ya no recuerdo ni como se llama, ni donde vi ese documental, pero me encantaría volver a disfrutarlo.
Algo así sucede con La isla de los lobos costeros. Obviamente lo que me atrajo del título fue la palabra lobo y el resto terminó de convencerme. Comienzan con la secuencia de una loba nadando en busca de alimento. Otro individuo solitario y rechazado que tiene que ingeniárselas para sobrevivir. Con la curiosidad de ese hecho tuvieron garantizada mi atención para el resto del video. Resulta que no sólo se habla de lobos sino de todo el ecosistema que interactúa en las costas de esta isla salvaje ubicada en Vancouver, Canadá el cual principalmente está sustentado por el océano pacífico.
El programa está dividido en tres episodios: primavera, verano y otoño. Encontramos a varios animales protagonistas con sus íntimas y crudas historias. Porque el drama amplificado no puede faltar si de captar nuestra atención se trata. A veces una frase o una imagen con la que nos identifiquemos es suficientes para que permanezca retumbando en nuestro interior por muchísimo tiempo, como en mi caso pasó con el documental de la leona solitaria. El guion de la narración toca fibras sensibles y logra que empaticemos con los animales como si de nuestras propias vivencias se tratara. Un punto clave es nombrarlos y verlos como individuos irrepetibles con personalidades y decisiones únicas, situación que es real, pero pocos de nosotros en el mundo lo vemos así. Creo que el primer documental que vi de este estilo en donde plantean ciertos paralelismos humanos fue El reino del suricato. Cada capítulo es una aventura que te deja intrigado para no querer perderte el siguiente.
En este tipo de producciones te encariñas sí o sí con los animales. Me sucedió con Skye y Rocky las nutrias; tan hermosas con sus rostros diseñados para enternecer, que es imposible no desear que sólo cosas buenas les sucedan. El corazón también se me estrujó, aunque de una manera diferente con las otras historias: con la osa Spruce y su búsqueda de alimento para sus oseznos, Hemlock y Surf, evadiendo al poderoso Brutus y la loba Cedar, la solitaria, desesperada por alimentarse para producir leche. El punto culminante de la historia para mí fue descubrir el tipo de interrelación que se desarrolla entre la loba alfa, Dagger y Cedar, un vínculo nacido de una extrema necesidad.
Algunos de los hallazgos distintos que muestra este documental son: a las marmotas hermanas Esmeralda y Bonnie compartiendo el amor del macho Ezequiel para asegurar su sobrevivencia. La manera en que sólo la presencia de dos lobos, un macho y una hembra, ahuyentan al oso Brutus, en pleno desarrollo de su fuerza, del cadáver de una ballena. O como el lobo alfa Jasper regresa a buscar, después de semanas, a su hijo Blaze que se retrasó debido a una lesión en la pata. El tipo de juegos con el que se divierten las orcas en las aguas poco profundas. La manera en que los huevecillos de los arenques se acumulan en los suelos y quedan al alcance, sobre el pasto y rocas después de la marea alta para servir de alimento prácticamente a todos. Incluso se hace referencia a como el mar nutre al bosque con los cadáveres marinos arrastrados tierra adentro, entre otros detalles maravillosos.
Hay documentales que están hechos para no olvidarlos y creo este es uno de ellos. Tal vez ya no recuerde el nombre de todos los que he visto pero muchos se han quedado forjados en mi memoria, sucesos peculiares respecto al comportamiento de ciertas criaturas, dignos de ser contados en una reunión entre amigos.
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