Para Juanita Zetina, que me inició en garnachería.
El antojito solo existe en el español mexicano. Quizás me equivoco, tú sabes más. Únicamente encontré sinónimos, en especial, aperitivo; pero el antojito no es aperitivo, ambigú, snack, entrada ni postre. El antojito es un fin en sí mismo: puede ser primer tiempo, plato fuerte, guarnición, topping, postre, todas las anteriores o ninguna de ellas. El antojito cuenta con ADN propio en la genética de la gastronomía pornográfica mexicana.
Ha explicado esto a una cantidad obscena de extranjeros y siempre lo disfruto. Dejo algo nuevo en sus mentes y en el registro histórico de sus papilas gustativas. La mayoría se enamora de México desde el hocico.
Por su categoría gramatical, antojito es sustantivo, cuya definición de la RAE es: “Pequeñas porciones de masa de maíz, cocinadas de formas diversas y acompañadas de ingredientes variados”, lo cual a todas luces es limitado, porque a mí me puede interesar algo hecho de harina de trigo, azúcar y aceite refinados; además, es una definición escrita con hueva, casi con asco: masa cocinada de alguna forma con cosas… tan ambigua como los mensajes de tu crush.
También es verbo —diría Arjona—: antojarse, según la misma realeza. No estoy de acuerdo, debería ser antojear: porque así se convierte en una la práctica, algo que se puede hacer, planear, motivar, recordar, con posibilidades ilimitadas:
Antojear incluye modos no verbales, bastante eficientes: como el gerundio: antojeando (mientras esperamos, vamos antojeando algo); y participio en dos formas: antojiso (estoy bien antojiso) o antojeado (me agarraste bien antojeado). Huelga añadir que la conjugación será regular, pero eso a nadie le importa; por ejemplo, esta combinación, que hace un verso: si se me hubiera antojeado una torta de tamal, estaríamos en la CDMX; pero se me antojeó un molote y acabamos en Puebla.
Porque, a fe cierta, lo que más se nos antoja a los mexicanos son las garnachas, que hay de todo tipo, aunque, eso sí, como diría la maestra Sofía Niño de Rivera, la mayoría no son más que tortilla, salsa, queso y crema. Se te puede antojear cualquier comida, pero no te engañes, casi nunca es algo saludable, o, a ver, dime cuándo fue la última vez que se te antojeó una ensalada de lechugas con queso de soya y aderezo ligero. Naaaaaa, no mientas.
¿Cómo encontramos los antojitos, dónde? En la calle. Aunque puedan hallarse en locales, es la investigación de campo lo que nos lleva a los mejores lugares, en especial si vemos que hay una luz tenue como nuestra salud mental, donde se retaca una horda de neuróticos antojadizos: ahí donde hay bochinche es chabocha la gacha garnacha que apapacha. Niégamelo.
Aunque, siguiendo con la poesía, afirmaré que los antojitos más bien viven en nuestra mente, habitan nuestros corazones, colman nuestra memoria y están casi siempre asociados con hermosos momentos, compartidos con nuestros seres queridos o que alguna vez quisimos y ahora odiamos. ¿Cómo reconocer un antojito? Sigue tu instinto mestizo y glotón, ahí es, no lo dudes.
El gozo del antojo jambado es enajenante, no tiene comparación, es más que la mera satisfacción física del gourmand, es una cálida caricia a las arterias, que podría darte mal del puerco, llevarte al coma diabético o influirte diarrea por días, pero es también un placer sublime, porque al tragar garnachas estamos haciendo patria, consumando nuestra independencia y reafirmando nuestras suicidas raíces mexinacas.
Su significado va más allá de ingredientes, procesos o impacto en boca: la garnacha antojeada es un aplauso a la vida, una celebración doméstica de la libertad creativa, un refugio de la soledad, el pináculo de la concupiscencia clandestina y dramática que nos arroba.
Mis antojitos favoritos: tacos callejeros, clacoyos, bombas veracruzanas, tacos ahogados guerrerenses, pozole, pancita pa crudos, enchiladas mineras y su majestad, el Real y Gran Taco Acorazado Morelense, patrón de los guayabos hambrientos y antojizos, incomparable manjar, delicia al paladar, cúspide de la gastronomía universal. Aplausos.
El antojito ofrece una amplia fenomenología en el especto de la contingente glotonería nacional, es único en el mundo, a la vez que vasto, necio y caprichoso, siempre en evolución, nunca extinto. ¡Larga y ancha vida a la garnacha!
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