¿De quién es el espacio público? las calles, avenidas, plazas, parques, los lugares de convergencia y el hábitat de la comunidad. ¿del ciudadano?, ¿de todos? o ¿acaso es del gobierno en turno?
A lo largo de muchos años, o quizá desde siempre, el espacio público ha sido lugar de encuentros masivos y de andanzas anónimas, de manifestaciones de descontento, pero también de celebraciones; es cónclave de la polis, nudo polisémico de identidad y arraigo.
Idealmente, el espacio público es de todos, y todos circundamos y ocupamos el territorio que habitamos, pero esta supuesta visión está supeditada a normatividades y reglas, a la ley, esa que acota qué es posible hacer y qué está prohibido, razones que determinan el desarrollo de una sociedad y la convivencia pacífica.
A pesar de ello, nunca dejarán de existir posiciones anarquistas y contestatarias. El espacio público también le pertenece al sector que quiere expresar su inconformidad, su rechazo a prácticas políticas o acontecimientos que desgarran a la sociedad, pues el establishment genera lugares acomodaticios, de confort; esos posicionamientos que confunden la paz por resignación, la convivencia por seguridad, el desarrollo por enajenación. Si los pobladores de una comunidad no reflexionan, cuestionan, disienten o señalan de manera crítica las políticas públicas y los modos que un gobierno ejecuta –o no– sus obligaciones, entonces sus miembros se convierten en consumidores pasivos; dejan de lado la posibilidad de expresar sus verdaderas ideas y posiciones, esas que no siempre convergen con las establecidas por los políticos y la política.
En esta perspectiva, las manifestaciones culturales y artísticas son excelentes herramientas de expresión, muchas veces de disenso. En ese sentido, el arte no es un lenguaje que busca exaltar algo o a alguien, tampoco pretende adornar o embellecer ese espacio público; el arte, en su búsqueda por encontrar nuevos elementos expresivos, busca señalar, desde la perspectiva personal de sus creadores, los acontecimientos y prácticas que dañan o perjudican a la sociedad y a sus miembros. Así, las expresiones artísticas que se realizan en el espacio público deben ser, también, el escenario de quienes piensan y sienten diferente, de quienes critican la tendencia de las mayorías, es decir, del mainstream.
Con estas reflexiones en mente el pasado 27 de noviembre asistí al Festival de Arte Urbano The Area 503, en Yutepec, Morelos. En él se dieron cita diversos personajes de países como Alemania, Francia y El Salvador, así como de ciudades como Puebla, Aguascalientes y México, entre otras. El interés que me llevó a ver de cerca los trabajos que presentarían los invitados por el municipio fue observar lo que ejecutarían en la intervención de más de 120 metros lineales de muros con el lenguaje del llamado grafiti, o, en voz de sus organizadores, Arte Urbano.
No es nuevo el debate sobre las diferencias que existen entre estos términos, pues si bien el grafiti nació como manifestación trasgresora y de inconformismo, de libertad anónima que busca apuntar o señalar hechos como la guerra, las violencias, la represión y la censura, el arte urbano es también una expresión que nace del interés por ocupar el espacio público en acuerdo o de manera consensuada para intervenir los muros exteriores con las expresiones personales de sus creadores, claro, siempre y cuando no transgredan el orden y/o ataquen las acciones del gobierno en turno o a personajes públicos. Y es obvio que no es lo mismo una cosa que la otra.
Aclarado esto, en el escenario de los muros intervenidos en este Festival, por personajes como TNT, DATER, ZHOT, NOBEL, BICJER, ABYS y SCAF, entre muchos otros, resultan expresiones sumamente personales, sin fondo, y en varios casos con escasa o nula cimentación temática. Es más, hay algunos que carecen incluso de mínimos elementos constructivos y de composición; son, en el mejor de los casos, muros decorados con figuras que más bien parecen animes japoneses o personajes de Disney que buscan embellecer una zona aledaña a la Plaza del Arte.
Celebro que se organicen este tipo de eventos, pero me pregunto dónde están los muros que tendrían que denunciar los graves acontecimientos que experimenta el estado de Morelos, dónde están las imágenes y voces que den cuenta del creciente consumo de drogas sintéticas, de la violencia hacia las mujeres, de los feminicidios; esas que tendrían que denunciar las políticas públicas caciquiles, el nepotismo, la falta de empleos, el pago de derechos de piso y el uso de recursos sin transparencia. Me pregunto por qué los jóvenes no aprovechan estos medios para señalar, criticar, demandar o cuando menos representar o ilustrar todo aquello que merma el desarrollo de los miembros de nuestra sociedad.
Morelos se llena de festivales, conciertos, exposiciones, escenificaciones, presentaciones de libros, eventos culturales que hablan de una población creativa, inquieta, y si bien hay que señalar que no todo es arte, y no todo responde a una representación reflexiva, sí nos plantea el reto a quienes consumimos estos eventos de colocarnos en una lugar crítico para reconocer cuando algo solo es el aderezo o guarnición de un platillo, y cuando en verdad nos topamos con un plato principal que nos puede nutrir o dejar algo qué pensar; es decir, que festivales como el Festival de Arte Urbano The Area 503, nos obligan, al menos, a reflexionar.