Hay un debate estéril sobre qué es más válido en México: la cultura popular o la llamada alta cultura. Lo primero es lo que muchos hacen (el pópulo). Lo segundo se entiende más en gente rica y/o educada. Hay pobres cultos; ricos ignorantes. Si existieran las clases sociales, no serían un factor importante. Es una pelea de perros y gatos, inútil y chocante.
La cultura popular tiene expresiones históricas, espontáneas, lo vemos de forma inmediata en la música y la comida, especialmente en los antojitos. Son expresiones surgidas en determinado contexto, que alcanzan el gusto o consumo masivo, por razones muchas veces inexplicables. Por ejemplo, la canción Gatita de la Bellakath, que no deja de sonar y hace sangrar los oídos de quienes “sí saben de música”. Es una patraña criticar el reguetón con los valores de la música clásica. Todo debe ser juzgado en sus propios valores, sentidos y significados.
Sobre la cultura más elevada vemos, sobre todo, que pretende la exclusividad, lo elitista, aquello que solo es apreciado por ciertas personas, muy pocas, que pueden valorarlo, consumirlo, presumirlo. Tenemos, exempli gratia, a los admiradores de la música de Silvestre Revueltas, quienes, asumiendo cierto refinamiento y una educación privilegiada, acusan de nacos o vulgares a quienes no tienen sus mismos gustos.
Es un desatino, principalmente, porque la cultura en México es vasta, diversa, heterogénea e incontrolable. Todo tipo de manifestaciones culturales, que nacen cada día, y que no sabemos a ciencia cierta en qué lado de la balanza terminarán. El ron Bacardí blanco fue considerado como barato y chafa, muy de las clases salvajes, pero ahora también es finísima bebida preferida por LA clase alta.
Más opciones vemos en la apropiación que se hace, desde un enfoque, de las expresiones nacidas en el otro lado: como cuando los blancos hacen de Los Ángeles Azules su soundtrack, o cuando el populacho toma para sí a los personajes de series de televisión dirigidas a otras personas, y hasta les ponen los nombres de los protagonistas a sus hijos.
También lo vemos en ricos (supuestamente cultos) que se inclinan por la comida garnachera y callejera, no propia de sus hábitos; o cuando la banda pone puestos de comida francesa o cortes finos en el tianguis del barrio.
Se me ocurre, entonces, hablar de lo popuculto: aquello que la alta cultura roba a lo popular, como préstamo o ya de plano plagio: quizás conoces personas altamente refinadas y educadas que fingen hablar con albures chafas o palabras de caló mal empleadas, todo por una pose, por decir que tienen barrio, cuando viven en un fraccionamiento privado. También existiría lo cultopopu: a la inversa, lo que la cultura popular toma sin pagar a lo culto. Busca ejemplos, no es difícil.
En ambas posturas hay una necesidad de expresión, de definir una identidad con la que nos relacionaremos con el entorno. Todos los mejicanos conocemos expresiones culturales habituales, en la alto o lo bajo, en los muchos y en los pocos; sabemos que hay compañías de ópera y combos reguetoneros, tortas de tacos de suadero y el Pujol, malls en Polanco y pulga en las periferias, crepas de Nutella y quesadillas de carne wagyu, Maná y Fernando Toussaint, series de narcos y el cine de González Iñárritu, mezcal y gomichelas, chocolate oaxaqueño y Nescafé. Somos una mezcla constante, un exótico maridaje, incomprensible a veces, pero necesario, autóctono, mexicano.
Hay temas que ambas posturas pueden reclamar, como el futbol, que el pueblo bueno y sabio gusta de consumir como pasión y catarsis, pero que los intelectuales ven como una materia fértil para el análisis social, la crítica política y la antropología doméstica. Juan Villoro, en Dios es redondo, parece intentar subsanar las diferencias entre ambas posturas. Los más puristas privilegiados dirán que es una tontería ver futbol, malsano entretenimiento para mentes débiles, mientras que las clases bajísimas no pueden permitirse dicha afición, por sus limitaciones.
México es cultura, siempre en acción, vivaz, propositiva. Somos un país de gran riqueza, mal haremos si seguimos distinguiendo forzosamente entre dos polos opuestos. Todo es cultura, cualquiera puede consumir y hacer lo que guste, tenemos libertad cultural, derecho al eclecticismo, necesidad de ser diversos, naquísimamente finos, refinadamente nacos. No sé tú, a mí me gusta de todo.
Sobre las clases sociales, mi columna de abril de 2021: https://launion.com.mx/morelos/sociedad/noticias/178817-el-escritor-y-las-clases-sociales.html
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