Sociedad

La vida de un pueblo en versos


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“Fue de los años cuarenta, / esto que voy a informarles, / frijol y maíz compraba, / a la familia Morales”.

Tlaquiltenango. Claudia Pozas Almanza me dijo que había hecho una selección de cuentos para el Alacrancito del sur y que yo fuera por ellos. Le agradecí.

El jueves 16 de febrero que pasé por su casa para recoger el obsequio me entregó la antología engargolada, con el título: “El baúl de la abuela” y una dedicatoria muy amorosa para el pequeño, pero además, me dio un fólder beige, tamaño carta, con una portada: “Colección de rimas de gente y lugares de Tlaquiltenango”.

Una vez que le di las gracias por estos dos regalos, me fui a la casa, y en cuanto pude leí lo que había escrito y me había querido compartir.

Es extraordinariamente raro que alguien se tome la molestia de hacer una selección de sus textos, los imprima, los engargole y te los dé con el solo interés de compartir.

Los relatos o cuentos que seleccionó para el Alacrancito son muy buenos: redondos, fluidos.

El poema largo en verso es extraordinario, tiene un valor que va más allá de lo literario.

En “La reina de las calaveras” (https://www.launion.com.mx/morelos/sociedad/noticias/213260-la-reina-de-las-calaveras.html), se consigna que Claudia tiene una organización discursiva muy completa y una extraordinaria capacidad de síntesis; su métrica es octosilábica y su rima asonante, preferentemente. Es aguda para extraer del personaje sus virtudes y defectos.

En 20 páginas y 132 estrofas del texto en verso, Claudia pasa lista a más de 130 personajes, oficios y negocios, que vivieron en Tlaquiltenango desde los años cuarenta.

Una parte de este extenso poema aparece en la red social en voz de la autora (https://www.facebook.com/samuel.velatorres/videos/376120901390659?idorvanity=255941919236396) con el nombre de “La gente de mi pueblo”.

En el texto escrito a máquina brota su estilo propio, su tono humorístico, y nos va contando como si la acompañáramos por las calles o estuviéramos sentados en la banqueta de su casa, tomando el fresco a su lado, sobre cosas o personas que existieron en la cabecera municipal de su Tlaquiltenango.

“Fue de los años cuarenta,/ esto que voy a informarles,/ frijol y maíz compraba,/ a la familia Morales.”

“De la "banda" de mi pueblo,/ que tocaba tan bonito,/ recuerdo a Raymundo Hernández,/ apodado el "Centavito".

“Le decían el "Camarón"/ y recordarlo, me encanta,/ era el mejor ‘Centurión’,/ que salía en ‘Semana Santa’.”

 

La juglaresa

Hay personas que nacen, viven y mueren y no son recordados ni por sus familiares o vecinos, hayan tenido o no la intención de que no se les olvidara.

En todos los barrios o comunidades existen hombres, mujeres, niñas, niños, animales que quedaron en la memoria del pueblo por alguna virtud o por algún defecto o por algo que dijeron o hicieron fuera de lo ordinario, para bien o para mal.

Por medio de la tradición oral, estos personajes y estos hechos se consignan, sin embargo, poco a poco se van perdiendo en los tiempos y en la desmemoria de las generaciones futuras.

Esta necesidad de contar (o de cantar) no es nueva, viene desde la prehistoria, cuando los grupos se reunían alrededor del fuego para contar cómo habían logrado vencer a la bestia.

En el medioevo, cuando los comerciantes se comenzaron a establecer alrededor de los castillos o de las propiedades del señor feudal, surgió la necesidad de comunicarse de un feudo a otro.

Alguien comenzó a llevar noticias de un sitio a otro distante y con el tiempo estas informaciones se adaptaron a versos y, más adelante, se acompañaron con algún instrumento musical.

Los datos en verso ya no contenían solamente cosas de importancia comercial, se cantaban hazañas de héroes, desgracias, milagros, acontecimientos raros.

El juglar (del latín jocularis, joculator, o 'bromista u hombre de chanzas') cantaba lo mismo para divertimento de los nobles, de reyes y para el público en general.

De esa tradición viene Claudia Pozas Almanza, una mujer que recuerda muchos acontecimientos de su Tlaquiltenango, de Morelos y de México. Algunos han trascendido y alcanzado el calificativo de hechos históricos, por ejemplo, sus anécdotas sobre los alcaldes que han ocupado la silla en la presidencia municipal y que ella tan bien ha caricaturizado en sus famosas calaveras.

Pero hay acontecimientos que sólo han tenido consecuencias dentro del pueblo, que si bien pertenecen a la historia interna, son tan importantes como los que trascienden más allá de los muros, porque esos hechos “menores” dan identidad.

Claudia podría hablar de tantas y tantas anécdotas durante horas y horas ante una sola persona o ante miles, y nadie querría que acabara de contar.

Pero esta mujer tiene conciencia de su persona y de lo que la rodea, y como poca gente, también tienen la necesidad de transmitir lo que ha visto.

Decirle al otro, comunicarle, es una acción que no cualquiera logra. Algunos lo hacen con su voz, como José José o como Javier Solís (El Señor de las Sombras), otros con su palabra, como José Alfredo Jiménez, Joan Sebastian o Juan Gabriel, algunos más a chingadazos, como el campeón Julio César Chávez, un poeta del gancho al hígado, un Inmortal, diría Eduardo Oreste Lamazón Del Soto (Don Lama). Claudia comunica escribiendo, pero la de ella no es cualquier escritura.

Claudia Pozas trasmite sus vivencias, su visión del mundo, de los otros, de su relación con los otros, de las relaciones de los otros, utilizando el lenguaje connotativo, porque no sólo tiene memoria para recordar fechas y nombres de personas y lugares, como lo pudiera consignar cualquier “cronista de medio pelo”; Claudia transmite, además, emociones.

Aquí, se actualiza lo que asevera Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus: “Die welt ist die gesamtheit der tatsachen, nicht der dinge”, o sea: El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.

 

La importancia de Claudia

El cronista e investigador Agur Arredondo Torres, en entrevista, explicó que mucho del trabajo de Claudia es crónica en verso, y al señalar personas, lugares y fechas se convierte en referencia y fuente.

Aporta fechas, lugares, nombres y contexto. Recrea y reconstruye un momento histórico. Sobre todo en sus calaveras.

Y abunda: el cronista existe por gusto propio. Investiga, preserva y difunde con sus recursos y a su propio ritmo y construye sus propios espacios para hacerlo.

Todo objeto y todo sujeto es susceptible de escribir acerca de él. Ambos son productos culturales. Pero el sujeto añade, a su vez, más producto

Y tanto el sujeto como su producto son temporales, se circunscriben a un tiempo o época, por lo que debe investigarse y registrarse su presencia. Eso dependerá del tema de interés de cada cronista.

 

Algo sobre Claudia, en voz de Claudia

“Soy la señora Claudia Pozas Almanza, nací en Tlaquiltenango, el 30 de octubre de 1941, soy la tercera de 12 hijos.

Como la mayoría de las familias de esos años, viví una situación de pobreza extrema, al grado que a veces sólo podíamos hacer una comida al día.

Aunado a esa situación, mis padres me hicieron pasa a temprana edad cosas horribles que he preferido sepultar en el olvido.

Esa vida miserable empeoraba con el vicio de mi papá que, además de no ser muy afecto al trabajo, se embriagaba muy seguido. Por esa razón, desde muy pequeña tuve que aprender a ganar dinero y por ende sólo estudié hasta segundo año de primaria.

A la edad de 13 años, me convertí en la primera trabajadora del balneario El Rollo.

En mis años juveniles trabajé principalmente de sirvienta, pero soñaba con llegar a algún día a ser apta para otro tipo de trabajos.

Por fortuna, a la edad de 18 años conocí al padre de mis hijas, un licenciado en Derecho. Él logró el milagro de hacer de mí una mujer diferente, transformó mi manera de pensar.

Como una esponja aprendí todo lo que me enseñaba. Aprendí a escribir a máquina, a elaborar oficios, y el hábito de la lectura.

Cuando él desapareció de mi vida, yo ya era muy diferente a la sirvienta que fui años atrás.

Con la firme convicción de sacar adelante a mis hijas, me convertí en la mil usos, para no sufrir las afrentas que padecía una mujer sola, y además muy atractiva, me vi en la necesidad de vivir con un hombre en unión libre.

Cuando mis hijas entraron a la escuela, era muy doloroso cuando algunos niños me preguntaban: ‘¿Maestra, me toca con usted?’ o cuando al inscribir a mis hijas me preguntaban mi grado de estudio y respondía: “segundo de primaria”.

Pero en mi afán de superación, me convertí en autodidacta, leyendo hasta el momento más de tres mil libros, lo que me ha permitido adquirir una cultura general muy amplia.

Cabe destacar que desde septiembre de 1969 vivo en unión libre con el señor Manuel Ramos Salgado, que es el padre de mis dos hijos menores.

En 1978 estuve pagando renta en Jojutla, por 20 años. Por tres años tuve alrededor de 20 abonados, vendía gordas, tamales y atole, fue una época agotadora, pero pude ahorrar para construir mi pequeña casa.

En febrero de 1982, por fin pude dejar de pagar renta. Y fue en ese mismo mes cuando pasaron unas promotoras del INEA a (invitarnos a) terminar la primaria o secundaria. Me inscribí en este curso, y cuando mi hijo menor tenía 15 días de haber nacido, presenté mi primer examen: en cuatro meses terminé la primaria y en siete la secundaria.

Cuando estaba estudiando la secundaria, di clases a adultos, varios jóvenes terminaron su primaria conmigo.

Asimismo, alfabeticé a tres señoras, además fui presidenta del Comité Pro Educación de los Adultos, en Tlaquiltenango hasta 1986.

En 1995 registré mi primer libro de poesía: “De mi vida para ustedes”.

Desde 1993 he escrito calaveras literarias, que han sido distinguidas en diversos medios de comunicación, y he participado en concursos locales y estatales.

Escribo, también, cuentos y relatos…

 

Casi un epílogo

A Claudia Pozas Almanza nunca nadie le ha pagado un centavo por escribir; su literatura es una reacción de lo que vive y piensa.

“Ser autodidacta y haber leído tantos libros de diferentes temas me ha permitido adquirir un criterio propio, aunque mi manera de ver las cosas me exponga a tener adversarios, nada ha logrado que deje de ser yo misma”, dijo hace unos meses en entrevista.

Tiene plena conciencia de lo que ha sido y de lo que es, de su capacidad de absorber historias y de su edad: 82 años.

En dos de las estrofas octosilábicas de “Colección de rimas de gente y lugares de Tlaquiltenango”, consigna:

Ya me quería despedir,/ pero olvidaba una cosa,/ si un buen sastre necesitas,/ pregunta por la “Panosa”.

Él se llamaba Gildardo,/ fue mi vecino por suerte. Era albañil afamado,/ lo conocían por “la Muerte”.

 

 

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