Perdió su salud y no tiene servicio médico ni retiro.
Martín Toledo desde 1986 empezó a trabajar como operador del transporte público y gracias a esta labor logró construir su casa; sin embargo, hace casi siete años cambió el volante por una libreta, por cuestiones de salud.
“Ahora soy checador, después de tantos años dejé el volante por cuestiones de salud; empecé a tener problemas de circulación en las piernas, dolor en la cadera y otros problemas que dan por el tiempo que pasa uno sentado y pegado al motor. Por eso me bajé de la ‘ruta’, porque empiezas desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche”.
Desde su experiencia -dijo- ser chofer del transporte colectivo es un trabajo cansado y estresante, porque no tienen tiempo ni siquiera para comer o hacer sus necesidades y así como llegan a la base tienen que salir otra vez a continuar con su itinerario.
Contó que en los 30 años que dedicó al volante vivió muchas anécdotas y la que más recuerda es el caso de una persona que durante el viaje sufrió ataques de epilepsia, por lo que detuvo su unidad y pidió ayuda a una ambulancia.
“Entré muy joven a trabajar y ahora a los 61 años de edad le pienso porque los años ya pesan, pero también pienso que si me salgo, ¿dónde voy a encontrar trabajo? Yo estudié la carrera técnica en máquinas y herramientas, pero me fui por lo más fácil porque quedé huérfano de papá y alguien tenía que trabajar”.
Después de 30 años dedicados al transporte -contó- su sentir es de tristeza, al descubrir que no tiene derecho a una jubilación. Por eso, cuando los jóvenes le preguntan cómo entrar a trabajar a una organización de transporte, su recomendación es que busquen empleo en una empresa donde tengan prestaciones de ley o por lo menos seguro social, puesto que los ingresos que se obtiene en la “ruta” no alcanzan para ahorrar.
“Yo no recomiendo ser operador. A mí se me fueron los años y ya no puedo ir para otro lado, pero a veces las situaciones te orillan”.