La “Venera José María Morelos y Pavón” es la mayor condecoración para profesionistas que otorga el gobierno del estado a los hombres y mujeres más ilustres en todas las disciplinas y áreas del conocimiento y desarrollo humano.

Por lo anterior, informo que he sido uno de los condecorados con el distinguido premio. A continuación, les comparto el discurso que escribí para el día del evento.

Muy buenos días a todos los presentes. Quiero ejercer mi discurso de la forma más honesta y personal, por lo tanto; no puedo comenzar esta mañana sin antes agradecer y felicitar a todos los involucrados que han hecho posible este galardón, por su visión y entendimiento de que el premio que ustedes han hecho, no solo con generosidad, sino sobre todo con calidad. Lo han hecho a la perfección y esta es una muy poderosa contribución para mejorar la calidad de vida de todos los morelenses.

Me permito agradecer también al jurado por su decorosa elección y, por supuesto, mi gratitud al señor gobernador Cuauhtémoc Blanco, que nos honra hoy con su presencia.

Hay momentos en la vida profesional y personal, que nos resultan complicados; momentos en que nos cuestionamos si estamos siguiendo el camino correcto o no. La semana pasada me encontraba en mi oficina junto a mi equipo de trabajo, en uno de esos momentos difíciles: teníamos un sinfín de proyectos por entregar, problemas que resolver y, sobre todo, dudas. ¿Es este el camino que debemos seguir? A veces la profesión nos pone a prueba y es cuando realmente debemos creer en nosotros mismos, para fortalecernos y para seguir inspirándonos. Estos premios llegan a tu vida en la fecha y hora en que lo necesitas, tiempos en que a veces uno no es lo suficientemente valiente para seguir adelante, sin embargo, recibimos una corta, pero esperanzadora llamada: señor Víctor, usted ha sido galardonado con la “venera José María Morelos y Pavón”.

No siempre uno entiende la magnitud del premio. Humildemente, he tenido la dicha de ganar algunos reconocimientos sobre arquitectura, pero nunca un galardón de excelencia profesional. Siendo honesto, la palabra “excelencia” me resulta hasta escalofriante; principalmente por el compromiso y responsabilidad que conlleva. Lo único que nos queda de hoy en adelante es servir y trabajar de la manera más excelente posible.

Aprovecho este espacio para emitir un mensaje, respecto a lo que a mí me compete aportar a la sociedad, a nuestra ciudad, y a nuestro estado; la arquitectura.

No veo a la arquitectura como una profesión ligada a las artes, aunque se le denomine como tal. La arquitectura es más que eso, es la herramienta más poderosa de cambio, nuestro trabajo es una tarea colectiva. No somos operarios de una disciplina, somos constructores de sociedad.

El desafío global de la urbanización es el hecho de que la gente está migrando hacia las ciudades de forma exponencial. Aunque parezca ilógico, son buenas noticias: la historia nos ha enseñado que la gente está mejor en las ciudades.

Pero hay un precedente jamás antes visto y es la forma en como la gente llega a la ciudad: la escala, la velocidad y la escasez de los recursos. Para el año 2030, cinco mil millones de personas vivirán en ciudades, pero dos mil millones estarán bajo la línea de pobreza. A pesar de vivir con las oportunidades que la ciudad ofrece, esta no pinta a ser democrática. El mayor problema que tenemos en nuestros tiempos es la pobreza y la desigualdad urbana; es bien sabido que el territorio de una ciudad se ha dividido cada vez más entre pocas manos; es decir, unos cuantos poseen demasiado terreno, ya sea por cuestiones económicas o de poder político, dejando las “migajas” a los millones de ciudadanos, provocando una fragmentación social del tejido urbano.

Cuernavaca y su población tienen muchos desacuerdos, pero en lo que coincidimos, es que tenemos un problema de inequidad. En Cuernavaca necesitamos democratizar a nuestro pueblo, a través de la igualdad de políticas públicas que prioricen al urbanismo, a la arquitectura y a la ciudad como un derecho; el derecho de todas las personas a habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar y disfrutar nuestra ciudad justa, inclusiva y segura, libre de discriminación; una ciudad que no etiqueta y que ve a todos sus ciudadanos como iguales, sin importar raza, sexo, edad, nacionalidad, cultura y religión.

Desde muy pequeño siempre me ha interesado la naturaleza de los hechos urbanos; lo que acontece día a día en el contexto el cual habitaba, cada aspecto, acontecimiento o hecho urbano era capaz de analizarlos, pero difícilmente podía definirlos. La arquitectura me dio la herramienta que necesitaba para determinar lo que hoy peleo “desde mi trinchera”: acercar la arquitectura, mi trabajo y mi filosofía a los más necesitados; porque creo firmemente que la arquitectura no es un servicio “de lujo”; sino una obra social que se trabaja con y para la gente.

Finalmente, me gustaría terminar con una frase del arquitecto chileno Alejandro Aravena, frase que hoy dedico a todos los galardonados, a mi madre, a mi padre que ya no está conmigo, a mis hermanos, a mi novia, a mis amigos y a mis colaboradores.

“Si crees en algo, debes ser lo suficientemente valiente para que, si las decisiones que tomas no siguen a la manada, puedas seguir adelante”.