Sociedad

La oscura noche del tecuán


Lectura 7 - 14 minutos
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La oscura noche del tecuán

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Tetelpa. Del 5 o 6 de noviembre de 1987 al año de 1996 o 1997, los tecuanes de Tetelpa pasaron por un proceso difícil; incluso, estuvieron a punto de desaparecer porque se quedaron sin guía.

Pablo Paredes Ocampo, pitero y coordinador de uno de los dos grupos de tecuanes que hay en el pueblo indígena de Tetelpa, contó partes de este proceso por el que pasaron los tecuanes.

“Lo que más de treinta integrantes del grupo de tecuanes tuvimos que hacer para que la danza no desapareciera no es mi historia personal ni del grupo, pertenece a la historia del pueblo y está en la memoria de esas personas y de sus familias. Fuera de pleitos, odios o fanatismos, fuera de cualquier reclamo, la danza permaneció en Tetelpa y en la actualidad continúa, eso es lo importante y en eso se debe resaltar”, dijo en entrevista.

¿Quiénes son los tecuanes?

En la parte externa, en la superficie, la visión española de la danza del tecuán es la representación de la cacería del tigre o del jaguar. El animal acechaba el ganado de un hacendado, por lo que pide ayuda a su caporal para cazar a la bestia; la danza representa esto y la búsqueda y cacería del animal.

Pero no es lo mismo la danza de los tecuanes en Tlatenchi que en Xoxocotla o Alpuyeca, incluso, en Tetelpa, en donde hay dos grupos de tecuanes; esto está muy bien, porque cada comunidad o cada pueblo tienen su propia versión de cómo ve el mundo y cómo se ven ellos mismos.

“Para el grupo de tecuanes que coordino desde hace 37 años, esta danza se relaciona con los chamanes y los nahuales, la visión profunda, del pensamiento mágico, de la cosmogonía del mundo antiguo está presente en el desarrollo de toda la danza, incluso más allá . El tecuán no es sólo tecuán en la danza, cuando se va a su casa y convive con su familia, en el trabajo, donde ande, lleva el espíritu del tecuán. Ser tecuán es una mística.

“Una de las responsabilidades que tenemos como tecuanes es pasar este conocimiento a nuestros hijos y ellos, a su vez, transmitirlo a las demás generaciones para que la tradición no se pierda; por eso la tradición ha permanecido. Mi hijo Diahngo aprendió de mí, y él pasará este conocimiento a sus generaciones, así funciona la tradición, por eso la danza y los sones son del pueblo, nadie le puede prohibir a nadie que toque o silbe los sones o que dance, porque son de todos”.

 

Renuncia nuestro guía

“Por ahí de 1982, me incorporé a un grupo de tecuanes que había existido desde el siglo pasado en Tetelpa. Éramos como cincuenta. Yo iba adelante, como rastrero.

“Después de las celebraciones de Día de Muertos, se levantaron las ofrendas y el grupo de tecuanes fuimos a ver, como cada año, al pitero y guía. Le hablamos desde la calle. Nos pondríamos acuerdo sobre las siguientes fechas en las que deberíamos danzar porque se acercaba el mes de diciembre, que es una temporada con muchas participaciones de los tecuanes. Entonces él salió y en la puerta de su casa nos dijo que ‘ya no voy a tocar’, y se metió. Eran como las nueve de la noche del jueves 5 de noviembre de 1987.

“Esta decisión a nosotros nos desconcertó, no esperábamos que dijera eso y, en silencio, estuvimos ahí, unos parados, otros sentados, cerca de su puerta, con la esperanza que saliera de nuevo.

En voz baja nos preguntamos qué iba a pasar, qué haríamos, nadie quería que se disolviera el grupo.

Guillermo Ortiz (en la actualidad es uno de los delantero, es el Mayeso) nos dijo: ‘si quieren vamos a la casa, allá en el corral platicamos’”.

 

La noche oscura

“Fuimos y nos acomodamos por ahí a la orilla del corral, frente a su casa. No había luz eléctrica, todo estaba oscuro, apenas se veían siluetas. Por allá brillaba la braza de un cigarro. Nadie hablaba.

“No sabíamos qué hacer, ya no había guía.

Alguien del grupo me pidió que tocara, yo respondí que no sabía. Insistió en que una vez me habían visto tocando con una flauta de juguete, de plástico. Yo respondí que no sabía tocar, que nomás hacía ruido.

“Guillermo Ortiz dijo que buscaría una flauta, para escuchar, y fue a conseguirla. Al rato llegó con una flauta de plástico, me la dio; luego agarró una cubeta vacía que servía para dar agua a las vacas y me puso enfrente. Uno de los compañeros me pasó un pedazo de rama: ‘¡Échale compa!’

“Temeroso comencé a soplar la flauta y a tocar el balde. Con mucho trabajo y muy desafinado, fuera de tiempo y sin coordinación, pude sacar parte de un son de avance, que no era para entrada ni salida ni toreada.

Las risas no se hicieron esperar. Los adultos guardaron silencio.

-Tú vas a tocar –Me ordenó Guillermo Ortiz.

Yo me quedé asustado y en silencio. Insistí en que yo no sabía tocar y que lo único que sabía era ese pedazo de son.

-Con eso nos vamos –dijo Guillermo”.

Mañana vamos a ensayar en tu casa, me dijo. Le expliqué que no tenía flauta, pero él me respondió que yo me hiciera una como pudiera. ‘Mañana ensayamos en tu casa’, insistió.

Como sombras caídas, nos dispersamos cada quién a su casa, a mí todavía no se me pasaba el susto, la emoción, el nerviosismo”.

“Se aproximaba, en diciembre, una de las festividades más importante del pueblo y jamás se había suspendido la danza del tecuán para la virgen.

Al día siguiente, fui a buscar carrizo y construí una flauta como pude. Le soplaba y nada, sólo chillaba. Por causalidad le eché agua y me di cuenta que humedeciéndola agarra mejor sonido. Y comenzó a salir un buen sonido mientras le soplaba. Luego me di cuenta que cuando comienzas a tocar es chillona, pero con la saliva que vas arrojando se asienta y toca mejor. Después de unos minutos, la flauta de carrizo da un sonido más claro.

Cuando llegaron a mi casa los tecuanes ya tenía yo una flauta.

Ya íbamos a ensayar, pero nos dimos cuenta que no teníamos tambor”.

Alguien dijo por ahí que Edgar, uno de los hijos de Teófilo, el Güero Zavala, tenía un tamborcito de cuero y que fuéramos a pedírselo prestado. Más de cincuenta tecuanes fuimos, todos juntos, a pedir prestado el tambor. Llegamos a casa del Güero, frente al kínder. Salió el Güero y le explicamos y nos dijo que su hijo estaba usando el tambor y que si queríamos el juguete tendríamos que llevar al pequeño. Nos llevamos a los dos. Ya en el camino lo convencimos que nos prestara el juguete y yo lo comencé a tocar. (Edgar y Fredy, su hermano, hijos del Güero, crecieron y formaron parte de los tecuanes por muchos años.)

Tuve muchos problemas con la flauta, no la pulí y me lastimó los labios y las encías”.

“Aureliano Marquina, ‘La Abuela’, me dijo: ‘Pídele a la Virgencita, dile que te ayude, es para ella’.

Entonces me encomendé a la virgen y comencé a tocar. Toqué un son y me salió.

Los tecuanes estaban ya formados y Guillermo me pidió la entrada. Yo no sabía qué hacer, porque sólo me sabía un son, entonces comencé a recordar cuando bailábamos tecuanes y toqué la entrada pero muy rápido, los danzantes no me podían seguir el ritmo. Yo no tenía coordinación con el tambor.

Me gritaban: “¡jala aire!” Y yo pausaba tantito.

Los tecuanes suspendieron la danza: se oía muy feo, me lo dijeron, y lo sabía yo también.

Se volvieron a formar, hice esfuerzo por controlarme y comencé a tocar, menos rápido que la primera vez, pero no estaba a ritmo. Fui alargando, pero no estaba yo en tiempo, ni con la flauta ni con el tambor.

Poco a poco fui agarrando el ritmo; así salió una de las partes de la Entrada de Flores”.

“Para alguien que nunca ha escuchado una flauta y un tambor, ni los sones del tecuán, ni los ha visto, tal vez resulte imposible tocar, pero nosotros llevamos ya la danza en la sangre. Desde niños llevamos el sonido del tecuán y el movimiento. En el pueblo, cuando éramos pequeños, jugábamos a ser tecuanes, nuestro cuerpo reacciona cuando escuchamos la flauta y el tambor. Imitábamos a los personajes, como un juego. A los doce o trece años formábamos parte de un grupo grande de niños que teníamos un pandero de cuero y danzábamos; no teníamos flauta, pero silbábamos los sones, los vecinos nos invitaban a sus patios para que tocáramos y bailáramos, nos daban galletas y cocacola. A pesar que de niño yo imitaba al pitero nunca pensé en ser uno, no me llamaba la atención, pero la necesidad me convirtió en uno. Cuando fuimos grandes, nos integramos al grupo de tecuanes y nos asignaron algún personaje.

Ensayamos un mes, yo tocaba todos los días, me hice otra flauta y otra, hasta que tuve una que me gustó. El primer año mi flauta era muy chillona. Tocamos el 7 de diciembre de 1987, en la iglesia de San Esteban, en la entrega de la ofrenda”.

 

El miedo y la Virgen

“El pueblo entero esperaba a los tecuanes, sentía que todos me quedaban viendo. En ese momento tuve conciencia de la responsabilidad que tenía encima. Sentí mucho miedo, estaba yo desconcertado. No sabía si haría el ridículo y se iban a burlar de mí. Me encomendé a la Virgen y comencé a tocar, después me fui metiendo más en la danza y cumplimos. Tocamos como hora y media o dos horas, nos seguimos todos los días, toda la festividad de diciembre, el 26 y el 2 de enero de 1988, que es la despedida de las danzas también.

Para ese entonces ya tocaba tres sones, teníamos la ofrenda, chueca y chillona, pero la teníamos.

Y conforme participábamos me iba acordando de otros sones y los compañeros también me decían: te falta esta parte de ese son, o de plano, eso no va así, sino así, y me silbaban o me tarareaban.

El viernes 2 de enero de 1988 el día fue muy emotivo para todos los tecuanes. Nos sentíamos muy motivados, muy contentos. De la incertidumbre de no tener guía y quedarnos sin pitero y pensar que hasta ahí había llegado la danza, pasamos a la felicidad de saber y sentir que podíamos continuar. En aquella época llegamos a ser casi cincuenta tecuanes; nomás de zopilotes eran como cuarenta. Puros hombres y niños.

Tuvimos la fortuna de que nos invitaran a danzar en muchos lugares y no rechazábamos ninguna invitación.

Nuestra primera salida fuera de Zacatepec fue el 21 de septiembre de 1988. Nos invitaron y fuimos a Tetecalita, a danzar, en Chiconcuac, en Xochitepec. Me sentí con mucha responsabilidad y me pesaba. Cuidábamos mucho que nadie se fuera a beber, que estuviéramos juntos y bien portados.

Cada que salíamos a danzar yo consagraba y hablaba con los muchachos, íbamos a danzar, con la fe, lo que le pasa a uno le pasa a todos. Había mucho respeto por el grupo, por los tecuanes en lo individual”.

Una de las experiencias más emotivas que hemos tenido en este grupo fue nuestra participación en 1993, en las festividades del Año internacional de los Pueblos Indígenas, en la Ciudad de México, en donde representamos a Morelos; fuimos 14 estados de la república mexicana, fue en Chapultepec”.

 

Le prohibieron tocar tecuanes

A finales del año 2000 y principios de 2001, tuvimos varias presentaciones en nuestro pueblo de Tetelpa. Recuerdo que yo tocaba temeroso por las calles, porque recibí amenazas de que si ejecutaba alguno de los sones me iba a llevar la policía federal. Los integrantes del Comité de las Fiestas Patronales llevaban machetes en las manos, eran armas para defenderse y defenderme: “¡Tú tócale!” me decían, y yo tocaba.

Cuatro meses antes, es decir, en julio del año 2000, recibí un citatorio del ayudante municipal, que debía presentarme al local que ocupa la ayudantía. Acudí solo, porque pensé que era algún requerimiento de algún trámite.

Allí me estaban esperando el ayudante y cinco personas más. Uno de ellos me dijo que tenía yo prohibido tocar y si lo hacía iba a venir por mí la Agencia Federal de Investigación (AFI), porque los sones eran propiedad de otra persona, que ya estaban registrado a favor de esa persona. Nunca me presentaron un solo documento, una prohibición o algún registro.

Yo les respondí que haría una investigación y le dije a al ayudante municipal que, así como me había citado, que debería citar a los estaban ahí, para darles los resultados que yo iba a obtener.

Regresé a mi casa muy enojado. Durante los cuatro meses siguientes me dediqué a investigar en las instancias federales algún registro de los sones de la danza del Tecuán: entre otros lugares, fui a al Instituto Nacional del Derecho de Autor, a la Comisión de Derechos Indígenas, lo que ahora es la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y tampoco me dieron alguna constancia.

En noviembre de ese año, por solicitud mía, vinieron a la ayudantía de Tetelpa tres funcionarios federales, un representante de la Comisión de Pueblos Indígenas, un funcionario de la Comisiona Nacional de Derechos Humanos y otro del Instituto de Derechos de autor.

De las seis personas que estaban en la ayudantía cuando me citaron para prohibirme que tocara, en esta ocasión sólo se presentó el ayudante municipal, y a él le dijeron los funcionarios que no había ningún registro de los sones de los tecuanes a favor de nadie y que no me podía prohibir tocar los sones.

Esta es mi versión de los hechos, que son parte de la memoria de los tecuanes y del pueblo indígena de Tetelpa. Hay todavía muchas personas que pueden dar testimonio de lo que he contado aquí”.

***

El 23 de marzo de este año, en la ayudantía municipal de Tetelpa, se realizó la ceremonia de graduación de hablantes del náhuatl clásico en la que participaron funcionarios de la Brigada de Educación para el Desarrollo del Rural No. 113 y del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas en Morelos.

Hubo dos cursos, el de “Introducción a la lengua náhuatl” y el de “Náhuatl clásico Avanzado”, Pablo Paredes Ocampo se graduó en este segundo curso, y en su intervención explicó que el grupo de tecuanes, que dio una exhibición previa a la ceremonia de graduación, se formó hace 38 años “por la necesidad de continuar con la tradición que nos heredaron nuestro antepasados, son aproximadamente 40 integrantes, descendientes directos de tecuanes, con el conocimiento de la danza y lo que significa, con el amor a la herencia. Los diálogos de la danza del tecuán son en náhuatl, y este idioma no se perdió porque jamás dejamos de hablarlo, al menos en nuestro grupo de tecuanes, que ha sido reconocido por realizar la danza más clara y completa.

Mural de Tecuanes en el Museo de Tetelpa y Zenón Ortiz.

Pablo Paredes en Chapultepec en 1992.

Pablo Paredes. Ensayo de los Tecuanes de Tlatenchi.

Pablo Paredes Ocampo.

Tecuanes en el Auditorio Teopanzolco.

Tecuanes en Chapultepec en 1992.

Tecuanes en Teopanzolco.

Tecuanes. Escena Barañado y tigre Tetelpa.

Tecuanes y Diahngo Paredes en Tetelpa.

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