Sociedad

La historia de Chato


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Jojutla. El concierto comenzaba a las 11:30 con el aullido larguísimo y delgado. Era como un verso de luz, grabando la delgada hoja de la noche.

Antes que el aire se le agotara, continuaba Sam, el husky de la vecina, lobuno y chillón, luego Max, el pastor alemán, y por último el Xolo.

-Ese perro es muy chillón. Pobre. ¿Qué tendrá?  Desde que lo trajeron se la pasa aullando por las noches. A lo mejor le duele algo.

-Está aullando poesía. Al rato se calma.

 

Los dos canelos

Cuando apareció por esta zona, andaba por acá y por allá, olisqueando, reconociendo terreno.

Pensamos que era uno de esos perros sin dueño que a veces pasan por la calle y se meten a los terrenos baldíos para atravesar hacia las casas de la orilla de la barranca de la colonia Nicolás Bravo; no tenía collar y se le veían heridas en la piel.

Pero luego vimos que había llegado con otro can. Los llevó un velador, que cuidaba por las noches la casa que están construyendo frente a donde nosotros vivimos.

Los dos eran canelos, casi amarillos. Uno era trompudo y con la cabeza alargada, joven todavía, el otro tenía la cabeza de pitbull, ya viejón.

-Le decimos Chato, es de la calle, nos siguió hasta acá –nos dijo el velador, como evadiendo la responsabilidad de alimentar y cuidar al ladrante.

Los albañiles trabajaban todo el día y por la tarde, se iban. Los sábados sólo hasta las dos de la tarde, y era día de pago, lo sabíamos porque ponían música alegre y bromeaban.

Nunca vimos que alimentaran a los perros, suponíamos que les daban agua y sobras de comida de lo que los obreros consumían.

Los perros andaban en la calle mientras los peones trabajaban en la casa y cuando se iban los perros se quedaban con él.

 

El aullante

Tres o cuatro meses después de que llegó el velador, el encargado de la construcción lo despidió por órdenes del dueño; se había pasado de cabrón con unos vecinos. El perro trompudo lo siguió, pero el Chato se quedó en la casa, como responsable de la vigilancia nocturna; fue desde ese tiempo que comenzó a aullar por las noches.

-Mira cómo se mete a la casa – le enseñé a mi mujer un video donde el perro, haciendo contorsiones, se metía de lado por uno de los espacios que queda entre uno y otro plafón del portón que, seguramente, será la entrada de la cochera.

 

 

 

 

Mi vecino

Chato me miraba del otro lado de la calle cuando yo llegaba o salía de la casa. No se podía acercar porque mi perro y los dos de los vecinos le ladraban con mucha fuerza desde adentro.

Un domingo por la mañana le llevé agua y croquetas del Xolo. Se las dejé en la banqueta, al lado de la casa en construcción, y me metí a la casa y desde el patio observé al ladrante.

El animal se aproximó al traste de agua y bebió, luego con precaución olisqueó las croquetas. Me veía y volvía a olerlas. Por fin se decidió y comenzó comerlas con voracidad.

Este fue el primer acercamiento que tuve con Chato. Después, cada que salía de la casa y cada que llegaba, me movía la cola y se acercaba a mi auto; los perros amenazantes le ladraban y gruñían, pero él se acercaba; muchas veces le llevaba pedazos de pan o tamal y se lo daba, él lo olisqueaba y no se los comía.

El sólo quería escuchar su nombre “Chato” y que le acariciara la cabeza. De muy cerca me di cuenta que es un perro de estatura mediana, su piel es algo escamosa, con cicatrices, quizá de sarna o de pleitos con otros animales; sus codos están desgastados y duros.

Tiene desviada la columna. Hay un hundimiento en su lomo, a unos 40 centímetros del cuello. Por eso cojea cuando camina y a veces levanta una de las patas traseras. Tal vez lo atropellaron o lo golpearon muy fuerte; la historia que puede contar este animal desde su piel y desde sus huesos no debe ser nada alegre.

He visto atropellamientos muy impactantes; algunas veces me he parado y con otros conductores hemos auxiliado a estos animalitos, otras veces ha sido imposible salvarlos.

Una vez, en Chinameca, fuimos a dar cobertura a un acto político en donde participaría Andrés Manuel López Obrador. Las calles estaban llenas y apenas se podía pasar. Un hombre abrazaba dentro de una tienda a un bóxer cachorro; el perro vio algo en la calle, se le soltó de los brazos, brincó y salió corriendo; una combi pasaba a exceso de velocidad y atropelló al cachorro. El dueño lo levantó en brazos, pero el animal sangraba por la boca y las orejas; se convulsionaba, luego quedó inmóvil.

-¡Que pendejo eres! –le dijo un transeúnte al conductor que tuvo que frenar porque varias personas le hicieron la señal de que se parara porque había atropellado al perro.

El chofer apagó el vehículo y vio que era un perro, y quiso continuar, pero varias personas le cerraron el pasó.

-¡Bájate hijo de tu pinche madre! ¡Al menos pídele disculpas al dueño! –le reclamaron.

El conductor cerró los cristales y se quedó adentro, sin hablar.

La gente comenzó a patear la combi, algunos le arrojaron piedras. El chofer prendió su auto y avanzó lentamente entre el muro de personas, que se tuvo que abrir.

 

Hábitos perrunos

Chato no se queda todo el día dentro de la casa o en la banqueta, algunas veces lo he visto muy lejos de la casa que cuida. Cuando he ido en mi coche, me he parado para gritarle su nombre, él se para y me mueve la cola, más al rato lo veo echado en su lugar de siempre.

Una tarde que le llevé agua y comida a la banqueta, me senté a verlo. Bebió todo y comió sus croquetas frescas, moviendo la cola; luego se acercó a mí para que le acariciara la cabeza.

Pasé mi mano por sobre su testa de tiburón ladrante, luego le acaricié la garganta. El levantó la cara y me vio con sus ojos de oro y su pupila de obsidiana; ahí, en ese gesto de amistad, de ternura y de confianza encontré los ojos de Kika, del Manchas, de Tobi.

Tuvieron que pasar más de ocho mil años para que el perro aceptara servir y amar al ser humano.

Las manadas fueron consumiendo lo que las hordas dejaban en el camino; luego permitió a estos animales que se quedaran a cierta distancia, hasta donde les arrojaban sobras.

El animal esperaba la comida, pero también protegía a quien le suministraba alimento.

Un día el hombre se dio cuenta que este “lobo” tenía muy buen olfato y podría perseguir a la pieza herida, y lo empleó en su favor.

Convertido en parte del grupo de caza, lo que ahora llamamos perro se fue ganando privilegios en el grupo, en la familia, en el corazón del Hombre.

En algunas pinturas rupestres de México y España se han descubierto escenas de cacería en donde participan perros; sin embargo, para estas fechas aún no tenían nombre.

El lexicógrafo de 1495 (Antonio de Nebrija, Vocabulario español-latino, Impresor de la Gramática castellana Salamanca, 1495) consigna ya la palabra canis, pero 116 años después el Diccionario de Sebastián de Covarrubias de 1611 (reproducido a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, O-73, en el Grupo: 1.- Diccionarios de los siglos XV-XVIII, del Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, Luis Sánchez) define al animal. Ésta es la entrada del mejor amigo del hombre a la realidad, a la existencia. La definición está todavía en castellano antiguo, en donde no importaba mucho la ortografía y había caracteres raros como el apóstrofe “Ç”:

“animal conocido y familiar símbolo de fidelidad y de reconocimiento a los mendrugos de pan que le echa su amo. De esta materia hay y libros enteros escritos con casos muy particulares. La etimología del perro declararemos por una pregunta que se suele hacer en las aldeas. ¿Por qué el perro cuando se quiere echar da vueltas a la redonda? Respóndele por vía de pasatiempo que anda a buscar la cabecera. El perro es de naturaleza muy seca y para echarse recogido no puede doblar el espinazo de golpe y así cada vuelta que da se dobla un poco hasta que a su parecer esté para poderse echar recogido y por esta calidad ígnea se le llamó perro, de ignis [fuego en latín]…

Sobre el origen del término, en el Diccionario de la Real Academia española de 1737, consigan que la palabra perro proviene del griego pyr que significa fuego, por ser estos animales de un temperamento seco y fogoso.

 

El “Amarillo”

El dueño de la casa, que todos los sábados llega con su familia a realizar labores porque ya quieren ocuparla, me comentó la semana pasada que cuando contrataron a los nuevos obreros que están realizando los acabados, el perro estaba ahí, echado.

“Amarillo”, que es el nombre que ellos le dieron a Chato, ve a los dueños como si fueran albañiles que entran y salen de la casa; él permanece en guardia, adentro o afuera, muy en su papel de vigilante.

-Ya ordené que le compren croquetas y le den agua, y a él ya le dije: si sigues aquí cuando vengamos a vivir a la casa, te voy a mandar al veterinario para que te dé una bañada y una arreglada completa.

 

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