Sociedad

Sanabria, un artista cuesta arriba


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La Ciudad de México, el estado de Morelos y el de México son vecinos, su convergencia fronteriza tiene más de dos rutas para comunicarse; algunas de las carreteras interestatales que los unen son autopistas, otras tienen dos carriles y no están en buenas condiciones. Para ir de Tepoztlán a Toluca se puede optar por atravesar la capital, o bien tomar el camino por las lagunas de Zempoala, en el que se cruza Santiago Tianguistenco. En la primera ruta la distancia es de 132 kilómetros y en la segunda de 108; sin embargo, el tiempo para recorrerlas es inverso, pues la más extensa implica un trayecto de más o menos dos horas, mientras que por la otra se hace media hora más, esto debido a las dificultades de vialidad y a los lugares que se deben cruzar, que en algunos representa zambullirse en el tráfico urbano.

        El martes pasado desperté a las cinco de la mañana, un taxi pasó por mí a las 5:40 y me llevó a la terminal de Tepoztlán en la que abordé el autobús de las seis de la mañana; cuatro horas y media después llegué a la terminal en Toluca de Lerdo, porque tuve que transbordar en la central del sur en la Ciudad de México, y eso me quitó un poco de tiempo. No reparé demasiado en ello, porque dormité a ratos y en otros leí de nuevo un maravilloso libro de Leonardo Padura. Ya en Toluca, mi primera escala, que fue la que me llevó de manera principal a esta ciudad, fue el taller de Ricardo Sanabria. Afortunadamente llegué a tiempo a mi cita, que era a las 12 del mediodía.

        Una casa de dos pisos con mucha iluminación natural es su lugar de trabajo; más de tres habitaciones se conectan con facilidad, y en una vi un gran tórculo y mesas auxiliares; en otra observé otro tórculo y algunos accesorios, y en la principal, que fue donde nos quedamos, había tres muebles con gavetas horizontales para guardar planos, que él utiliza para almacenar obras de arte en papel. Los muros están llenos de lienzos de tamaños diversos, aunque predominan los medianos y pequeños, y solo hay uno o dos grandes. Sobre una amplia mesa uno de los asistentes de Ricardo nos atendió con esmero y calidez; yo tomé un buen café y él agua mineral.

        Para mí, una entrevista significa un diálogo, hay otras con preguntas previas y protocolos diplomáticos, pero en lo personal prefiero conversar con mi interlocutor como si fuéramos grandes amigos. En este diálogo predominaron mis preguntas hacia él, aunque no faltaron anécdotas mías como regreso a experiencias suyas; es una suerte de empatía más que de egoísmo. Puse la mayor atención en lo que me decía y dejé que las preguntas emanaran de lo que él respondía a las anteriores.

        La conversación que sostuvimos duró más o menos dos horas. Ricardo es alto, robusto, de voz grave y firme, y en en nuestra charla descubrí que es un hombre con afanes diversos. Su experiencia en el mundo de la plástica es corto, sin que por ello se le pueda llamar joven creador, ni mucho menos calificarlo como emergente. Honestamente, no uso esta palabra que suele estar de moda, porque no aplica para lo que en verdad se quiere decir. Ricardo este año cumplió cuarenta años, y hace dos vivió una experiencia que lo tuvo al borde de la muerte; la pandemia le dio un duro golpe del cual salió triunfante, eso sin dejar de mencionar que durante su estancia en el hospital se convirtió en un exitoso traficante de gelatinas. Afortunadamente, y como consecuencia de su voluntad férrea por vivir, salió adelante; justamente esa actitud es una de sus virtudes: tiene un tesón que lo han llevado a dirigir sus pasos hacia lo que él quiere y anhela.

        Tiene estudios de ingeniería en más de dos escuelas, pero durante ellos no dejó nunca de sentir que su deseo se inclinaba hacia las imágenes, hacia lo visual; pero también hace caso a otros gustos y placeres, como las matemáticas, el deporte y la comida. Es un buen basquetbolista y jamás le dice no a un buen platillo. Por su inquietud hacia lo visual es que un día decidió inscribirse en una pequeña academia de españoles que descubrió en su ciudad; en ella fue discípulo de quien le enseñaría a dibujar de manera académica; esos fueron sus primeros pasos, que pagó con sus propios ahorros. Poco después tomó la decisión de entrar de lleno a una escuela profesional, e ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Toluca, que depende de la Secretaría de Educación del Estado. El plan de estudios que en ese entonces ofrecía la institución dividía las materias en apartados; es decir, o hacías grabado, escultura o pintura, y él se decidió por el grabado. Eso sucedió apenas hace trece años.

        Ricardo tiene otra valiosa habilidad, sabe hacer negocios, sobre todo ventas, y eso le ha permitido sobrellevar los altibajos desde que era niño, pues desde entonces vendía paletas, ropa, mazapanes y otras cosas, hasta que halló un nicho vendiendo papel. Ya como vendedor de De Ponte entró a un sector que le facilitó acceder también al mundo de la plástica y de los insumos que demanda: pigmentos, pinceles y lienzos.

        Sin duda la vocación que uno puede tener no siempre se descubre de joven; Ricardo fue desgranando su quehacer personal hasta que supo que la plástica era su vocación. Desde entonces se ha dedicado al grabado, a participar en coloquios y a relacionarse con artistas y maestros. Con apoyo de su familia pudo comprar su primer tórculo, y entre la escuela y sus negocios entró en la producción y compra-venta de grabados, no solo suyos, sino que también se ofrecía a realizar las obras de otros artistas; intercambiaba papel por grabados y, sin querer o saber, se convirtió en maestro grabador, coleccionista y artista visual.

        Definir la obra de Ricardo Sanabria es como querer determinar un tipo de maíz entre tantísimos que existen, pues si bien su trabajo gráfico tiene un sello neofigurativo, su exploración plástica lo han llevado también a realizar piezas abstractas y figurativas. De igual forma, su obra es resultado de su expertis en la gráfica y en otras técnicas que van desde el grabado tradicional, hasta la técnica litográfica sin agua, que ha experimentado hasta convertirse en maestro de este tipo. A pesar de ello, y con la formación académica que tiene, Sanabria también ha incursionado en el temple, el óleo, los acrílicos, las tintas, la grana cochinilla, la cerámica de alta temperatura y otras mixtas que le han abierto rutas de exploración y búsqueda. Aunado a esto, tuvo la fortuna de ser discípulo del maestro Juan de la Cruz Holguin, artista multifacético que fundó el taller de grabado en la ebat en 1993, docente que transmitió sus conocimientos de xilografía a más de veinte generaciones. 

        Ricardo traza sobre lienzos y papeles personajes inacabados, algunos parecen antiguos, otros representan sombras y reflejos en los que la gesticulación y la línea arman una atinada mancuerna. Su paleta se inclina hacia los ocres y tierras, aunque la gama de colores vivos que llega a usar está aún en un proceso de maduración. El formato parece que es un reto para él. Reconozco que navega muy bien en medidas pequeñas y medianas, y de hecho ha realizado series y carpetas muy acertadas; sin embargo, los lienzos de gran formato son avistamientos de una etapa a la que está arribando, y las expectativas evidencian una senda provechosa y rica en composiciones, texturas y color.

        Este artista oriundo de Toluca dedica su actividad a la creación plástica; es un hombre afortunado que sabe de negocios y de producción gráfica (tiene el Taller de Gráfica Rinoceronte Magenta); es un artista que sabe que para hacer las cosas bien hay que dedicarles tiempo, aplicar un trabajo constante y diario, todo ello aderezado con disciplina y riesgos. Como él sabe esto, su taller está lleno de sus obras. Se obserban gavetas pletóricas de papeles y sus muros repletos de telas. Como buen visionario, conjuga su trabajo con los negocios, planea exposiciones en espacios alternativos y privados, acuerda proyectos, y sabe que un libro sobre su obra es una tarea pendiente, la cual estoy seguro agradeceremos todos.

        Sanabria es un artista plástico en búsqueda permanente, y me atrevo a decir que si bien su trabajo ofrece un panorama definido, aún no termina de dejar en claro el estilo personal que lo coloque bajo los reflectores de su época, y si vemos este escenario como una ventaja, seguro es que llegará muy pronto una exposición en la que reconozcamos la virtud de sus trazos, la peculiaridad de sus temas y la riqueza de su factura.

        Esa tarde Ricardo me invitó a comer, pero como mi agenda tenía varios asuntos aún por atender, lo dejamos para otra ocasión. De su taller me fui a Galerías Toluca para esperar a una querida amiga que me compró algunos libros, después tuve la fortuna de comer unos maravillosos tacos dorados con mi sobrino, que me compró un grabado. Antes de las seis me dejó en la terminal de autobuses y a las siete abordé el camión de regreso, y a pesar de que ocupé un cómodo asiento, llegué a Tepoztlán antes de media noche, directo a mi cama, sintiéndome como un costal de papas.

        Estas trayectorias cada vez me cuestan más trabajo y termino agotado, pero cuando recapitulo reconozco el placer de haber conocido a un artista más, y saludar a viejos amigos y procurar a la familia siempre es algo que agradezco.

 

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Francisco Moreno

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