Hace tres meses se inauguró, en La Tallera, “Disrupción eruptiva” qué, más que una exposición en el sentido tradicional es una instalación. Cisco Jiménez nos presenta una escenografía sin argumentos sólidos que la sustente; es rotura y estallido, interrupción explosiva y, como tal, deviene en desorden, diseminación aleatoria de cosas, en las que el todo y sus partes buscan identificarse.
En una de las vitrinas leo una especie de “concepción curatorial”, textos manuscritos cual “ideas en torno a” con los que justifica este montaje. En uno de ellos apunta que “el antecedente más importante son los gabinetes de curiosidades a lo largo de la historia. Ahí se engendra el acto de coleccionar, reunir, guardar, resguardar, acumular, amontonar, encimar, con una serie de objetivos finales tan diversos como diversas son las cosas que se van reuniendo”. Sin embargo, mi lectura no coincide con su apuesta, pues si bien los exquisitos y antiguos gabinetes de curiosidades eran más una acumulación de objetos asombrosos y extraños, que propiciaron la investigación científica y devinieron en museos, la instalación de Cisco corre en sentido opuesto, pues las cosas que presenta tuvieron un uso y sentido utilitario, decorativo o simbólico y, al convertirse en “basura”, o en objetos inservibles, Jiménez los dota de nuevos significados, y así genera una disolución que se convierte en la esencia del quehacer plástico del artista.
Hace tres años visité su estudio taller. Después de bajar unas escaleras angostas arribé a una estancia en declive o desnivel sobrecargada de cientos de cosas y objetos desordenados, a una no cocina similar a un sótano o ático. En los muros vi máscaras, lienzos, fetiches, marcos vacíos, maderas rotas, letreros; algunas mesas llenas de enseres diversos, como juguetes, botones, ensambles, muñecos, grabadoras, piezas de arte popular, instrumentos diversos, cajas, cuerdas e hilos, pinceles y brochas, botes y botellas; muebles rotos o desvencijados, toda una construcción sinsentido. El caos es parte del encanto de ese sitio, es ese aparente desorden en el que solo el dueño sabe dónde está cada cosa, y en el que además la inventiva es estimulada por todo de manera azarosa. El estudio taller de Cisco Jiménez me pareció una digna representación del espacio de un artista que reúne y observa las cosas que nos rodean con una mirada muy peculiar, porque a los ojos de Cisco todo adquiere un sentido diferente.
En otro de aquellos papeles de la vitrina Cisco apuntó que su intención es una “especie de Merz Bau no declarada e impredecible”; es decir, similar o próxima a lo que el artista alemán Kurt Schwitters construyó hace poco más de cien años en los espacios de su estudio y casa, y que nombró Merzbau. Sin embargo, tampoco coincido con esta declaración, pues lo que hizo Cisco fue trasladar o desplazar los objetos que conforman su estudio taller al enorme espacio que alguna vez usó Siqueiros para sus obras monumentales. Veamos
Hace poco más de cien años, Schwitters acumuló diversos objetos personales, familiares y de amigos en su casa estudio. Entre los muros colocó columnas y torres, y en “las áreas vacías exhibía agujetas, pinceles, colillas de cigarro, puentes dentales e incluso una botella de orina”. El proceso de creación duró alrededor de veinte años, y “funcionó como una construcción autobiográfica perpetua, un dispositivo de exhibición y una arquitectura que buscaba construir(lo) como sujeto en específico al tiempo que intentaba mostrarlo en todas sus fragmentaciones y pliegues”.
Si hacemos caso al apunte de Cisco, creo que su estudio taller es más esa especie de Merzbau de Schwitters, pero no así el montaje que presentó en La Tallera, pues al trasladar todos esos objetos y mobiliario a un espacio similar a una gran sala de museo, éstos perdieron ese halo “autobiográfico” que los contenía. Pero si la apuesta expositiva de Cisco Jiménez no es un gabinete de curiosidades y tampoco Merzbau, entonces qué nos ofrece.
A lo largo de esta instalación vemos todos aquellos objetos, mobiliario y obras de las cuales Cisco abreva: una vitrina que da la bienvenida exhibe decenas de pequeñas cosas que ha reunido en su andar por las calles, bazares y mercados; sobre una mampara hay más de cuarenta piezas (collages/ensambles/pinturas) creadas por él, la sustancia de su quehacer. Otro muro exhibe la revista Duda que aborda una temática misteriosa y sensacionalista; uno más reúne envoltorios de papel intervenidos con las mismas tres palabras. Veo una serpenteante ruta de máscaras, la cual se pierde a nuestra mirada por la altura del montaje. Hay también una enorme manta con un dibujo de una poderosa arma de guerra; la vitrina de acero con vasos y puertas corredizas de cristal, y sobre ella juguetes. Un video intermitente invita a sentarse en las incómodas sillas acapulco. Observo un conjunto de seis interesantes y geniales collages de mediano formato.
Sobre el generoso espacio central diseminó medios diversos: mesas con piezas pequeñas, otras con botellas vacías y una caja de bolear zapatos, aquella en forma de exhibidor llena de pistolas elaboradas con barro; mesitas de servicio una sobre otra y Godzila como decoración; enormes cajas de embalaje una sobre otra cual base que remata con dos tallas de madera religiosas; otra mesa con una fila de dragones o perros chinos de colores intensos; fetiches africanos; tres enormes roperos que crean un arco; caballetes con obra, mesas sobre mesas con múltiples piezas. Del techo cuelgan dos figuras gigantes con efigies de madera atadas. Y sobre el piso cúmulos de grabadoras, botellas con tierra, un aislado sillón reclinable, cosas, objetos…
¿Pero qué vemos?, ¿qué provoca esta instalación? Si Cisco Jiménez intentó mostrarnos todos aquellos objetos que le generan sus reinterpretaciones, o muchas de sus obras acabadas, resultado de sus exploraciones, o los elementos que contiene su estudio taller, lo logró.
Lamentablemente, en su traslado a La Tallera perdió la esencia de aquello que alberga en su lugar de trabajo. Llevar cada pieza y elemento a un espacio museístico lo orilló a colocar las piezas con cierto orden o diseño museográfico. Lo sedujo el espacio y, sin darse cuenta, en el camino perdió el sabor que tiene su estudio taller. Sin duda hay obras muy interesantes y provocadoras, pero en el enorme cúmulo de piezas y muebles éstas se pierden. La distribución de este corpus fue un reto, y me parece que Cisco cayó en la provocación de exhibirlo bajo principios museológicos. Entonces, dado que no es Marzabeu ni un gabinete de curiosidades, considero que “Disrupción eruptiva” es un escaparate de objetos y muebles, de obras de arte y cientos de elementos disímiles sin coherencia ni sentido, su ordenamiento es desorden. Interesantes sí, atractivos también, pero no atrapa como un conjunto debidamente curado. Es, en el mejor de los casos, una escenografía personal creada por Cisco Jiménez.