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Obsesiones. Comida


Lectura 2 - 4 minutos
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Obsesiones. Comida


Obsesiones. Comida
Fotógraf@/ TOMADA DE LA WEB
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Siempre tuve obsesión por la comida, quizás porque tengo paladar universal, o viceversa. Desde pequeño vi que la comida era algo importante para quienes me rodeaban y que despierta sentimientos difíciles de controlar.

Hay quien odian la comida, que tienen animadversión por algún aspecto relacionado con ella, como comprar insumos, cocinar, servir, comer, especialmente si está acompañado, o lavar los trastes. No los entiendo, sus motivos tendrán. ¿Eres de este grupo?

Hay quien le tiene miedo a la comida, a la cocina, cocinar o comer. Es triste, porque es un acto que realizamos entre 2 y 5 veces al día, que, además de nutrirnos puede darnos alegría.

Hay quien detesta cocinar, vaya cosa antihumana. Porque el individuo está destinado a la autosuficiencia, entonces, quien no cocina, no es que no coma, pero deberá atenerse a otras personas. No importa si eres rico. Cocinar es un acto de amor propio. Bueno, yo lo disfruto bastante, ¿y tú?

Hay quienes nada saben de comer, cocinar, comprar, alimentación, nutrición, antojitos ni nada. Se declaran ignorantes y comen solo por llenar la pancita. ¿Qué dolor intenso habrá en tan terrible negación?

Hay quienes abusan de la comida, sea sana o chatarra. El abuso es síntoma de algo. No necesariamente tendrán sobrepeso, porque la exageración no tiene reglas, pero para quien se desborda al comer siempre habrá consecuencias desagradables.

Hay quienes buscan el equilibrio, lo que, dependiendo del enfoque, no es necesariamente tan difícil. En mi caso, por mi inclinación natural al conocimiento, me he alimentado sobre todo con base en la diversidad. Me gusta comer de todo, probar cosas nuevas, que haya colores en mi plato, compartir y disfrutar cada taco, torta, caldo o potaje.

Mi abuela paterna, Mercedes Domínguez, nunca quiso enseñarme a cocinar, pero sí me enseñó a comer, como una variable de su apapacho. Me sentaba en su gran cocina a oler, probar, sentir, escuchar y deleitarme con los ingredientes que transformaba en delicias.

Mi casa de origen fue un juego de opuestos. Desde mi experiencia, mamá padecía cocinar y nos alimentaba como un sacrificio, abatiendo muchas veces su voluntad y martirizando las ollas. Apenas podía evitar ser la responsable de hacerlo.

Eso sí, con ella conocí el vasto universo paralelo de Garnachalandia, cuyos entes expelen los efluvios de un aceite requemado y que van cubiertos de una ambrosía mezcla de crema, queso, lechuga o col, salsa, quizás cebolla o algún extra delicioso. Ni qué decir de los rellenos: magia pura.

Papá era más de tacos y de caldos. Con él conocí Tacotitlán y allí una variedad interminable de tacos. Abrí una nueva carpeta mental para ese infinito campo semántico: moronga, tripa gorda, buche, obispo, falda, costilla, barriga, campechanos y cuanta variante podía llegar a su soberano e inconmensurable antojo.

Mi primera casa de adulto fue una experiencia culinaria sin límites. Con las primeras ganancias de la vida profesional me di el festín más grande que pude. En mi cocina (siempre abundante y diversa) o en muchas vacaciones probé sabores que había contemplado como posibilidades, pero que aún no conocía.

Comí de todo (si nada, se arrastra o vuela, a la cazuela), mezclé cuanto sabor pude, en una de las épocas que recuerdo como más estables y bellas en mi agitado devenir, justo cuando mi pequeña bebé daba sus primeros pasos y yo leía a Confucio para saber más de comer mejor.

Mi crianza no determina mi nivel de experiencia culinaria. No acepto un paladar neutro o inocuo como destino. Lo mío es comer como un acto cultural diario, ser comensal observador y preciso, para quizás algún día ser experto en comida, lo que eso signifique y para lo que sirva.

He tenido muchas etapas gastronómicas: fonditas, internacional, mar, vegetariano, italiano, autóctono, carnívoro, tortívoro, calle, casa, bufetes, gluten free, orgánico, etcétera. Mi actualidad es explorar variaciones de tacos al pastor y de guisado en la zona centro de la CDMX, investigar algunos antojitos nuevos para mí y distinguir entre sazones varios de distintos platillos típicos mexicanos. Después, no sé; quizás lo griego, lo árabe, Japón, Perú, Oaxaca.

Una cosa linda es la memoria gastronómica, es decir, recordar momentos de mi vida por medio de la comida de un momento en específico. Es sublime la evocación culinaria, porque comer es vivir y recordar la comida es comerla dos veces. ¿Te pasa igual a ti?

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Daniel Zetina

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