La libertad de expresión se ejerce de muchas formas, pero el libro como canal de comunicación sigue siendo indispensable. Igual hay que trabajar en contra de la censura, ejercida por el gobierno, círculos de poder o grupitos de escritores.
Hablo desde mi enfoque y mis privilegios, también desde una historia de experimentación y búsqueda, aprendizaje y oficio, errores y aciertos. Busco incitar al diálogo, no a la crítica superflua.
Hay obras interesantes que no han alcanzado editores, no porque sean marginales, sino que en la actualidad no hay —en las llamadas editoriales tradicionales— espacio —ni comercio— para todo lo que se escribe. Es una época marcada por la comunicación, la escritura y las redes sociales. Importa vincular autores con lectores; unir un punto con otro; ser medio y no fin.
Ya no es tarea del editor decir qué es bueno o malo, que sí y que no; existen bastantes nichos de conocimiento y cada vez menos editores, proporcionalmente a la cantidad de autores y libros; la tarea puede centrarse más en buscar públicos para la mayoría de los libros, que en ningunear su calidad.
Hay obras mal escritas, sí, algunas no podrán corregirse nunca; y, aun así, muchas serán publicadas, gracias a favores o amistades, en sellos comerciales, instituciones o editoriales libres, nadie se salva. Siempre ha habido libros feos. Algunos, otros, que editados sí alcancen la dignidad, con ciertas dificultades, igual verán la luz pública.
Ya lo decía André Schiffrin hace 25 años: se ejerce la edición sin editores; ahora ya hasta la escritura sin autores (AI). Eso no quiere decir que no haya profesionistas del área, sino que, como en tantas cosas más, vale recordar: renovarse o morir.
El editor molesto por el presente, nostálgico, neurótico, petulante siempre podrá apostar su propio dinero en crear un catálogo con lo que considere mejor, con más o menos éxito. Hay casos modélicos y otros para llorar, lo que no se vale es nomás quejarse.
Editar libros es un emprendimiento salvaje; ningún manual lo recomienda. Se ha entendido más como un estilo de vida que como un camino a la fortuna. Es un giro anormal, paradójico.
Editar implica respaldar un contenido y buscar formas eficientes para hacerlo (fondo y forma), llegando a un punto de equilibrio. Es un amasiato entre cultura y contabilidad. También implica un riesgo latente y un porvenir incierto. Con todo, es un bello trabajo.
En los vericuetos del oficio hay opciones para ofertar libros y actividades trascendentes, pero también para ganar dinero y cierta fama. Es imposible ser perfecto, pero es indispensable ser honesto.
No existe un canon mexicano del libro; quien lo afirme, miente; quien lo busque, se engaña. Y no está en la UNAM. Sería adecuado que lo hubiera, pero aún no estamos ahí. Se avanza con esfuerzos individuales.
No todos los libros darán ganancias (la regla 1 de cada 20 sigue vigente). Existen obras que venderán solo 100 ejemplares y ese es su éxito, pero igual hay que hacerlas, porque el lector se ha diversificado, creando un mercado atómico (muchos productos, ventas moderadas).
Hay que editar libros para dar cuenta de la actualidad del pensamiento, la ciencia, la literatura. Vivimos la era de la multidiversidad, de la complejidad, de la libertad y de la estulticia, todo lo cual tiene el derecho a ser expresado —o denunciado— y publicado con decoro.
Es importante atender la bibliodiversidad: obras suigéneris para públicos específicos (quizás marginales o marginados), de ventas bajas; basta de la violencia editorial que dicta, desde ideales románticos y anacrónicos —cuando no machistas o intelectualoides— lo que no debe ser publicado.
Editar es dar forma a la inteligencia, a la creatividad, a la novedad, al pensamiento crítico, o a la estupidez; es un oficio creativo, que evoluciona constantemente. No debería usarse para sentirse superior ni para discriminar.
Para editar bien se ocupa bagaje cultural, buen gusto, experiencia, técnica, comprensión, colaboradores, canales de venta, medios, foros; así como reconocer que hoy en día (más que nunca) su majestad el lector tiene la última palabra. Y esto se alcanza con dedicación y humildad.
Editar libros en México es indispensable para impulsar la educación y el diálogo social, que nos permitan hallar coincidencias, buscar puntos de acuerdo, respetar las posturas y ser más empáticos. Larga vida a la edición de libros en México.
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