¿Se pueden consumir excesivas cantidades de alcohol y escribir literatura? Sí, es factible. ¿Pero también escribir una buena obra así? Sí, claro. Tenemos muchos ejemplos de autores ebrios que lo lograron, en alguna medida. Marguerite Duras es una prueba de ello, Malcolm Lowry es otro. Duras publicó unos 50 libros; Lowry 10.
Hay genios de las letras que consiguieron cierto equilibrio (o aparentaron tenerlo) entre una vida de consumo enloquecido y una productividad interesante. No por nada Charles Bukowski, con sus más de 60 libros, es el ídolo de miles de poetas malditos de oficina, que quisieran abandonarse a la dipsomanía y producir cuando menos un poema bueno bajo la sombra de su leyenda.
Dejando a los genios, vayamos a los mundanos: ¿beber o escribir? Insisto, se puede combinar en alguna medida. Digamos así: un escritor con cierto ingreso bajo no esforzado que bebe diario y que va trabajando poco a poco una novela de unas 200 páginas que terminará en tres años y la publicará. Otra opción: una poeta que se emborracha tres veces a la semana y que va acumulando junto con sus experiencias poemas que en cinco años revisará y al final serán un libro.
Esto no es un elogio de la ebriedad ni de la sobriedad. Muchos quisieran la fama, pero supongo que en realidad nadie envidia la vida personal de ebrio Juan Rulfo ni del abstemio de Jorge Luis Borges, suponiendo en ambos a dos buenos escritores, el primero con una obra mínima, el segundo con una literatura vasta.
Se puede beber con cierto exceso y escribir con algún ritmo constante, dejando largos tiempos para la fiesta y para la cruda. Incluso, con mucho esfuerzo (o desgaste) físico se podrá alcanzar una obra de mediana extensión al final de la vida, digamos unos 20 o 30 libros decentes, vendibles, interesantes. Es decir, lo que puede considerarse en general una buena escritura, que le dé al autor cierta fama.
Reflexionando más allá, lo que definitivamente creo que no es posible es beber consuetudinariamente y al mismo tiempo escribir una obra literaria buena y extensa. Si un autor bebedor trabaja así de los 20 a los 70 años cubrirá medio siglo de oficio y libación, algo posible; con un libro cada dos años serían 25 en total, cifra que no es mala, pero, ¿podría ser mayor?
No me refiero a escribir más porque sí o por número, sino porque se tenga mucho que decir. ¿Si Rulfo hubiera tenido otro estilo de vida habría escrito más? Supongo que sí. ¿Qué habría escrito Hemingway sin ese tiro en la cabeza? ¿Qué habría sido de las joyas locales de cada ciudad que se entregaron al trago si se hubieran concentrado en escribir su gran obra y no en vaciar botellas?
Si se tiene mucho que decir, lo mejor es hacerlo, no ahorrarnos el esfuerzo, sino probar hasta dónde es posible extender los límites de la propia creatividad (y reducir nuestra frustración). Tres ejemplos de autores prolíficos son: el finado francés Georges Simenon, con 600 libros y una vida dedicada exclusivamente al oficio; el español de 77 años Jordi Sierra i Fabra, multipremiado y reconocido con sus quizás ya 500 libros; la inglesa de 59 años J. K. Rowling, con sus hasta ahora 26 libros, entre los cuales solo la serie de 7 títulos de Harry Potter suma más de 4000 páginas.
En la combinación de beber y escribir, entonces, tenemos las siguientes opciones: a) beber mucho y no escribir nada; beber mucho y escribir poco; beber poco y escribir poco; beber moderadamente y escribir igual. Y, en contraparte, se puede no beber y escribir poco; o bien no beber y escribir mucho.
¿Existirá la opción de equilibrar armoniosamente la bebida y la buena escritura? Hasta ahora, no lo creo; en parte por la personalidad intensa de quien escribe bien y en parte porque la escritura es un oficio muy celoso. ¿Entonces qué hacer? Elegir: beber o escribir mucho y bien. Ese parecer ser el único dilema. Y hay que definirse, tú no vas a ser el primero que lo logre.
No se trata de no vivir, sino de vivir bien para escribir mejor. Es importante la experiencia para escribir, pero a veces la mucha experiencia mata la escritura.
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