A las 10 de la mañana el campo de fútbol varonil del Centro de Reinserción Social (Cereso) Morelos, conocido también como penal de Atlacholoaya, era la locura. Adentro, diez chicas se enfrentarían en un partido de tocho. Afuera los reclusos se colgaban de las mallas de acero, algunos platicaban en silencio, seguramente de los atributos de las mujeres a las que pocas veces tienen oportunidad de ver tan entalladas.
Las Defensoras perfectamente uniformadas con ropa deportiva de marca, las Guerreras de amarillo y negro. No tenían uniforme para jugar, pero de última hora alguien “se cayó con la lana” para las playeras y tuvieron una del color de sus uniformes de internas pero con su nombre y un número.
Después de 40 minutos con breves descansos las Defensoras anotaron 18 a 12 a las Guerreras, pero éstas ganaron porque aquellas llevan ya más de cuatro años jugando ininterrumpidamente y éstas formaron el equipo hace 15 días.
Por primera vez, en los 14 años que lleva dentro del penal las piernas de Zuge fueron alas y no hubo barda, malla, ni torre que la detuviera. Se levantó sobre el campo, más allá del filo del alambre perimetral, más y más allá del pueblo de Atlacholoaya. Desde arriba vio a su hija que va a cumplir ya 18 años y va en bachilleres. Fue por poco más de media hora, pero fue libre, dejó su cuerpo en el campo y encontró la salida a la que llegará en cinco años para cumplir su condena por homicidio.
Zuge es muy joven, tiene 33 años y dice que participa en todas las actividades a las que la institución la invita porque quiere aprender muchas cosas y ser un ejemplo para sus compañeras, además desea salir ya rápido a reunirse con lo que más ama en el mundo y que es su hija.