“Ese día como a las cinco de la mañana quiso pararse y se le doblaron sus patitas y cayó. Yo lo vi, fui a levantarlo, me senté en el sillón, lo subí, puse su cabeza en mis piernas y ahí lo estuve acariciando unos minutos hasta que murió, el veterinario me dijo que fue un infarto”, comenta Paula Beatriz Ortiz Aguirre.
Platicó que el 27 de septiembre el Manchas estaba estornudando y expulsó sangre de la nariz:
“Lo llevé al veterinario y le dio medicina pero ya no se pudo componer. Dos meses antes también anduvo malo y lo llevé con el veterinario. Ahí me dijo el médico que le habían dado un golpe muy fuerte, quizá una patada, y por eso andaba mal. Pero una vez que le dio medicamentos se recuperó. Fue hasta el 27 que se puso de nuevo malo y el 29 murió”.
Dormía en la casa de Paula Beatriz
Paula Beatriz-Ortíz-Aguirre y el Manchas.
Foto: Máximo Cerdio
Paula Beatriz Ortiz Aguirre conoció desde hace más de siete años al Manchas. Tenía tres perritos adoptados de la calle a los que paseaba por la ciudad. Todos los días el Spaghetti se paraba frente a la casa de Paula Beatriz y cuando ella y los animalitos salían a caminar él los acompañaba por todo el centro, como protegiéndolos, hasta que terminaban y se regresaban a la casa de Beatriz. Una vez que entraban, el Manchas se iba a la calle, y así todos los días.
“Hace como siete años, una noche lluviosa del mes de octubre escuché que alguien raspaba mi puerta, abrí y era el Manchas, estaba todo empapado, lo dejé entrar y lo sequé y desde ese momento adoptó mi casa para ir a pasar la noche. Todos los días salíamos a caminar y regresábamos y el Manchas se iba hasta la noche que llegaba y tocaba y yo le abría para que durmiera adentro”.
A principios de 2014 Paula Beatriz Ortiz Aguirre relató que un día se encontraba en su casa porque recibía un tratamiento contra el cáncer recién diagnosticado: “de pronto comencé a asfixiarme. No tenía fuerzas para pedir ayuda, ni para salir a la calle. Manchas y los demás empujaron la puerta y salieron a pedir auxilio a la calle y unos vecinos me atendieron. De no ser por África, Canela, Estrella. Nicolás y el Manchas yo me hubiera muerto. Lo extraño es que nunca los enseñé a abrir las puertas”.
La tan sentida pérdida
“Yo lo sentí mucho la muerte de ‘Manchitas’ porque era un perro muy especial, muy cariñoso, nos cuidaba, era muy simpático y amistoso y muy inteligente. Lo extraño y también lo entrañan mis perros. Las personas que lo conocieron me preguntan por él y he tenido que darles la mala noticia de que murió”, explica la mujer que dio casa y cariño al Gordo, como también le decían.
Dijo que mucha gente del centro y de todo Cuernavaca lo conocían y lo querían: “pagábamos sus vacunas, cuando se enfermaba de la piel lo curábamos, lo alimentábamos todos; nunca le faltó cariño ni alimentación ni techo, pero era muy vago, a veces se iba hasta Tepoztlán o a Yautepec y como sabían que era de Cuernavaca y que yo lo cuidaba me lo traían”.
No era un animal común
Algunas personas que conocieron al “Ingeniero” –otro más de sus motes– decían que no era un animal común y corriente: muy listo, muy entendido, escuchaba lo que le decía y no reaccionaba por instinto. Mostraba una inteligencia muy particular.
Ni animal ni perro, el Manchas era un ser vivo que le sacaba la sonrisa a las personas por manso, cariñoso, pachón y vago; no quería hacer gracias para ganarse una comida porque no tenía necesidad de eso, tampoco robaba para comer: el personal de los restaurantes le daban comida de la mejor calidad.
Él era blanco, con manchas negras, café y amarillas. Tenía cerca de ocho años, estaba esterilizado, era pachón; cuando las personas se le acercaban para hacerle un cariño él respondía bajando la cabeza y moviendo la cola. A veces se tiraba al piso y mostraba su amplia y blanca panza y el lugar donde estuvieron sus genitales, como señal de sumisión.
En diciembre del año pasado había un adulto mayor sentado en una banca de metal de plaza de armas, estaba sólo, con su pellejo arrugado y sus huesos fríos, esperando que el sol de las once de la mañana lo calentara. El Manchas lo observó y se le fue acercando poco a poco hasta que lo tuvo enfrente y le movió la cola. El anciano le puso la mano en la cabeza y el perro se sentó a sus pies.
Cuando la gente pasaba no veía a un viejo solo, sentado en una banca, sino a un hombre acompañado por su perro.
El Manchas estuvo algunos minutos con el anciano y después se paró y se fue caminando entre las jardineras. El hombre viejo sonrío con su boca huérfana de dientes, agradeciéndole al perro la compañía.
El vacío de cuatro patas
El 24 de diciembre de 2015 en el porral de noticias de Conurbados se dio a conocer la desaparición del canino. Se mencionó que vendedores armas dijeron que tenía algunos meses que no han visto al ladrante en la plancha de cemento por las escaleras que conducen al monumento al general Emiliano Zapata, que es el lugar donde el perro se sentaba a tomar el sol.
“Músicos y artistas callejeros también reportaron que no lo han visto por las jardinera donde acostumbraba a caminar; tampoco han observado que acompañe a Beatriz, una mujer que todos los días paseaba a sus dos mascotas por el centro de la ciudad y a la que el Manchas solía seguir”.
Pactú, el mimo, opinó sobre la desaparición del ladrante: “tampoco lo he visto. A lo mejor se fue a trabajar con Santa Clos, como reno”.
Sólo un recuerdo
En la memoria de la ciudad quedan los vendedores, los músicos callejeros, los mariachis, los payasos, un mimo que guarda su placa dentada en una bolsa de trapo, los adictos, los vagabundos, los alienados, los silencios arrinconados entre las plantas de las jardineras y las raíces de los viejos árboles, uno que otro muerto; también queda el Manchas, un ser vivo a quien muchos quisieron poner un collar y una placa pero nadie lo consiguió por mucho tiempo, porque le quedaba chica Cuernavaca y todo el estado de Morelos. El penúltimo día de septiembre de 2015 también le quedó muy reducido el tiempo y el espacio de este mundo y se convirtió en una imagen que muy pocos recordarán.