Está ubicada en la salida de la carretera federal de dos vías, hacia el norte, rumbo a la ciudad próxima. Quien regresa le ve la espalda, pero muchos tuercen el pescuezo cuando observan los detalles, incluso se llegan a parar para observarla de cerca.
La mejor vista es la de los que arriban desde la ciudad contigua del norte. Algunos han notado ciertas grietas, agujeros o hendiduras en el rostro del hombre de bronce: venganzas de algunos pobladores de los miles y miles que resultaron perjudicados durante su administración.
El escultor, muy afamado en Morelos, México y el mundo, puso gran dedicación en la elaboración de esa obra. Fue hecha de memoria. La escultura quedó muy bien vestida, con traje de marca. De pie, como avanzando, mirando de frente, de manera retadora, con su enorme cabeza, su papada de orangután adulto, calva y lentes circulares y, sobre todo, con sus ojillos de alimaña: Su mirada era de odio, de rencor contra todos los que se oponían a sus decisiones. No es que sonría discretamente, el que se acerca un poco puede notar que se muerde lo dientes de coraje.
La mano derecha cae, laxa, desde el hombro hasta la pierna, como un felino esperando para saltar. En la izquierda lleva un montón de billetes, los agarra con furia para que nadie se atreva a intentar quitárselos. También hay dinero en los bolsillos del saco y de su pantalón. En la parte frontal, en el suelo, el hombre está rodeado por mujeres, ancianos y niños famélicos, arrastrándose, estirando la mano, pidiendo. Él los ignora, avanza, con la frente en alto. Atrás, a su espalda, hay troncos de árboles rotos o cortados con motosierra o quemados por el fuego.
En la base de la escultura, junto al nombre, hay una frase: “Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo, y con sus hechos lo traicionan. BENITO JUÁREZ”.
Todos cooperaron. Uno de los responsables de recibir y administrar los recursos platicó que un par de menores gemelos llegó, acompañados por sus padres, con una alcancía de marranito. Ahí mismo lo rompieron y contabilizaron mil 500 pesos. Extendió un vale en favor de los niños y les dio la mano y las gracias. También llegó un hombre ya mayor, jalando a un enorme cerdo rosado que chillaba como si lo fueran a matar en ese instante. Al hombre le dieron un vale por una cantidad que no alcanzó a descifrar y se retiró con la correa arrastrando un vacío. El cerdo, a salvo por unas horas, fue subido a una camioneta y ésta partió con rumbo desconocido.
El recaudador estuvo por varios meses y en varios puntos del centro de la ciudad atendiendo a una interminable fila de donadores que llevaban, entre otras cosas, pequeñas monedas y artículos que terminaron en la casa de empeños. Hasta que un día se cerró la convocatoria.
El monumento fue hecho para muchas generaciones venideras y tuvo un lugar designado desde antes que comenzara la colecta: Estaría en la entrada de la ciudad y tendría la función de una advertencia. Quienes votaron por él recordarían que fue un gran error confiar en sus promesas, quienes no votaron por él tendrían allí, la más real advertencia de la manera en que puede afectar a un pueblo un sujeto individualista, soberbio y enfermo de poder.