¿Por qué está tan solo el zócalo de Jojutla?
¡Huy…! este parque era el más bonito del sur y del oriente. Había muchos árboles y bancas. Los sábados y domingos bajaban las muchachas morenas, muy bonitas ellas, algunas venían con el papá o la mamá o el novio, pero había muchas solteras y aquí andaban, y uno se ponía por acá también, para ver si agarraba uno algo. El parque era un lugar seguro. Pero ahora está vacío, bueno, algunas veces se llena porque hay eventos y a la gente le gusta la bulla.
Todavía se puede ver a los señores y señoras grandes, en sus sillones afuera de su casa, en la banqueta, platicando y tomando el fresco en las tardes de calor, pero cada vez es más raro; la gente prefiere meterse a sus casas y cerrar bien la puerta.
No me vas a creer, pero antes las puertas de las casas estaban abiertas para que entrara el aire, ahora están cerradas y si tocas preguntan desde adentro quién eres. En estas calles tan calladas, de pronto: ¡Blam! ¡Blam! ¡Blam! se desata la balacera. Aquí han habido varias y la gente tiene miedo. Ya ni las calles son nuestras, nos han metido a golpes de miedo a nuestras casas. De pronto un encajuelado, un destazado en una bolsa de basura, un cuerpo en una esquina con agujeros en el cuerpo. La muerte anda por las calles sonando su güesamenta, carcajeándose.
Yo me quedé muchas veces dormido en esta banca, aquí, justamente, había un árbol que daba una sombra muy grande. Amanecía con mis zapatos y mi reloj. No faltaba, claro que un perro te orinara o algún niño te pusiera un cohetón y cuando explotaba saltabas asustado, pero esas era las bromas más fuertes.
Pero “ahoy” ya ni los borrachos están a salvo por la inseguridá. Antes lo veían a uno en la calle tropezándose y si alguien iba en coche hasta lo esquivaban, porque el pueblo conoce a sus borrachos, sabe quién es quién, pero ahora lo ven a uno en la calle pasado de copas y ¡Blam! ¡Blam! ¡Blam! le tiran desde los carros. Así le pasó a mi compadre, le metieron unos plomazos y casi le arrancan la pierna, y los cabrones de la troca risa y risa; no eran de acá.
Hace unos diez años íbamos a las “partis” en los barrios y algunas veces la fiesta terminaba en pleito o hasta muertito había, pero era raro. No quiero decir que a nosotros no nos gusten los chingadazos, la gente de aquí es brava, desde siempre. Lo que quiero decir es que antes no nos andaban matando nomás porque sí, porque les come el dedo cuando lo tienen en el gatillo.
Nosotros arreglábamos las cosas a golpes, es verdad, pero eran peleas que duraban poco y a lo más que llegábamos era a rompernos el hocico o la nariz o la frente, después nos abrazábamos y ahí muere y ya, hasta nos cuidábamos después como buenos broders.
Yo recuerdo que en mi barrio amanecíamos tomando y no había bronca porque respetábamos a la gente y la gente nos respetaba: éramos borrachos con apodos, conocidos por toda la gente, bebíamos cerveza debajo de los árboles o en las canchas o esquinas. “Nomás no me dejen la pared miada porque yo sí me los chingo”, nos advertían las vecinas. Alguien le avisaba a la esposa o a algún familiar: “Fulano está tirado borracho en tal banqueta, vayan por él”, y ahí iban. La gente cuidaba a sus borrachos. Yo que he viajado por muchas partes de México y los ‘yunaites’ puedo asegurar que en cualquier ciudad o pueblo hay borrachos y aluego se juntan, Dios los hace y ellos se arriman, como dice el dicho.
De aquella Jojutla sólo queda este cielo azul que parece un mar volteado y las nubes blanquísimas como jabón en el río, ah, y ese airecito débil que viene de los cañaverales culebreando por las calles hasta este zócalo donde ya no hay borrachos alegres ni muchachas morenas buscando novio; nomás quedan los recuerdos bullendo en la cabeza, broder. ¿Ya pasaría la media hora? ¡Voy por mis resultados!