Sociedad
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El Sol de Morelos

El Sol de Morelos fue la tienda más próspera en Tlaquiltenango. En la actualidad su dueño, Alfonso Ménez, dice que hace como un mes vendió sólo 10 pesos de mercancía.


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El local es amplio: tiene más de veinte metros y tres puertas de acceso. Está en una de las principales calles, Plaza de la Revolución Mexicana, a un lado de la escuela primaria Profesor Miguel Salinas, muy cerca del pequeño mercado municipal, en el centro de la cabecera municipal.

La calle es muy transitada pero nadie entra en la tienda, que podría pasar por una funeraria o una dependencia de gobierno en día domingo.

Desde afuera se observa a don “Poncho”, de 73 años caminando por ese amplio y vacío espacio o viendo la pantalla plana del televisor.

En 20 minutos nadie ha comprado nada, sólo algunos transeúntes le han arrojado saludos desde la banqueta.

Hace más de ochenta años había cerca de ocho personas atendiendo desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche. La gente entraba y salía como en un hormiguero por las tres puertas que dan a la calle

Se vendían mercería principalmente y en épocas de ventas de temporada la gente iba a comprar cuadernos, lápices, uniformes, guantes boinas y cosas. También en temporada navideña la venta era muy buena.

–Yo recuerdo hace como cincuenta y cinco, cuando tenía como seis años, íbamos a esa tienda y me gustaba mucho porque el estante y las repisas estaba llenas de mercancías: estambres, agujas, hilos, encajes… y había ahí colgadas una muñequitas de trapo con trenzas negras y pelo negro, muy bonitas. Me brillaban los ojos cuando las veía. Nunca pude tener una, relata Elvira Ménez Figueroa, maestra jubilada y oriunda de Tlaquiltenango.

Pero las cosas han cambiado y para don Poncho no hay días de mayor o menor venta, todos son iguales, lentos y vacíos.

Si uno entra, observa un mostrador de más de 15 metros lineales de madera y anaqueles de la misma extensión. Son de color azul y apenas hay mercancía visible: es como si alguien hubiera embargado la tienda y nomás hubiera dejado algunos artículos como resorteras, cajas de hilos y otros objetos difíciles de distinguir.

Los cristales del mostrador están rayados por el uso y son como peceras con agua turbia: hay algunas madejas de estambre.

El tendero platica que el negocio estaba originalmente hace más de 85 años en Huautla, y después sus abuelitos se vinieron a Tlaquiltenango a vivir y pusieron la tienda. Ellos lo heredaron a sus hijos y éstos a don Poncho.

–Antes sí, era mucha la venta, cuando estaba yo niño. Ahora no. Vendo un poco de mercería. Todas las tiendas grandes ya están aquí. No se puede, si vendo cierres, por ejemplo, tres millones de cierres, esas tiendas, las grandes, no meten tres millones meten 300 millones en cierres, porque tienen sucursales en toda la república, y dan más barato. No puedo uno competir. La Comercial Mexicana, Copel, los Oxxos, lo invadieron todo y acabaron con las tiendas de pueblo. Además venden productos que no duran, pero la gente los compra, aunque se rompan al poco tiempo, platica don Poncho.

Dos moscas arreglan sus diferencias en el aire: sus alas zumban como dos mínimas bestias. Arriba una, la otra abajo, luego la de abajo sube sobre la otra: caen al mostrador y ruedan, cerca de la mano de don Poncho; de pronto se quedan estáticas y comienza a copular.

–Luego tanta delincuencia que hay. Aquí está muy fuerte. A cada rato lo anuncian en ese periódico escandaloso: lo secuestraron, pagaron el rescate y de todos modos lo mataron. Pobre hombre, pobre familia. Los delincuentes piden derecho de piso. Mucho dinero y de dónde, relata el hombre que tiene una actitud como de soledad o de polvo o de tiempo en reposo.

–La verdad la tienda no da para más. Hubo un día en que me cayeron diez pesos, y en la semana vendí como cien pesos. Yo estoy aquí en esta tienda nomás para ir sobreviviendo, aunque a veces no consiga yo ni siquiera eso –concluye.

Afuera el tiempo repta. Quizá desde alguna fonda o puesto del mercado, Juan Gabriel, muerto hace apenas una semana, se desgañita:

-¡Ay, debo hacerlo todo con Amorrrrrrr!

 

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