Originario de Ahuehuepan, en Tepecoacuilco de Trujano, Guerrero, este anciano moreno, de huaraches, platicó:
–Fue un retén, adelante de Iguala. Traía yo mis piezas en cajas de cartón y en mi morraleta mis gubias, formones, son de metal y con filo. Entonces los policías me dijeron que no podía yo pasar con eso porque eran “armas”. Yo les expliqué que eran mis herramientas de trabajo y hasta les enseñé mis máscaras, pero ellos no lo entendieron y se las quedaron.
En uno de los salones del primer piso del Museo de Arte Indígena Contemporáneo (MAIC) de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), sentado en una silla y con una mesita de madera enfrente, el maestro, de setenta años, tomó un pequeño tronco de árbol de zompantle y le fue dando forma de bloque.
Sus manos ásperas y un formón discapacitado fueron abriendo en la madera algo que podría ser la cara de un ángel o un demonio, no se sabe, “todo depende de lo que vaya saliendo”.
Cuesta más trabajo con esas herramientas que no son las suyas; aquellas tienen ya la horma, sus manos las conocen y ellas conocen a sus manos.
–Pero estás están duras. Aquellas están viejas, tienen más de 35 años conmigo, y ya las sé. Sé para qué sirven y cómo las agarro y las meto.
Esteban buscó en vano en la mesa donde tenía sus fierros, pero no encontró uno que le sirviera para lo que él había pensado. Tomó una charrasca y le pasó y repasó una piedra de esmeril.
–Hay que usarla mucho para que tenga un buen filo y corte suave, ésta es nueva, no quiere salir bien el filo.
Los dedos de rama de árbol del hombre apretaban con fuerza el utensilio contra el tronco. Empujaba y el trozo de madera estornudaba costras que caían sobre el suelo.
Al fondo, en los muros blancos del salón estaban colgados sus hijos: diablos, ángeles, jaguares; también sirenos y calacos sentados, piezas de madera del árbol de zompantle (cuya escasez ha provocado que el precio de ella sea elevado).
Todas se venden, aunque hay algunas que Esteban se guarda para sí.
–Tengo una máscara grande de madera con cuernos de venado, cuernos de verdad, reales. Esa la tengo hace muchos años, me gusta mucho y me lo quedé, es mía.
Esteban continuó buscando la forma en el tronco, mientras la gente que asistió a la exposición (que sólo duro el sábado 17 y el domingo 18 de septiembre, en el marco del primer aniversario del MAIC) lo observaba: fue como un dios vegetal disminuido en el centro de un tapete de restos de zompantle.
Una vez acabada, la pieza se pintaría con acrílicos y esmaltes; ya seca, se puliría con permanganato y se enceraría.
Según la ficha técnica, don Esteban Ramírez Felipe es tallador de madera y cabeza de una pequeña familia. Sus hijos y nietos comparten las labores agrícolas y artesanales. De esta manera, en conjunto preparan la tierra para sembrar la milpa que inicia en el mes de diciembre, para sembrar durante el mes de junio, antes de la temporada de lluvias. Don Esteban se ha desempeñado como transmisor del quehacer artesanal en la comunidad, que fue traída por otras personas del municipio de Tepemaxalco, en el estado de Puebla. Las máscaras que se aprendieron a tallar eran utilizadas para los bailes de Los Chinelos, de Los Diablitos o de Los Mecos. Don Esteban lleva 35 años haciendo máscaras y otras figuras que aprendió de las personas que introdujeron la tradición. Él le enseña a sus hijos y a sus nietos en el pequeño taller familiar, donde le asigna a cada uno de ellos una función distinta.