Lo más importante, es que un viaje permite a niños y adultos pasar tiempo de calidad juntos. Es decir, compartimos actividades nuevas, nos damos permiso para jugar, brincar, tomar riesgos, probar comida diferente y estamos de mejor humor pues nuestro espíritu tiene la adrenalina del descubrimiento de un nuevo destino.
Sin lugar a dudas, vivir aventuras favorece a los pequeños. Los favorece en su desarrollo social y emocional y lo más importante, les va creando una actitud positiva y de apertura ante la vida.
Viajar siempre implica nuevos retos, por pequeños que sean. Perder el miedo a dormir fuera de casa, tal vez dejar algún objeto de apego, los miedos a los monstruos del armario, etc.
Cuando era niña, uno de mis viajes favoritos fue a Puerto Vallarta. Tenía seis años apenas y fue la única vez que viajé en un avión en la infancia. Me dejaron llevar algunos juguetes pero no tantos como cuando viajábamos en auto, que me dejaban llevar todo lo que quisiera.
Así que elegí a dos muñequitos de peluche, en realidad creo que mi madre los compró para mí para que no quisiera llevarme al oso viejo y grande sin un ojo y apestoso con el que dormía sin remedio.
En aquel viaje por primera vez nadé en un río, pues era una niña nadadora pero de alberca. Recuerdo pocas cosas, para ser honestos, han pasado 37 años desde entonces. Pero sí me acuerdo de que mi familia estaba feliz, algo no muy común en mi infancia, si nos ponemos realistas.
Ahora que yo tengo hijos, tratamos de viajar cuanto sea posible. Aunque sea una escapada de fin de semana, pero siempre me ha gustado descubrir con ellos los nuevos rincones. Les sigo debiendo un viaje al extranjero, que no hemos hecho por falta de tiempo y dinero suficiente. Al extranjero siempre voy sola pero cuando vuelvo y les cuento o abren sus regalos, siempre se les despierta las ganas de viajar.
No quiero que ellos, como yo, se queden con sed de viajes en familia. Pero tampoco les quiero privar de sus propias experiencias. Por ello, espero pronto poder mandar al pequeño a un campamento de inglés que en su escuela se organiza cada año en primavera para ir a Londres, y al mayor, ayudarlo a viajar con mochila al hombro por Europa, como todo chico de su edad merece.
Habría querido que mi padre fuera más aventurero, que tuviera menos miedo. Que quisiera más que siempre cuidarnos, compartir con nosotros la vida. Pero él así fue y eso no cambiará. A mí solo me queda no repetir la historia.
Envidio a quienes han tenido el valor de dejar todo, emprender una vuelta por el mundo, con sus hijos y sus sueños juntos. Haciendo labores de Home Schooling, y viviendo una vida feliz juntos. Tengo una amiga, Tere, que siempre viaja con su hijo y su esposo. Han viajado en motocicleta por muchos lugares de México y también quieren hacerlo en el extranjero. La verdad las cosas que ese chico recordará en esas andanzas con sus padres seguro tendrán un impacto positivo en su vida.
Viajar sirve para aumentar la capacidad de observación y sin duda eso incentivará a los niños a adoptar un papel más crítico y reflexivo ante la vida. Los niños que viajan aprenden idiomas nuevos, costumbres nuevas, se vuelven más tolerantes y resilientes.
Y no importa si el viaje es al otro lado del mundo y dura un año, que si viajas a un pueblo mágico una semana en el verano. Lo importante es que niños y niñas conozcan nuevos lugares, personas, sabores, costumbres y estilos de vida, sintiéndose seguros y sobre todo, amados, por su familia. ¡Felices viajes!