Yo debo confesar que una sola vez me he llevado a mi madre de vacaciones y realmente casi no lo cuento porque mis hijos eran aún pequeños y entonces, no fue un verdadero viaje de madre e hija, sino que más bien la sumé a los planes de mi propia familia.
Tengo muy presente que le debo a mi madre un viaje solas, donde realmente podamos hacer cosas juntas, conocer un destino nuevo, probar nuevos platillos y compartir momentos únicos como mujeres adultas.
Supongo que un viaje así entre un hijo y su padre también debe ser muy disfrutable. Mi hijo mayor sí viaja constantemente con su padre, aunque también aún lo hace conmigo y con su hermano. Sin embargo, es mucho más común que los viajes sean entre madres e hijas, o bien, padres e hijos. No quiero que un prejuicio de género me prive de la experiencia de viajar con mis hijos cuando seamos adultos pues yo no tengo hijas, sólo dos varones.
Así que prefiero pensar que los viajes con tu mamá, seas hombre o seas mujer, pueden ser muy disfrutables y son una de esas experiencias que hay que vivir al menos una vez en la vida.
Mi hermana sí se ha llevado a mi madre con ella de viaje, y envidio un poco esa experiencia. Antes yo la criticaba y decía, “claro es porque sólo la aguanta mi madre, nadie más” pero ahora que he madurado (o bueno al menos lo he intentado) me doy cuenta de lo tontos que eran mis prejuicios y más bien creo que es el momento de darme la oportunidad de invitar a mi madre de vacaciones, o al menos a una escapada.
Lo cierto es que fácil no es pues a mí me gusta ser muy activa en los viajes, los destinos donde se camina mucho o que son un poco inaccesibles pues están en medio de la naturaleza o las grandes ciudades que implican muchas horas de vuelo para llegar, pero más bien creo que debo pensar en ella y no en mí. En todo lo que nos ha faltado por compartir.
Estoy convencida ahora de que no hay mejor manera de conocer a una persona a fondo que viajando con ella y aunque hemos pasado muchas horas con nuestra madre a lo largo de la vida, sobre todo de la infancia y la adolescencia, la realidad en que al llegar la vida adulta lo natural es alejarse para hacer lo que muchos llaman “nuestra propia vida”.
Así, a veces los hijos adultos requerimos oportunidades diferentes, lejos del contexto cotidiano para que realmente nuestra madre conozca a esa persona en la que nos convertimos al crecer.
Yo paso tiempo con mi madre, aunque reconozco que no el suficiente. Muchas veces es invitándola al cine o a comer, o en su casa mirando películas, o cuando me acompaña de compras porque le encanta sobre todo ir a las calles del centro. Pero su cuerpo está cambiando. Ya no aguanta lo mismo que antes, ya no es tan fácil movernos en transporte público, ni comer en cualquier puesto.
Y justo por eso, es que ahora más que nunca quiero viajar con ella. Obvio lo que quisiera es llevarla a Europa, pero si me sigo esperando hasta ganar suficiente dinero para darle un viaje de ensueño, podría ser muy tarde.
Así que, lo primero que creo que debemos entender es que viajar con nuestra madre es una experiencia en sí misma, más allá de si estamos en París, Nueva York o Valle de Bravo.
Un viaje puede ser más bien una gran oportunidad para recuperar el tiempo perdido, para conocerla en otras facetas y para verla mucho más feliz, asombrada y llena de energía.
Una de mis mejores amigas, 10 años mayor que yo, nunca había ido a Europa. Yo le dije muchas veces que tenía que irse, que ahorrar para viajar sola y vivirlo. Sin embargo, ella siempre prefirió esperar. Pagó la universidad de su hija y ahora ésta se ha ido a estudiar a España por unos meses. Mi amiga ahora mismo ha ido a visitarla y andan ya recorriendo Bélgica. Ver sus fotografías juntas me hace pensar en que sabia fue mi amiga al esperar a que el momento preciso para compartir esa experiencia con su hija llegara. Me da muchísimo gusto ver que han podido hacerlo.
Durante un viaje, se puede platicar con tu madre de cosas que tal vez en otro contexto no te atreverías a hablar. Puede haber noches de tragos y complicidad.
Un viaje también implica retos compartidos. Si se pierde el vuelo, si la reserva de hotel se cancela, si el clima cambia. En fin, uno se vuelve más tolerante y ¿qué mejor persona para aplicar la tolerancia que nuestra madre? Reconozcámoslo, a veces somos muy injustos como hijos y le pedimos a mamá una perfección sobrehumana, jamás la vemos más que como alguien que mágicamente siempre está allí para resolvernos la vida.
Un viaje entonces pues ser la oportunidad de agradecer y devolverle eso, porque ahora seremos nosotros quienes podamos resolver todos esos inconvenientes que ya como viajeros expertos hemos aprendido a sortear.
Otra de mis mejores amigas se llevó a su mamá a Nueva York hace algunos años y realmente la recuerda como una de las mejores experiencias de su vida, misma que no cambiaría por nada.
Ahora que, mi madre tiene una agenda más complicada que el presidente de la nación porque lo suyo lo suyo es la vida social con amigos de su edad. Así que tendré que ver cuándo coincidimos para finalmente cumplir este deseo pendiente de escaparme con mi madre a vivir una aventura única y especial: ¡Ser un dúo viajero!