Para mí ese espacio de felicidad y paz es el Bosque de Chapultepec, que no sólo es uno de los 10 parques urbanos más grandes e importantes del mundo, sino que en sus entrañas esconde la historia urbana, arquitectónica y paisajística del centro-poniente de la gran ciudad.
En medio de sus 678 hectáreas hay mucho más que el zoológico que visitamos en la infancia y que hoy ya no nos gusta para llevar a nuestros hijos e hijas porque somos más conscientes de que los animales deben poder vivir en libertad. Pero lo cierto es que para mí y otras personas de mi generación, el primer recuerdo que viene a la mente al pensar en Chapultepec es el zoológico donde en los lejanos ochenta nació nuestro pequeño Tohui, el primer panda nacido en cautiverio por estos lares.
El tamaño de nuestro amado bosque capitalino es dos veces la superficie del Central Park de Nueva York y en su interior han quedado grabados momentos históricos tan relevantes como la defensa que de su castillo hicieron los llamados Niños Héroes.
Si bien ha tenido momentos de abandono que lo han tenido en un estado deplorable, hay que reconocer que en los últimos años, el bosque se ha renovado y sobre todo ha vuelto a ser una opción para la clase media que gusta de las actividades al aire libre.
Dos de esas actividades son el cine en el lago, conocido como lanchacinema, y el picnic nocturno, que son organizadas por la Secretaría de Medio Ambiente y que se programan el primero y segundo sábado de cada mes, respectivamente.
Chapultepec, tal como lo conocemos ahora, fue diseñado para que nuestra ciudad tuviera su propia versión del Bois de Boulogne, que es el parque más grande y famoso de París, la capital francesa y uno de los lugares que más me gusta visitar cuando me escapo al otro lado del Atlántico. Sabemos que Porfirio Díaz amaba Francia y particularmente París, por lo que cada que tenía oportunidad, hacía que la capital mexicana evocada a la ciudad luz.
Han pasado muchos años, muchas generaciones hemos jugado y descansado en sus prados, nos ha cobijado la sombra de sus legendarios ahuehuetes, hemos corrido detrás de un balón, saltado una cuerda o dormido una siesta en este lugar que nos ha logrado conectar con la naturaleza. En algún momento de nuestra vida, todos recorrimos este lugar tomados de la mano de algún amor pueril con quien remamos en el Lago Mayor. Cuando yo era una adolescente preparatoriana, me gustaba tomar clases en la Casa del Lago, un centro cultural que pertenece a la UNAM y donde aún hoy se pueden realizar actividades artísticas a un costo muy accesible.
Chapultepec es el espacio público por excelencia en la Ciudad de México, el más democrático donde las clases sociales se diluyen y lo mismo vemos a las familias acudir a los museos que jugar con sus niños en el pasto o hacer un picnic en el Jardín Botánico.
Este bosque hermoso fue de todo, un jardín mexica, la casa de campo de los virreyes, el gigantesco jardín del Imperio de Maximiliano o el lugar preferido para cabalgar para la aristocracia en el Porfiriato, pero es ahora, en la época moderna, que este bosque tiene más valor porque es un espacio público, un lugar donde sin importar la condición social, la educación, o el origen étnico, todos encuentran un poco de paz, y se conectan con la naturaleza.
Chapultepec significa “cerro del Chapulín” en lengua náhuatl y es justo en la cima de ese cerro, donde hoy está el Castillo, que actualmente alberga al Museo Nacional de Historia. Pero por supuesto, no siempre fue un museo porque para que la historia se escriba, primero tiene que vivirse.
De acuerdo con Rubén M. Campos en el libro "Chapultepec: su leyenda y su historia", para 1874, el Virrey Matías de Gálvez manda construir una casa de campo en el bosque y ese mismo año se inicia la construcción. El año siguiente comienza el periodo del Virrey Bernardo de Gálvez (1785-1787) y es el tiempo que durará la construcción del primer edificio de la casa de campo, palacio virreinal o lo que actualmente conocemos como el Castillo de Chapultepec. A partir de este momento el castillo sufrirá tanto modificaciones arquitectónicas, como de uso.
Años después de su construcción, el Virrey Antonio Flores, por mandato de la corona debe subastar el inmueble y posteriormente, en 1792 se pretende instalar el Archivo General del Reino de la Nueva España en el castillo, pero nunca se logra. En 1806 el Ayuntamiento de la ciudad de México compra el Castillo para desmantelarlo y vender puertas, vidrios y objetos valiosos de éste.
Durante la independencia estuvo abandonado, fue hasta después de un temblor que causó serios estragos en el edificio en el año de 1819 que se inician labores de restauración para poder alojar las instalaciones del Colegio Militar establecido en el inmueble en 1843.
En 1847, durante la Guerra de Intervención Norteamericana, el castillo se convierte en fortaleza militar para enfrentar la batalla, dando origen a la leyenda de los Niños Héroes y a la erección de un monumento en el siglo XX. El Colegio Militar se vuelve a usar dentro de dos periodos 1861-1863 y 1882-1914.
En medio de esos dos periodos, de 1864 a 1867, el castillo se convierte en la residencia de los emperadores Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota, hecho que desencadenaría nuevos proyectos a nivel urbano, tales como la traza de la calzada que une las puertas del Castillo con las de Palacio Nacional.
Posteriormente, en 1872, el presidente Sebastián Lerdo de Tejada convierte el Castillo en su habitación. Después, Porfirio Díaz también lo usó como residencia oficial presidencial, emprendiendo una serie de modificaciones tanto para el inmueble como para el bosque.
Fue también en el porfiriato, a principios del siglo XX, bajo la dirección de José Yves Limantour, que se restauró el Bosque. Fue la época de gloria en la que se abrieron caminos, se pusieron fuentes, kioscos, esculturas y además se comenzó la excavación para el lago artificial y justo, la casa que hoy es ese centro cultural que yo evoco en mis recuerdos adolescentes.
Años más tarde, ya pasada la Revolución, aquí se construyó el primer zoológico de Latinoamérica en 1924 y con ello llegó a este lugar la vocación de espacio público que se ha defendido hasta la fecha.
La ciudad siguió creciendo y en los años sesenta los chilangos vieron nacer la segunda sección, donde hoy está el Museo Papalote, la Feria y otro lago, más pequeño. En 1974, se inauguró la tercera sección, donde hasta hace unos años hubo un delfinario, espacio que ahora se ha prohibido por nuevas normas contra el maltrato animal. En los siguientes años fueron inaugurados en esta zona los Museos de Antropología, Arte Contemporáneo Rufino Tamayo, el Centro Cultural del Bosque, la Escuela Nacional de Danza Folklórica y el Auditorio Nacional.
Y justo, termino de escribir estas líneas para ir corriendo a mi cita en el Lago Mayor, donde hoy hay Lanchacinema. Será la primera vez que mi hijo pequeño y yo compartamos esta experiencia que, como buen chilanguito, no se puede perder porque dicen por ahí que no se puede cuidar lo que no se conoce así que, nosotros nos vamos, a disfrutar de nuestro bosque, el tesoro verde de la Ciudad de México.