Andanzas en Femenino
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Sin miedo; no los dejemos ganar

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La Rambla, esa famosa zona peatonal de Barcelona, ha sido comparada avenidas como Campos Elíseos, en París o la 5a Avenida de Nueva York. Lugares imprescindibles para quienes visitan estas grandes capitales. Son un símbolo y los terroristas lo saben.

Como seguramente ya sabes, el pasado jueves Barcelona vivió el terror en carne propia. Un atentado más que horas más tarde fue reivindicado por el Estado Islámico (EI) que en fechas recientes, ha optado por dejar de lado las bombas, los ataques suicidas y hasta las armas de fuego para cambiarlas por objetos tan comunes y cotidianos como un auto. Hoy quiero reflexionar en torno al poder del miedo para hacer que las sociedades enteras den pasos hacia atrás en la evolución.

Caminar es el acto más rebelde y valiente que pueden experimentar algunas personas. Yo soy una de ellas. Dar pasos firmes en una calle, avanzar sin temor en parques, banquetas, de cualquier ciudad. Seguir adelante, detenerme a tomar una fotografía de una linda fachada, sin temer que llegue un delincuente menor y me arrebate el smartphone y desaparezca entre la multitud antes de que yo pueda siquiera tomar aire para gritar.

Sin embargo, conozco al menos a una o dos personas que han cancelado los viajes para los que han ahorrado toda su vida tras conocer que por las calles en las que soñaron pasear, se ha cometido un atentado terrorista.

Si nos regresamos mucho tiempo atrás, hasta los atentados del 11-S que fueron un parteaguas en la política migratoria y de seguridad nacional de los Estados Unidos, lo que hizo que muchos desistiéramos en nuestro intento por viajar a ese país. Podemos darnos cuenta de que los terroristas saben cómo ganar batallas. Por años la sociedad norteamericana vivió asustada y, lamentablemente sus últimas decisiones y el empoderamiento de la ultra derecha no nos hacen pensar que han decidido reencauzar el rumbo. Unos días antes solamente, también el mundo fue testigo de cómo grupos racistas radicales atacaron también con un atropellamiento masivo, una manifestación en Charlottesville. La respuesta de Donald Trump ha sido vergonzosa, pero no sorpresiva pues jamás ha ocultado el odio y la intolerancia que le caracterizan ni como persona ni como ahora inquilino de la Casa Blanca.

Tras los atentados en Barcelona, la gente salió a la calle a demostrar que no tienen miedo. Y no es la primera vez.

Si nos remontamos un par de años atrás, al 13 de noviembre de 2015 cuando el EI atacó simultáneamente no sólo la sala de conciertos Bataclán en París, sino puntos tan representativos como el Estadio Nacional de Francia o simplemente las terrazas que han marcado un estilo de vida muy propio de la capital francesa, podremos encontrar un hecho que llama la atención: la respuesta de la sociedad parisina, que por supuesto, desató también el apoyo internacional que volvió locas a las redes sociales.

Ellos también salieron a la calle, se plantaron con la frente en alto para decir que no tenían miedo y cuando se ordenó quedarse en casa, por seguridad, desafiaron al miedo plantando sus zapatos como símbolo. Las terrazas parisinas abrieron pronto y la vida tuvo que seguir, encarando al miedo. Un año más tarde, EI nuevamente golpea a la sociedad francesa, con un atropellamiento masivo en plena celebración del Día Nacional de Francia, y en una de sus ciudades más turísticas: Niza. Evidentemente el golpe además de intimatorio y certero, pretendía ser económico. En pleno inicio del  verano, lo ocurrido en Niza puso realmente a Francia a casi nada de elegir un gobierno de ultra derecha. Sin embargo, nuevamente Francia resistió como sociedad y dieron la gran sorpresa, rechazando el discurso de odio e intolerancia del Frente Nacional y dando el beneficio de la duda al novato Emmanuel Macron quien, por cierto, ha dejado caer bastante la popularidad obtenida en campaña, tras las decisiones polémicas de sus primeros 100 días en el Eliseo.

2017 nos trajo la noticia de que la atención del EI se volcaba contra el Reino Unido, en pleno proceso de transición y salida de la Unión Europea. Nuevamente, en un espacio tan simbólico como el Puente de Londres. Otra vez, mismo modo de operar, un atropellamiento masivo. Otra vez, la intención de que la gente abandone las calles, los espacios públicos, la vida social.

Dividir, encerrar, atormentar con el miedo es lo que buscan estos ataques. Saben que el impacto es igual o peor, el terrorismo en el siglo XXI, dado el factor multiplicador que representa el eco que tienen en redes sociales, no requiere del número de víctimas, sino de lo que éstas simbolizan.

Una persona que hace sus compras en un mercado o toma el café en una terraza. Adolescentes que asisten a un concierto, familias que celebran una fiesta nacional, turistas que tal vez ahorraron la vida entera para tomar esas vacaciones, son elegidos como blanco porque el impacto emocional al reconocernos en ellos es exponencial. Sentimos empatía al mirar las sórdidas imágenes por lugares donde tal vez hemos estado, o donde tenemos amigos, o a los que soñamos conocer. El sueño de occidente, el estilo de vida del primer mundo, el momento social en lo que un estilo de vida aspiracional ocupa más tiempo en nuestras mentes y redes sociales que lo real, que nuestra propia cotidianidad.

Sentir el impulso de cancelar un viaje, correr a Facebook a avisar que estás bien o a preguntar su tus amigos turistas si ellos lo están son las reacciones inmediatas pero no atrevernos a ser de las 3000 personas que en los primeros minutos ofrecieron su ayuda incondicional a esos desconocidos que se sentían perdidos tras un episodio de violencia como este.

¿Es que acaso esa aparente y virtual empatía puede llevarnos a dejar de salir a la calle y detener nuestra vida para que no nos atropelle un auto conducido por un terrorista? ¿Estamos dispuestos a dejar de sentarnos en una plaza, un parque, un café al aire libre? ¿Queremos que nuestros hijos e hijas dejen de jugar, viajar y sentirse felices descubriendo el mundo? Si nuestra respuesta es sí a alguna de estas preguntas, es momento de hacer un alto y encarar al miedo. En México hemos vivido atentados, quizá no del EI, pero sí del crimen organizado y los cárteles de las drogas. ¿Lo que pasó aquel 15 de septiembre en Michoacán tuvo el poder de hacer que dejemos de dar el grito en las fiestas patrias? Por fortuna, no ha sido así.

El miedo es un monstruo inteligente y de mil cabezas, si queremos escondernos, sabrá donde encontrarnos, pero ¿qué hará ese monstruo cuando salgamos a mirarlo de frente? No lo sé todavía, pero seguir andando las calles, seguir saliendo, seguir viajando, seguir conociendo nuevas culturas, son la mejor arma contra los amigos de ese monstruo: el odio y la intolerancia.

En París, en Barcelona, en Nueva York, en Londres o en cualquier lugar del mundo, no podemos dejar que los terroristas nos ganen mediante la victoria del miedo. La calle es y será irónicamente, nuestro mejor refugio para impedirlo y hacerle cara. Sigamos dando pasos firmes

Lo ocurrido en Barcelona también nos sirve o ara reflexionar en torno a sus propios actos de incitación al odio que en recientes fechas, se han visto reflejados en rechazo masivo a los turistas.

El terrorismo puede ser la máxima expresión del absurdo y la descomposición humana, y vaya que España ha sufrido en carne propia históricamente sus alcances. Pero empieza con la semilla del odio y la intolerancia, y es abonada por el miedo al otro, al que es diferente. Este es un monstruo que debe arrancarse de raíz y por el momento, a todos, nos toca, erradicar sus semillas y empezar con un frontal combate al miedo, sólo así, ellos no ganarán.

 

 

 

 

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Elizabeth Palacios

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