Ayer hubo una ceremonia especial en el Palacio de Gobierno de la Ciudad de México pues Ramón Amieva, mandatario capitalino, y El Fantasma, presidente de la Comisión de Lucha Libre en la capital, firmaron el decreto en donde se declaró a la Lucha Libre como Patrimonio Cultural de la Ciudad de México.
Muchos luchadores fueron invitados a esta conmemoración que reconoce a este deporte espectáculo como parte de la cultura chilanga, pero no sólo ellos forman parte de este mundo. Historiadores, narradores, cronistas, diseñadores de máscaras, entrenadores y sobre todo, las personas aficionadas a esta práctica deportiva forman parte de una ya arraigada tradición que da identidad a quienes nacimos en la capital mexicana.
Y es que a las arenas de la capital del país, llegan aficionados de toda la República e incluso del extranjero. De hecho en la plataforma de Airbnb una de las experiencias más exitosas es la de hacer tu propia máscara de luchador y luego acudir a una función a la legendaria Arena México, ubicada en la colonia Doctores.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas y hace unos años, por encargo de mi editor londinense, investigué un poco más de este mundo para un reportaje que fue publicado en la BBC.
Resulta que descubrí que ser luchador puede parecer divertido pero en el fondo, estas personas no cuentan con seguridad social alguna y por ello es bien importante que en la ceremonia el jefe de gobierno se haya comprometido a impulsar la integración de estos deportistas y sus familias en programas de salud, de empleo, de desarrollo económico y de asistencia social pues, de hecho sí viven con muchas carencias.
Hace tres años que yo conocía a Súper Astro quien como cualquier otro luchador mexicano, no se quita la máscara ni revela su verdadero nombre.
Cuando me recibió en su tortería tenía 58 años y me contó que todavía competía de vez en cuando, pero su ocupación principal es administrar su local, famoso por vender tortas enormes, cuyo tamaño obedece a la demanda de sus clientes, en su mayoría luchadores también, que necesitan comer mucha proteína y a un precio accesible. Su torta estrella pesa 2.5 kilos de distintas carnes. Una verdadera bomba con la que muy pocos pueden. Esta torta única se llama Súper Astro Especial, de 41 centímetros de largo, rellena de carne de res, jamón, tocino, salchicha, queso, omelette, cebolla, tomate y aguacate.
Puede que no me lo crean pero este trabajo de tortero, Súper Astro lo lleva adelante utilizando su máscara plateada y negra. El restaurante es pequeño pero en cada rincón hay un homenaje a la lucha libre, el popular deporte mexicano. Cuadros y pinturas de Súper Astro y otros héroes enmascarados adornan las paredes.
No sólo la torta estelar es grande, en el lugar se especializan en vender porciones gigantes para satisfacer las necesidades calóricas de los numerosos luchadores que se encuentran entre sus clientes habituales.
Y es que no siempre pueden pagar una buena comida, ni mucho menos suplementos alimenticios si bien los mejores luchadores mexicanos ganan alrededor de 30 mil pesos en los principales eventos semanales, lo cierto es que a la mayoría se le paga mucho menos.
Súper Astro abrió el negocio en 1986 porque, pese a la popularidad de la lucha libre en el país, a los luchadores se les pagaba muy poco.
Dice que se dio cuenta de que había demanda de un local que sirviera comida en grandes cantidades y a precios bajos. Y al mismo tiempo, el restaurante le daría una fuente más confiable de ingresos.
Casi 30 años después, los luchadores todavía reciben ingresos modestos, sobre todo en comparación con las estrellas de la empresa estadounidense World Wrestling Entertainment (WWE).
Mientras sus luchadores pueden embolsarse fácilmente 2 millones de dólares al año, los mejores luchadores mexicanos ganan alrededor de 1600 dólares en los principales eventos semanales, y a la mayoría se le paga mucho menos.
A pesar de las continuas quejas de los luchadores de que los promotores se quedan con demasiado dinero, simplemente no hay muchos recursos en torno a la industria.
Aunque la lucha libre tiene una base de seguidores leales, su popularidad en México no es como la del fútbol, el béisbol y el boxeo.
Los dos o tres mayores eventos de lucha libre del año pueden atraer a multitudes de 17,000 personas. Pero a la mayoría de las peleas semanales, donde las entradas tienen un costo de alrededor de 300 pesos, van entre 1,000 y 3,000 espectadores.
Numerosas peleas son transmitidas por televisión, pero una de las principales organizaciones de lucha libre, Lucha Libre AAA, de propiedad familiar, sigue haciendo la mayor parte de su dinero por la venta de entradas y el patrocinio.
Su facturación anual es de aproximadamente 20 millones de dólares, muy poco si se le compara con los 500 millones que factura la WWE.
Sin embargo, a pesar de las presiones sobre la lucha libre, las pequeñas empresas que forman su columna vertebral, como los creadores de las máscaras y la propia AAA, mantienen grandes ambiciones para que el negocio prospere.
LA MÁSCARA Y SU HISTORIA
La lucha libre se hizo popular en México en la década de 1930. El uso de máscaras comenzó casi al mismo tiempo, cuando un luchador irlandés que vivía en México, conocido como "Ciclón McKey", quiso convertirse en el primer luchador enmascarado.
El "Ciclón McKey" empezó usando una máscara de piel de cabra hecha para él por un zapatero llamado Antonio Martínez.
A pesar de que no le gustó el primer diseño, el irlandés comenzó a pedirle más, y rápidamente otros luchadores lo imitaron y pidieron a Martínez sus propias máscaras.
Víctor Martínez atiende uno de los principales negocios de venta de máscaras profesionales.
El negocio se llama ahora Martínez Deportes, y está dirigido por el hijo del difunto Martínez, Víctor.
Es uno de los pocos fabricantes de máscaras tradicionales de lucha libre en el país.
Produce 450 por semana, a partir de diseños que requieren 17 mediciones de la cara del luchador, y cuestan 1500 pesos, las versiones más asequibles.
Están hechas de fibras sintéticas o artificiales para hacerlas más ligeras y respirables.
A pesar de la disponibilidad de máscaras chinas mucho más baratas, su dueño sigue considerando a Deportes Martínez como un buen negocio.
Esta tienda suministra a la mayoría de los alrededor de 250 luchadores profesionales que hay en México, y en los últimos años creó un sitio web para vender a los fanáticos de la lucha en todo el mundo.
"Mi padre era un perfeccionista y me dejó ese legado. Es mi responsabilidad mantener su prestigio", asegura Martínez.
"Hoy en día las máscaras siguen siendo uno de los elementos clave que dan vida a la lucha libre. Las imitaciones chinas parecen de aficionado, nunca tienen la calidad de una máscara profesional, la calidad no es la misma", añade.
Con o sin máscara, aún con el riesgo de perder la cabellera, la lucha libre sigue y hoy, con la declaratoria como Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México, esperemos que tenga una larga vida y todos podamos seguir disfrutando del deporte de las piruetas en el aire.