Tras la firma de los acuerdos de paz en Colombia una de las principales prioridades es la reconstrucción del tejido social, lograr generar confianza entre antiguas víctimas y victimarios es uno de los retos más desafiantes para quienes se han ‘echado al hombro’ la construcción de paz duradera.
Y a las distintas instancias que están promoviendo la construcción de paz en aquellas tierras se les ocurrió que una herramienta útil para entablar diálogos y procesos de reconciliación en los territorios que más sufrieron las consecuencias del conflicto armado era justo una que ha unido seres humanos desde el principio de los tiempos: un plato de comida.
Fue así como el año que recién terminó, desde la Corporación Centro de Interés Público y Justicia se emprendió un proyecto en cual se pretende empezar a reconstruir esos lazos a través de la comida y su memoria histórica.
El nombre de esta iniciativa es Recetario Gastronómico de la Memoria y se trata de un proyecto que brinda un espacio de encuentro a los actores que vivieron el conflicto que azotó a Colombia en el cual a través del dialogo se busca reconstruir las relaciones sociales que se perdieron por el trajín de la guerra.
La idea nació a partir de la importancia que tiene la comida en la sociedad, y es que siempre que uno tiene un invitado o celebra una fiesta juega un papel fundamental. Además nadie se sienta a comer con otro para enojarse, así que sabiendo que la comida tiene el poder de generar lazos emocionales, conexiones con nuestra memoria y nuestra infancia, además de fortalecer nuestro arraigo con la tierra y la naturaleza, diseñaron esta iniciativa para acercar a los grupos poblacionales que, durante el conflicto armado, fueron enemigos viviendo en el mismo territorio, a través de la gastronomía.
El municipio de Planadas fue el escogido para iniciar el proyecto dado sus antecedentes de conflicto armado, concretamente el poblado de Tolimá donde además se ha venido trabajando con el resguardo indígena Paez-Nasa del corregimiento de Gaitania, los excombatientes del espacio territorial de la vereda El Oso, militares del batallón 18 y campesinos de la región.
Cada uno de los miembros de estos grupos poblacionales tienen muchas cosas que contar a partir de lo que comían en cada periodo de la guerra, lo que están haciendo con este proyecto es tratar de recuperar esos ejercicios gastronómicos y ponerlos sobre la mesa para generar espacios de diálogos que ayuden a reconstruir tejido social.
Y es que se ha comprobado que si hay un momento en el que estas personas han podido hablar abiertamente y sin temor ha sido alrededor de una mesa, mientras se preparan los platillos.
¿Qué hace falta cuando se quiere arreglar un conflicto? Diálogo y ¿en qué momento es cuando las personas conversan de manera más fluida y conectan mejor? Alrededor de una mesa
Estas conversaciones sostenidas durante los diversos talleres de gastronomía territorial, les ha permitido entender que los unen las mismas raíces, que el territorio representa vida, unión, alimento, fauna y flora que se transforman en cultural. Saber que la guerra les impedía disfrutar al máximo del placer de la comida, les permite reconocerse como víctimas y también como victimarios del conflicto, por haber permitido que la guerra durara tantos años. Les permite, mirar su papel en el conflicto en su justa dimensión.
Usar ingredientes locales que generan arraigos y lazos, evoca a su vez lo más positivo del territorio
Un soldado del Batallón 18 dijo en un programa de radio que yo escuché y, gracias al cual conocí de este proyecto, que un solo plato de comida podía lograr lo que no se logró con años de guerra: hacerles ver que todos tenemos una familia, alguien que nos espera para compartir la mesa. Que todos somos personas y que todos sufrimos de igual manera con los conflictos armados, que en realidad son un gran negocio que beneficia a unos cuantos y que no son los que están en el campo de batalla.
Me conmovió mucho escuchar las anécdotas de cuatro personas que participaron en estos talleres gastronómicos, cada una representando a un grupo social distinto del mismo territorio. Una mujer indígena, un campesino, un soldado profesional y una mujer guerrillera. Al final, lo que escuchaba a través de mi computadora, no era más que las voces unidas de cuatro seres humanos que hoy se ponen a trabajar juntos, que se arremangan la camisa para picar la yuca, el patacón y la cebolla, y que dialogan, se ríen, recuerdan, lloran y se congratulan por estar vivos para contar todo esto tras haber dejado atrás la dolorosa experiencia de la guerra.
Hoy saben que pueden volver a pensar en el otro, sanar las heridas y tejer con el otro y el centro de todo es la alimentación porque permite reconocer el arraigo territorial, el nivel de violencia, de reconciliación y de resiliencia de las comunidades y hacer una cartografía social para identificar los estigmas que uno tenía sobre los otros y viceversa. En el pasado, habría sido imposible ver a esta gente sentada en una misma mesa. Ellos estaban acostumbrados a escuchar el plomo pero hoy quieren vivir en paz, alrededor de la misma olla, que representa a todo un país.