Si algo ha podido enseñarnos esta cuarentena es que los hábitos pesan y los malos hábitos, se sienten más pesados en nuestros hombros. A algunos, esos malos hábitos lamentablemente incluso les están costando la vida.
Muchas de las personas que están muriendo por COVID-19 tenían problemas de salud que habrían podido evitarse con sencillos hábitos de alimentación y ejercicio constante. Pero no, en México la verdadera pandemia parece estar relacionada directamente con problemas de obesidad crónica, la diabetes e hipertensión que de ello deriva, y que por supuesto, es consecuencia de años y años de una inexistente política que pueda garantizarnos el derecho a la alimentación y el derecho a la salud.
Así que no, siendo gordos y pudiendo salir libremente a comer chatarra en cualquier esquina no éramos felices, solo creíamos que lo éramos, era un placer efímero que ocultaba todas nuestras frustraciones, ansiedad y depresión colectiva.
Circulan en redes otras imágenes que pretenden ser graciosas, de gente aventándose en el metro, atiborrado en hora pico, con la leyenda… éramos felices y no lo sabíamos. Pero no. Tampoco éramos felices en ciudades que no cuentan con alternativas para una movilidad sustentable, ni pasando cuatro horas cada día tratando de llegar de la casa al trabajo, porque la desigualdad y el desarrollo no sustentable no nos ha permitido siquiera adquirir una vivienda digna dentro de la ciudad en la que encontramos trabajo y que ahora vemos que aunque nos tiene endeudados con hipotecas impagables, ni siquiera tenemos un balcón para bailar o un jardín en la azotea porque las reglas de nuestro “roof garden” clasemediero no lo permiten.
No éramos felices porque hace años que nos vemos obligados a vivir atorados en un absurdo tránsito vehicular y al mismo tiempo, nos han dicho que es normal desear cambiar el coche que manejamos por uno mejor, o más grande, aunque no seamos siquiera capaces de compartirlo.
¿Éramos felices con los centros comerciales abiertos y visitándolos cada semana? No lo creo, sabiendo que la industria de la moda rápida cuyas tiendas inundan el mall destruye a nuestro planeta casi tanto como la industria del petróleo. Tal vez, creíamos que éramos felices comprando esa ropa, pero ¿lo éramos? Tratando de imitar patrones de belleza ajenos a nuestra realidad, a nuestros cuerpos y a nuestra cultura queríamos sentirnos diferentes. Más jóvenes, más delgados, más aceptados. No, eso tampoco nos hacía felices.
¿Éramos felices antes cuando no nos prohibían abrazar a las personas? No, no lo éramos porque, aunque nadie nos encerrara en casa preferíamos pasar un sábado entero frente al televisor o la computadora viendo series que conviviendo con nuestra familia o llevando a nuestro perro a pasear al bosque, o visitando a nuestros padres viejos o a esos amigos que sabemos que están vivos solo porque hemos leído sus posts de Facebook o porque le dieron like a nuestro último meme. No nos engañemos, el aislamiento social que padecemos no tiene nada que ver con Susana Distancia. Hace mucho que decidimos aislarnos al no conocer ni a nuestro vecino, al no saludar al que pasea al perro en el mismo parque, al ver a nuestras familias solo en navidad y eso porque nos obliga la tradición.
¿Fuimos felices cuando viajamos, pero todo lo vimos a través del lente de nuestra cámara? No, porque ahora necesitamos repasar una y otra vez nuestro Instagram para recordarlo, pero ¿nos dimos tiempo para sentir la arena en los pies, la brisa en la cara, el frío calando los huesos?
Este confinamiento impuesto nos estresa y nos molesta porque sabemos que desde antes habíamos decidido confinarnos a nuestro mundo pequeño, ese que vemos detrás de una pantalla. Que desde antes habíamos pasado varios fines de semana acumulando pines en Pinterest que ponían “en orden” nuestros sueños y aspiraciones de consumo.
Porque desde antes habíamos decidido viajar sin respetar la naturaleza, sin preocuparnos ni interesarnos por las personas que habitan los lugares a los que llegábamos para solo destruirlos. ¿Éramos felices de ir a espacios naturales donde ya no había pájaros? ¿Éramos felices visitando zoológicos y haciéndonos selfies con animales encerrados “para protegerlos”?
Usemos este tiempo de encierro para reflexionar, entender y enmendar todo el daño que nuestro estilo de vida ha hecho porque toda crisis es una oportunidad y en esta, tú decides, en qué la vas a aprovechar.