Uno de los factores que más estrés han provocado en la cuarentena, al menos en la Ciudad de México, fue el hecho de tener que permanecer encerrados, en espacios que oscilan entre los 45 y los 65 m2 en condiciones de hacinamiento, sin acceso a espacios verdes, sin una buena iluminación natural o ventilación adecuada.
Y es que, cuando pasas muchas horas fuera de casa, trabajando, estudiando y en tus diversas actividades, puede que te hayas “adaptado” a vivir en estas madrigueras urbanas. Total, si solo las usas para dormir puede no ser tan relevante no contar con una terraza, un balcón, un jardín o al menos acceso a la azotea de tu edificio para contemplar el atardecer.
Sin embargo, la pandemia nos vino a restregar en el rostro todas las carencias de lo que sentíamos era una vida digna urbana.
Querer comprar o renta una casa con jardín en la Ciudad de México es prácticamente imposible para la clase media, ya ni hablar de las clases más desfavorecidas. Los espacios verdes han sido hasta ahora un privilegio de quienes pueden pagar más por sus viviendas. Los demás, tenemos que conformarnos con acudir a parques o espacios públicos y en algunas zonas de la ciudad, ni siquiera eso.
Pero más allá del ocio y el disfrute del contacto con el exterior, en esta pandemia también nos dimos cuenta de lo frágiles que somos los seres urbanos, completamente dependientes pues no tenemos ni idea de cómo proveernos de alimentos si el sistema de abasto colapsa.
¿No debería acaso considerarse un derecho el poder producir nuestra propia comida? Pero eso necesita espacio, luz del sol, agua, tierra. ¿Cómo podemos entonces ejercer ese derecho? Pues es momento de repensar el espacio público y apropiarse de él con un objetivo clave: la supervivencia.
Tal parece que esto no es algo nuevo y varios ciudadanos e incluso el mismo gobierno, hay que reconocerlo, se habían dado cuenta ya de la importancia de construir huertos comunitarios donde las personas podamos aprender a cultivar comida sana y al mismo tiempo, podamos fortalecernos como comunidad.
¿Sabías que la Ciudad de México es una de las ciudades con más huertos urbanos que hay en América Latina? Pues sí, yo también me sorprendí al leerlo y es que tal vez, por ser una ciudad tan enorme, estos pequeños esfuerzos se pierden en la inmensidad del concreto.
Por fortuna los huertos urbanos, las azoteas verdes y la agricultura en la periferia, en las zonas que siguen siendo rurales, están creciendo y la pandemia puede ser su gran oportunidad de por fin ser foco de atención en las políticas públicas.
La agricultura urbana ha aumentado frenéticamente en los últimos años. La búsqueda de las personas por encontrar alimentos sanos, libres de transgénicos, herbicidas o pesticidas, y por lo tanto conseguir más seguridad sobre lo que comen, ha llevado a la población a sumar un gusto y una valoración por los alimentos crecidos en casa o en establecimientos colectivos.
La ciudad de México en esta tendencia se ha ganado un lugar especial. No se trata solo de azoteas verdes o huertos urbanos, también de la agricultura de la periferia para vender productos agrícolas limpios y locales (y que suelen favorecer a personas con escasos recursos).
Ojo, algo que recién aprendí es que por muy buenas prácticas que tengamos en la CDMX (esto es hipotético claro), no podremos certificar como orgánicos los alimentos producidos aquí, pues la calidad del aire y del agua no son óptimas. Pero bueno, al menos las prácticas de agroecología sí pueden ser garantía de alimentos más limpios.
Hace un año la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO) publicó un estudio sobre las ciudades que más están haciendo agricultura urbana en Latinoamérica, entre ellas está el D.F. en el puesto número dos.
La primera es La Habana, Cuba, donde al menos 90.000 residentes practican la producción de alimentos, ya sea cultivando huertos caseros o trabajando en los huertos y las granjas pecuarias comerciales de la ciudad. ¿Nos sorprende? ¡Claro que no! Si Cuba ha sido un país golpeado por un bloqueo absurdo que ha tenido a su población en condiciones de precariedad alimentaria por años. De hecho, se habían tardado ¿no?
Respecto a la Ciudad de México, el estudio informa que tan solo el gobierno de la ciudad hasta ahora cuenta con 244 azoteas verdes. Además, es considerada una ciudad que tiene una afluencia de agricultura periurbana considerable (gracias a Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta) y han estado esparciéndose huertos urbanos de importante concurrencia como Árbol Chiquito, el Centro Verde Azcapotzalco, Chula Verdura, Al Natural, Siembra Merced, Cultivo de Autor, el Huerto Tlatelolco, el Huerto Roma Verde y el Huerto Romita.
Lamentablemente algunos de estos espacios son muy pequeños y su impacto por tanto no es tan grande, aunque lugares como el Huerto Roma Verde y el Huerto Tlatelolco se han convertido en oasis de esperanza para los que creemos que sí se puede hacer trabajo comunitario aún en las ciudades gigantes.
En el listado, después de la capital mexicana se encuentra Antigua y Barbudas, paraíso tropical donde crecen 280 toneladas de hortalizas anualmente, lo que hace que el 10% de la población consuma alimentos producidos en los hogares. La meta en la ciudad es cultivar hasta 1.800 toneladas anuales de hortalizas en los patios de los ciudadanos. ¡Qué maravilla! ¿no creen?
El cuarto lugar lo ocupa Tegucigalpa, Honduras. Ahí, desde 2009 cuatro grandes asentamientos urbanos de escasos recursos han estado sembrando huertos familiares en los patios con cosechas de ábano, cilantro, lechuga y pepino.
Por último, en quinto lugar, encontramos a Managua, Nicaragua. Allí se está implantando un programa del gobierno para crecer hasta 250.000 huertos domésticos en las ciudades de todo el país. Hoy, gracias a este programa, muchas familias han duplicado el consumo de hortalizas.
No debe sorprendernos que estas cinco ciudades ocupen los lugares principales de la lista, pues en todas ellas es bien conocida la situación de pobreza y desigualdad que viven sus habitantes y es esperanzador que comiencen a empoderarse produciendo su propia comida. Ahora, sumémonos más personas a este movimiento por espacios dignos, pero también, por nuestro derecho a cultivar alimentos sanos, limpios y justos en nuestras ciudades.