Sin embargo, hacerlo no fue sencillo pues el pueblo estaba cerrado y había que hacer ciertos trámites para poder ingresar y demostrar que no veníamos a turistear sino a quedarnos, de manera responsable, a vivir aquí.
Durante este tiempo he estado leyendo muchos cuestionamientos y posturas muy divididas en torno a la decisión que las autoridades locales tomaron de cerrar el paso al turismo, sobre todo considerando que, para el municipio de Tepoztlán, la actividad representa un buen porcentaje de su economía.
Sin embargo, según datos del INEGI, es la agricultura la que sigue siendo la actividad económica preponderante en este municipio morelense, no el turismo y, si bien nadie niega que muchos empleos son generados por hoteles, restaurantes y tiendas, lo cierto es que, ante la falta de infraestructura hospitalaria para la atención de un brote epidémico, Tepoztlán se volvió un sitio seguro mientras estuvo cerrado.
Cuando nosotros llegamos, nos encerramos de manera voluntaria también los rigurosos 14 días de observación. Seguíamos las mismas reglas que en la Ciudad: solo una persona iba una vez a la semana por víveres y nos enfocamos en arreglar la casa, el jardín y todo lo necesario para que nuestra nueva vida fuera lo más cómoda posible y pudiéramos seguir trabajando y estudiando a distancia.
Entre semana el pueblo lucía vacío pero la gente se veía tranquila, con una vida bastante normal. Hablé con varias personas, amigos, vecinos y conocidos, y todos coincidían en que, si bien sí hacía falta el dinero, las ventas estaban bajas y varios comercios habían tenido que cerrar temporal o permanentemente, preferían eso que tener muchos enfermos porque en efecto, aquí no hay hospitales.
Luego vino la medida de que solo con reservaciones en hoteles certificados los foráneos podían ingresar. Muchos criticaron eso, sin embargo, lo cierto es que eso permitió conservar empleos y tener un mejor control del flujo de personas al pueblo. Debo decir también que nunca verifiqué si los protocolos sanitarios en esos lugares de verdad funcionaban, lo que sí vi es que, en todos los locales, así fuera una tiendita de esquina o una tortillería sencilla, había gel antibacterial y la gente trataba de respetar el uso del cubrebocas. Claro, no todos se ponían el gel, hay que decirlo también, pero los locales cumplían con poner a disposición de la gente los tapetes y el gel para su uso.
Posteriormente empezaron a admitir que la gente viniera sin reservación de hotel, pero sí de restaurante. Eso permitió abrir más negocios, aunque nuevamente, no todos los lugares realmente ponían atención en detalles de higiene. Pero la actividad económica poco a poco se iba recuperando.
En las calles y los lugares nunca percibí molestia, pero entrar a las redes sociales y grupos locales era entrar a lugares de odio, con comentarios malintencionados tanto para quienes apoyaban la postura de mantener cerrados los accesos al pueblo como para quienes ya querían que se abriera.
Igual muchos visitantes que catalogaban la medida como elitista, varios con razón, decían que la medida era anticonstitucional y de pronto, de la noche a la mañana mucha gente estaba preocupada por sus garantías individuales, que en esta situación se traducía en su derecho de venir a tomar una michelada. Ojalá toda esa conciencia sobre sus derechos humanos se viera igual de sólida cuando se trata de temas más graves que se viven en México.
Lo cierto es que, yo que viví por cinco meses el encierro en un departamento de 50 m2 en la Ciudad de México, entiendo la urgencia de la gente por venir a darse una escapada de fin de semana, pero ahora que vivo aquí en Tepoztlán, me doy cuenta de que ese tipo de turismo que desea escapar y venir a echarse unas cervezas, son las personas que menos respetan las reglas de sana distancia y prevención de contagios.
Venir de una ciudad con tantos casos a un pueblo que apenas supera los 50 casos y donde no hay hospitales, no solo es egoísta, sino que es criminal. Y, además, Tepoztlán no fue el único pueblo donde se decidió restringir el paso a la gente de fuera en estos meses.
Hace muy poco, el diario norteamericano Chicago Tribune dio cuenta de ello en un amplio reportaje donde reportó los casos de poblaciones en Guerrero, Oaxaca y, por supuesto, Morelos.
La periodista Jean Arce relata en su texto que, desde playas vírgenes de la costa de Guerrero hasta parajes de geografía insólita en Oaxaca, espléndidos destinos turísticos de México han sido cerrados a los visitantes por sus pobladores, temerosos de que traigan consigo la COVID-19.
Para cuando ese reportaje fue publicado, en México había apenas 5300 personas infectadas y 400 fallecidas. Hoy, hemos superado los 72 mil muertos y en grupos de Facebook sigo leyendo a los detractores de estas medidas argumentando que esto es un invento para controlarnos.
Los padres de dos de mis mejores amigas fallecieron ya a causa de este virus. Yo no he visitado a mis padres en 7 meses, ya que ambos son diabéticos, hipertensos y claro, adultos mayores. No conozco a mi sobrino, que nació en mayo, y todo para protegerles porque sabemos que las personas más jóvenes podríamos ser portadores asintomáticos.
¿Cómo podemos pensar que una pandemia así no va a asustar a los habitantes de muchas comunidades, algunas incluidas por autoridades en la lista de "pueblos mágicos", para impulsar el turismo, pero que más allá de sus atractivos cuentan con precarios servicios de salud?
Cuando llegué al pueblo a vivir, lo primero que hice fue ubicar los servicios sanitarios. Preguntar qué se hace aquí cuando hay una emergencia. La respuesta es: ir a Cuernavaca o a Cuautla. Aquí hay un Centro de Salud y, el otro día en una de mis caminatas matutinas vi una clínica del ISSSTE que luce casi abandonada.
En condiciones mucho peores están lugares con playas paradisiacas en Guerrero y Oaxaca, donde las policías comunitarias estuvieron impidiendo el paso a los turistas para cuidar a sus ciudadanos. Un ejemplo de esto es el pueblo de Tezoatlán, Oaxaca o Marquelia, en Guerrero.
¿Qué si no se pensó en las consecuencias? ¡Claro que sí! Las restricciones de acceso suponen un gran sacrificio para la economía de estos pueblos, y para la economía mexicana en general pues el turismo representó 8,7% del PIB en 2019, con 45 millones de visitas e ingresos por 24.563 millones de dólares, según el gobierno federal.
Pero, ¿a dónde van a acudir los pobladores de Barra Vieja, Playa Ventura, Marquelia, Pico del Monte o La Bocana? Si el hospital más cercano está a más de dos horas de camino y no cuenta siquiera con ventiladores o terapia intensiva.
En Morelos nos quejamos, pero en Oaxaca, uno de los estados más turísticos por su enorme patrimonio cultural y natural, unas 70 localidades mantienen bloqueado el paso por temor al nuevo coronavirus, y lo mismo está pasando en Chiapas. ¿Violación a la Constitución? Sí, claro que lo es, pero en comunidades donde siempre se han pisoteado derechos elementales como el derecho a la salud y a la vida, el derecho al libre tránsito se vuelve pecata minuta.
Hasta el cierre de este artículo, entre los municipios cerrados estaban Santa María Huatulco, que bloqueó el paso a sus célebres playas del Pacífico, y San Lorenzo Albarradas, donde se ubican las cascadas petrificadas conocidas como Hierve el Agua.
Puerto Escondido, playa del municipio San Pedro Mixtepec, cuyas poderosas olas atraen a surfistas de todo el mundo, también trancó sus accesos y cerró todos los hoteles y apenas está comenzando a abrir poco a poco.
Tal como bien lo señaló en su momento el Chicago Tribune: “Los municipios no pueden bloquear legalmente accesos ni imponer restricciones de tránsito, pero las autoridades estatales han cedido para evitar conflictos con los pobladores, al tiempo que enviaron soldados de la Guardia Nacional para supervisar su implementación”.
Así que, ahora que Tepoztlán abrió de nuevo gracias a que Morelos está en semáforo amarillo, seamos viajeros conscientes, respetemos las normas, acatemos las medidas de higiene y seguridad porque el placer de caminar por las lindas calles empedradas, de ver nuestras montañas cubiertas de densa niebla en estos días de lluvia, la delicia de comer itacates en el mercado o tomarse una cerveza en una de las muchas terrazas que hay en el pueblo no vale la vida de una persona. ¿De verdad quieren a México y sus pueblos mágicos? Pues apoyemos a cuidar a su gente, pues sin ella, nada de la esencia de estos pueblos sería igual.