Cuando somos jóvenes contamos los minutos para abrir nuestras alas y volar del nido. Nos queremos comer el mundo, literalmente, y no nos damos cuenta de que atrás dejamos a las personas que nos guiaron y acompañaron precisamente en el proceso de maduración y fortalecimiento de esas alas que nos urge estrenar.
Sin embargo, conforme pasa el tiempo, cuando nos volvemos adultos, tenemos trabajo, nuestro propio dinero y tal vez incluso, nuestra propia familia, muchas veces sentimos la necesidad de volver, de echar atrás el tiempo y recostarnos el regazo de nuestra madre, sobre todo cuando necesitamos recordar que siempre habrá alguien que nos quiera, tal y como somos.
Pero en medio de estos dos extremos, la vida nos regala millones de oportunidades de seguir cultivando una relación saludable y una conexión emocional benéfica para ambas partes con nuestra madre, y si hay un elemento que puede ser crucial para ello, son los viajes.
Cuando somos jóvenes tal vez no nos damos cuenta de todo lo que ella tuvo que sacrificar por sacarnos adelante. Tal vez no comprarse esos zapatos, ese vestido o ese reloj para poder completar el pago de nuestro colegio, o nuestras clases vespertinas. Pero ¿a cuántos lugares ella habrá querido viajar y no pudo hacerlo por estarnos criando? Se los digo como madre, aunque soy viajera, ha habido muchos viajes que no he podido vivir porque mis hijos me necesitan cerca.
Es momento entonces de agradecer a la vida que nuestra madre sigue aquí, para regalarle un viaje, algo que en realidad será un obsequio mutuo de amor, de diversión, pero también de tiempo de calidad, de espacio para conocerse como personas adultas.
Las madres no son súper heroínas inalcanzables y perfectas, son seres humanos, con emociones, frustraciones, errores, defectos y virtudes, como cualquier otra persona. En un viaje podemos descubrir más de esa persona a la que tanto amamos.
Tal vez en el fondo tu mamá ama la naturaleza y la aventura, o la lectura de un buen libro frente al fuego, o quizá bailar a la luz de la luna en un bar de playa. Un viaje en la edad adulta es la perfecta oportunidad para re-conocer a tu madre, más allá del vínculo tradicional.
La mamá de mi mejor amiga acaba de cumplir 70 años y siempre me ha gustado la forma en la que ellas siguen unidas. Han viajado juntas, han patinado sobre hielo, han jugado y no dudo que esa relación saludable, esa energía entre madre e hija, ha sido clave para que la señora esté fuerte y saludable. Siempre que las veo juntas, me regresan la esperanza y me demuestran que las familias felices sí pueden existir, solo sostenidas en lazos que se tejen todos los días
Yo hubiera querido más tiempo para viajar con mi madre, cuando ella tenía mejor salud. Aun así, antes de la pandemia pudimos viajar en familia, a un pequeño pueblo mágico. Pero no es lo mismo, me habría gustado poder hacer viajes con ella sola, sin embargo, ahora no es posible pues su condición de discapacidad hace que no me sienta capaz de cuidarla sin la ayuda de alguna otra persona.
Por eso, la principal razón para viajar con su mamá es para agradecer el privilegio de seguirla teniendo, de que siga saludable y fuerte, dedicarle tiempo, es el mejor regalo que le podrán hacer, y eso no tiene precio.