Andanzas en Femenino
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¿Trotamundos? ¡Empaca la tolerancia y desecha el miedo!

Hoy las calles de París se cubrirán de gente con emociones encontradas. Algunos hablan de rabia, otros de tristeza o miedo, pero los más, hablan de indignación. Los que salgan a la calle lo harán para reivindicar sus convicciones. 

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Algunos lo harán porque creen en la libertad de expresión, otros tantos, porque quieren paz y manifestarán su rechazo al terrorismo y la violencia, otros clamarán por tolerancia y respeto, algunos más se pronunciarán contra el fanatismo.

El fanatismo es como ese fantasma que parece no dejar al mundo evolucionar en paz. Gracias al blog De Tinta Somos, de mi amigo Javier Martínez Staines hoy recordé que el escritor israelí Amos Oz apunta que “el fanatismo es más viejo que cualquier  Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”. Por desgracia, ha estado presente siempre en la naturaleza humana, por ello Oz lo denomina “el gen del mal”.

Pero, ¿cuál es la esencia del fanatismo?. El mismo escritor lo define como el deseo de obligar a los demás a cambiar. Y visto así, resumido en una pequeña frase, podría sonar simple. Igualmente, podría sonar simple que entonces, la receta para erradicarlo de la faz de la tierra debería ser comenzar a aceptar al otro y respetarlo. Y ahí pareciera radicar el problema.

¿Por qué estamos abordando este tema en una columna de viajes y estilo de vida? pues por la simple y sencilla razón de que las personas que viajan y quieren conocer otras culturas deben aprender a erradicar de sus equipajes los prejuicios y la intolerancia.

Ponerse en los zapatos del otro, respetar las costumbres, tradiciones, culturas y expresiones de los demás. ¿Sólo eso va a combatir el terrorismo? Por supuesto que no, pero sí va a combatir nuestro miedo, ese que si no sabemos manejarlo, nos puede cortar las alas y paralizarnos.

¿Qué nos ha enseñado la historia que ocurre después de los ataques terroristas? Las decisiones empiezan a ser tomadas a partir de lo que nos dicta el miedo. Se endurecen las políticas migratorias, se refuerza la seguridad en aeropuertos, las fronteras se vuelven más difíciles de cruzar. Pero en nosotros, como individuos, ¿qué ocurre?

Tratamos de informarnos, si estamos lejos de casa queremos volver lo antes posible, o si pensábamos viajar, algunas veces incluso lo cancelamos. Pero hay algo más grave que el miedo nos empuja a hacer y, muchas veces, ni siquiera lo notamos. Comenzamos a juzgar.

Señalamos al que es distinto, al que no piensa como nosotros, al que alza la voz, al que no profesa nuestra religión o nuestra cultura. Comenzamos a discriminar. Y para ello ni siquiera necesitamos salir de nuestra ciudad. Discriminamos sin razón, rechazamos la diversidad cultural y la pluralidad que distingue a las ciudades, comenzamos a mirar con recelo a los demás. La discriminación no proviene de otro lugar que no sea el miedo.

El pasado viernes fue frío y nublado en París. Las rebajas de enero estaban a todo lo que da pero aún así, las tiendas de las Galerías Lafayette y la avenida Champs Elysées lucían vacías. En los bistró sólo se vieron las noticias y no se habló de ningún otro tema que no fuera el atentado perpetrado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo el pasado 9 de enero.

El año pasado, un frío enero yo estaba haciendo maletas y alistando pasaporte para pasar mi primer invierno en París. La imagen que yo tengo en la memoria es de un París que no se detiene, que sale a la calle, que disfruta sus espacios públicos, que llena los bares y los cafés. Un París donde he conocido europeos, norteamericanos, canadienses, australianos, latinos, árabes, indios, gitanos, asiáticos y africanos. Todos viajan juntos en silencio en el metro. Muchos son amigos y se reúnen en alguna esquina para divertirse. Algunos han formado familias interraciales, interculturales o interreligiosas. Sí, no se puede generalizar, tal vez las personas extranjeras que viven en Francia pueden tener percepciones y opiniones muy distintas a la mía, pero yo sólo hablo del París que conozco, del que he visto y donde me enamoré de un artista francés de origen argelino, que por supuesto, ni es terrorista ni es fanático, ni mucho menos fundamentalista, y que está igual de consternado que cualquier otro ciudadano que crea en la libertad y los derechos humanos como principios básicos de convivencia social y democracia.

Por otro lado, mi amigo Fabián está de vacaciones actualmente en París, su novia es parisina y su familia los ha hospedado durante las fiestas decembrinas. Así que convertí a los ojos nuevos de Fabián en mis ojos en París para tratar de entender lo que están viviendo los viajeros que fueron sorprendidos, como todo el mundo, por los ataques terroristas.

Fabián es estudiante de periodismo y, si no me equivoco, andará rondando los 24 años. Por ello su mirada fresca me ayuda a tratar de entender lo que el viernes, cuando estaba terminando el día en el que la gente siguió por radio y televisión la persecución a los terroristas responsables del atentado del 9 de enero, se percibía en la vida cotidiana de las calles parisinas.

Me cuenta que le parece una sociedad muy informada. La gente común sigue las noticias y está al tanto de lo que el gobierno ha dicho. Evitan salir a las calles donde consideran que podría ser peligroso. Él percibe algo más fuerte que la consternación. Le llama indignación.

Él percibe que todos están indignados, sin importar raza o color de la piel, mucho menos religión. De hecho, son los musulmanes los que más condenan los hechos. Todos, no sólo el gobierno, sino la gente de a pie rechaza la islamofobia. Se dice abiertamente que los extremistas son minoría en Francia, se invita a la tolerancia. Mi amigo está sorprendido pues dice no haber percibido una indignación generalizada así en México, ni siquiera por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, a pesar de que esta causa ha movilizado a mucha gente.

Muchos han criticado a la revista Charlie Hebdo por sus contenidos e imágenes satíricas enfocadas en la religión musulmana, sin embargo, en las calles de Francia se comenta que aquellas viñetas no sólo hacían sátira de esa religión, sino del fanatismo extremo de cualquier religión. Y sí, durante los últimos días han comenzado a circular por internet los dibujos de muchos de los ahora fallecidos con una crítica ácida y mordaz hacia cristianos, judíos, católicos, musulmanes y budistas. Todos parejo.

Escuché en Radio Francia Internacional, a un ciudadano francés que vivió muchos años en América Latina decir que uno de los caricaturistas asesinados no sólo hacía viñetas satíricas. También hizo por muchos años dibujos animados para niños, por lo que muchos crecieron con sus viñetas y son un referente de la infancia de toda una  generación en Francia. Él dijo textualmente que lo que él sentía sería equiparable a lo que un latinoamericano experimentaría  “si Quino y Chespirito hubieran muerto al mismo tiempo”.

Opiniones y sentimientos en torno a los hechos que asombraron al mundo el pasado miércoles hay muchas. Pero no  basta condolerse, para frenar la violencia hay que combatirla con la fuerza de la razón. Analizar las  causas históricas que mueven a los terroristas, sin que estudiarlo signifique justificar los atentados, que a todas luces son reprobables.

No sólo se trata de decidir si somos Charlie, Amhed, Francia, Argelia o México. No es un asunto de si somos cristianos, judíos o musulmanes en un hashtag y subirlo a las redes sociales. Se trata de que por fin entendamos que, si queremos comernos este mundo y recorrerlo en todos sus rincones, debemos hacerlo sacando de nuestro equipaje los prejuicios y el miedo, y empacando la tolerancia y el respeto, para que siempre nos acompañen como ciudadanos del mundo.

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Elizabeth Palacios

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