Peor aún, el 8 de marzo de 2016 habrán pasado 15 días del brutal asesinato de dos turistas argentinas ocurrido en Ecuador. “Ellas viajaban solas”, han publicado los distintos medios de comunicación, enviando un mensaje de culpa sobre las propias víctimas ante su absurda y violenta muerte.
La primera aclaración que inundó las redes sociales en esta semana fue Ellas no viajaban solas, claro que no. Ellas eran dos mujeres que viajaban juntas. Ellas eran dos mujeres ejerciendo su derecho al libre tránsito, cumpliendo un sueño, recorriendo el mundo juntas.
¿A qué se refieren los medios cuando dicen “ellas viajaban solas”? ¿Es que acaso las mujeres estamos obligadas a incluir siempre a un hombre como accesorio de viaje? ¿Es que ser dos no es suficiente para no estar sola, sin importar el género?
La carta que se hizo viral inicia con tres palabras terribles: “Ayer me mataron” y hay un párrafo donde en pocas palabras, la autora resume la triste realidad con la que las mujeres del mundo despertaremos este 8 de marzo, y todos los días: “Al ser mujer, [el crimen] se minimiza. Se vuelve menos grave, porque claro, yo me lo busqué. Haciendo lo que yo quería encontré mi merecido por no ser sumisa, por no querer quedarme en mi casa, por invertir mi propio dinero en mis sueños. Por eso y mucho más, me condenaron”, dice la carta que ha sido compartida más de 600.000 veces en Facebook.
¿Qué mensaje mandan los medios que iniciaron sus cabezales con un “ellas viajaban solas”? Que las mujeres no tenemos derecho a cumplir nuestros sueños. Que el mundo es un lugar lindo para recorrerse, siempre y cuando te acompañe un hombre. Nada más absurdo y retrógrada.
Tengo 42 años y viajo sola desde hace 12. Comencé a hacerlo después de divorciarme porque mi ex marido me enseñó que viajar fortalece el espíritu y amplía la mente. No podía viajar mucho, mi situación económica era limitada. Pero cada que podía me escapaba a algún pueblo mágico, a una vieja hacienda, a practicar algún deporte de aventura o simplemente a mirar un atardecer desde el balcón de alguna posada barata, sin importar si era en una ciudad o un pequeño poblado. Unos meses después me enamoré y volví a tener una pareja. Una de las primeras discusiones fue porque en medio de una de esas escapadas de fin de semana mi teléfono no tenía señal. Él no estaba acostumbrado a que “su novia” tomara una maleta un sábado en la mañana y apareciera hasta el lunes. ¿Por qué no habría de hacerlo? Era un fin de semana en el que no teníamos planes juntos pues él tenía trabajo y yo simplemente tenía tiempo, dinero y ganas de viajar. ¿Qué me lo impedía? ¿Ser “su mujer”? Definitivamente él tuvo mucho que aprender para lograr quedarse en mi vida por tres años más. Tuvo que acostumbrarse a mi espíritu libre.
Después de la separación, y cuando mi hijo menor era apenas un bebé, yo recibí una beca para viajar a Sudamérica. Y por supuesto, la acepté. Y viajé sola.
Lo mismo pasó después en Brasil, donde incluso visité zonas de alto riesgo, con mucha delincuencia. Después hice lo mismo en Europa pero la primera vez que tuve que salir corriendo ante el acoso de un hombre fue en las escalinatas de la catedral de Sacre Coeur, en París.
Yo disfrutaba tranquilamente del espectáculo de un músico callejero inglés. Junto a mí había un grupo de chicas, evidentemente también turistas porque hablaban español. Platiqué un poco con ellas, eran argentinas. Pero yo soy una ermitaña así que volví a mi sitio en soledad para disfrutar la música. Eran las 10 de la noche, quizá un poco menos. Hacía un frío terrible, era 1 de febrero, pero el músico seguía tocando en su propia versión, los éxitos del pop-rock inglés que más me gustan.
Noté que algunos inmigrantes con acento árabe y africano vendían cerveza a los turistas. Rechacé más de una vez la oferta. De pronto un hombre alto cayó encima de mi, argumentando que se había tropezado, comenzó a disculparse. Después quiso enmendar su torpeza invitándome una cerveza. Le dije amablemente que no. Ya me habían advertido que tuviera cuidado con los árabes pues a veces podían malinterpretar la amabilidad de las mujeres solas. Yo creía que eso era sólo un prejuicio con tintes racistas, que no todos pueden ser así.
Le dije que no quería la cerveza porque tenía frío. El hombre se levantó y bajó corriendo las escalinatas. Pensé que se había ido. Unos minutos más tarde volvió con un café caliente para mí. Le agradecí y lo acepté pues me parecía un gesto amable de disculpa por haber caído sobre mí en su tropezón.
Grave error. En cuanto tomé el vaso, el hombre se sentó a mi lado e intentó tocarme. Puso su brazo sobre mi hombro y comenzó a acosarme, ahí, ante los ojos de todos. Le dije que por favor se fuera, le devolví el café, nada era suficiente, no parecía entender razones.
Me levanté y dije que tenía que irme pero confieso que tenía miedo. Y tuve que inventar que mi novio me estaba esperando ya en un restaurante. El hombre no me creyó, dijo que me quería acompañar. Lo único que me quedó fue correr. Bajé las escalinatas y llegué hasta el funicular de Montmartre, donde me sentí segura porque había policía. Yo quería seguir caminando hasta mi hotel pero el hombre seguía ahí, esperando a que yo saliera de nuevo. Bajé en el funicular y luego tuve que entrar a refugiarme en un bistró. Sólo así logré perder al acosador. El momento fue incómodo y triste. Ese hombre seguramente se divierte acosando mujeres en lugares turísticos, ¿cómo pueden pensar que nosotras nos sentiremos halagadas?
Las mujeres tenemos el mismo derecho que los hombres de viajar y recorrer el mundo, y queremos hacerlo seguras. Solas o acompañadas, de nuestras amigas, nuestras hijas o nuestras parejas. Sin importar el género. Nadie tiene porque cuestionarnos ni advertirnos que “las mujeres no deben viajar solas”. El mundo tiene por fin que entender que las mujeres tenemos derecho a caminar sin miedo, viajar sin miedo, vivir sin miedo. #NiUnaMenos. Marina y María José no viajaban solas, viajaban juntas. Hoy ellas ya no están pero como bien apunta Guadalupe Acosta, la autora de la carta viral en el cierre de su texto: “un día vamos a ser tantas, que no existirá la cantidad de bolsas suficientes para callarnos a todas”. Soy Elizabeth, soy periodista, soy mujer y #ViajoSola. Lo seguiré haciendo toda mi vida porque es mi derecho y el mundo es mi lugar.