“Más vale ser vencido
diciendo la verdad que
triunfar por la mentira.”
Mahatma Gandhi
Estos son tiempos difíciles. Nos enseñan desde pequeños que siempre hay que decir la verdad. Que no es una buena idea andar por el mundo diciendo mentiras porque un día la verdad acaba por saberse. Dicen que nadie miente si se siente fuerte. Sólo miente quien se siente vulnerable y, que por tanto, la mentira es un recurso de los temerosos.
El problema actual, hablo en general y de manera particular, es que todo ha cambiado de manera radical. Por ejemplo, antes podíamos salir a las calles a cualquier hora a jugar con nuestros amigos. Caminar por las calles sin problema alguno. Todos los vecinos se conocían y se saludaban. En mi caso, recuerdo esos juegos como el bote pateado, uno, dos tres por todos mis amigos, los quemados, el burro castigado, la cascarita, etc. Don Jesús llegaba en su caballo a vender leche. Había otra persona que hacía dulces de leche deliciosos… eran otros tiempos. Otra vida. Otra manera de convivir. Todo eso va desapareciendo lenta pero inexorablemente. Y así como eso ha cambiado, hasta la forma de convivir, si le pudiéramos llamar así, ha cambiado para mal. Los vecinos no se saludan. Son completos desconocidos, y eso trae como consecuencia la inexistencia de la vida en comunidad y, por ende, la nula participación en los problemas de la misma.
Y esto, ¿qué tiene que ver con la verdad? ¿O con las mentiras? Así como todo lo mencionado ha cambiado, la verdad está pasando por una transición trágica. Los medios mienten, la publicidad de los políticos miente con el único propósito de engañar a la población y ganar las elecciones. De hecho Jonathan Swift en 1712 publicó su obra “El arte de la mentira política”, es decir, que mentira y política han caminado de la mano desde hace siglos. Tal vez desde el principio de la humanidad para lograr fines personales y perversos. Su definición de la mentira política es la siguiente: “es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin”. Ya esta definición justifica la mentira porque no siempre son falsedades saludables ni tampoco son para un buen fin. Y a través del tiempo hemos creado definiciones para justificar la mentira porque no toda mentira es mala, dicen. De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la lengua, hay mentiras oficiosas, son aquellas que se dicen para obtener un provecho o una ventaja sin producir daño a otro. También hay mentiras piadosas, que son aquellas que se dicen para evitar a otro un disgusto o una pena. Entonces, ¿las mentiras son justificables? Mi opinión es que eso hay que dejarlo como una tarea individual cuando se trata de la vida personal. Sin embargo, decir mentiras cuando el interés público es el afectado no debe ser permitido. Al contrario, debería estar penado. Los políticos tergiversan, sacan de contexto, mienten literalmente para crear prejuicios y para reforzar otros con el único fin de obtener votos. Ganar, aunque después todo lo que hagan sea en detrimento de sociedad.
¿Cómo enseñarles a nuestros jóvenes a actuar con rectitud y ética cuando lo que ven y escuchan son mentiras? La respuesta es sencilla. Actuemos con verdad en nuestros argumentos. Desde la familia, la escuela, los gobiernos, la publicidad en las campañas políticas. Estas serán unas elecciones históricas no permitamos que nuestra juventud se desmoralice. He escuchado a muchos jóvenes decir que no van a votar porque todo lo que dicen algunos candidatos son mentiras. La verdad debe prevalecer. El artículo doce de la Declaración Universal de Responsabilidades Humanas dice textualmente: “Cada persona tiene la responsabilidad de hablar y actuar con veracidad. Nadie, por muy poderoso o elevado que sea, debe decir mentiras. Deberá respetarse el derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional. Nadie está obligado a decir toda la verdad a todos y todo el tiempo.