“Cuando la sangre
es de una mujer maltratada,
la herida es de todos”
Anónimo
Dicen que lo de que no se habla no existe. Hay que saber de dónde venimos para, por lo menos, visualizar, entrever hacia dónde vamos.
Recuerdo a los cinco años estar sentado frente a una tele en blanco y negro, que seguramente nos habían prestado, y, mientras veía el programa, escuchaba los gritos de alguien que implorando gritaba que ya no le pegaran. Los gritos se confundían con lo que sucedía en la televisión y mi mente no alcanzaba a comprender bien a bien lo que sucedía. De repente, mi madre salió corriendo de la casa y la alcanzo a ver. Iba descalza, llorando y gritando. Yo salto, como si me hubiera lanzado un resorte y corro detrás de ella. Bajamos la calle de Degollado y dimos vuelta en Matamoros. Yo corría detrás de ella y, en su carrera volteó para ver si la seguían. Afortunadamente no había nadie más que yo detrás de ella. Se hincó y me abrazó fuertemente como si quisiera protegerme de algún peligro…
Estas escenas se repitieron conforme pasaron los años. Yo vivía lleno de miedo. Supongo que mis hermanos y mi hermana también. La violencia era moneda corriente en mi familia. Cuando cumplí quince años, ya estaba en la preparatoria y un día que mi padre se puso violento otra vez y quiso pegarle a mi madre. Yo me le puse en frente, no permití que le pegara y llamé a la Policía. Se lo llevaron y lo metieron a la cárcel.
Esa noche, mi madre llorando, y muy acongojada, me pidió llevarle una cobija a mi padre para que no pasara frío. Recuerdo que me acompañó Félix, uno de mis amigos de la infancia que vivía en la misma vecindad.
Llegamos y le dije al policía si me dejaba entregarle la cobija a mi padre. Me dejaron pasar y, mi padre tras las rejas me miró enfurecido y me insultó como él sólo sabía hacerlo. Entre otras cosas, me dijo que primero lo había metido allí y que ahora estaba preocupado para que no pasara frío.
Me mandó a la Quinta de López Obrador con todo y la cobija y ahí voy de regreso a la casa. Mi mamá muy preocupada me preguntó por qué no le había dado la cobija. No sé qué le inventé pero no le dije lo que había pasado.
A la mañana siguiente, en la delegación, lo que ahora es el Museo de la Ciudad de Cuernavaca, le preguntaron a mi madre si iba a levantar cargos en contra de mi padre. Grande fue mi sorpresa cuando ella dijo que no.
La miré sorprendido sin entender por qué. Estaba muy enojado y le pregunté. Su respuesta fue: Dios me dio a este hombre como esposo y como padre de ustedes. No lo juzgues. Sólo entiende y obedece lo que te estoy diciendo…
Al paso del tiempo pude entender en realidad lo que le sucedía a mi madre. Esos eran tiempos de dependencia de la mujer. La mujer dependía del hombre. No tenía un trabajo del que pudiera obtener dinero. Aunque en el caso de mi madre, recuerdo que cada vez que nos salíamos de la casa, ella rentaba un cuartito y ponía un anafre y se ponía a vender pozole o antojitos. Mi madre siempre fue muy luchona y nos sacó adelante en la vida. Pero también decía que no quería que sus hijos no tuvieran un padre.
Ella había aprendido a ser sumisa, a ser obediente, no importaba si le pegaban o si el esposo tenía otras mujeres. La educación de la mujer era lamentable. Nunca le enseñaban a pensar en ella para realizarse. A ir a la escuela a prepararse. A tener un trabajo para ser independiente económicamente. ¿Para qué, si algún día se iba a casar y a depender de su marido? Porque él le daría todo. Absolutamente todo. Hasta golpes.
Los tiempos han cambiado, y, sin embargo, el machismo sigue existiendo en nuestra sociedad, al grado de que la violencia de género ha sobrepasado los límites hasta llegar a la muerte. Está bien que haya castigo para los hombres que ejercen violencia en contra de las mujeres pero considero que es tanto o más importante que la educación familiar esté enfocada a desarrollar el empoderamiento de la mujer y que las políticas públicas sean constantes. Las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud muestran que una de cada tres mujeres en el mundo que han tenido una relación de pareja han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su compañero en algún momento de su vida.
Recuerda amiga mía, quien te quiere dejará que elijas con libertad tu camino a la felicidad. Y para ser tú misma no aspires a ser la mujer que el hombre necesita.
Y por último, pero no por eso menos importante: si cuando estás con alguien lloras más veces de las que sonríes, es momento de alejarte. La vida es bella. Elige vivir bien. Vivir feliz. Vivir en paz y en armonía.
P.D. ¡Exigimos justicia para Lesley Aileen Alamilla Sosa!