“Todos los Estados bien gobernados y todos
los príncipes inteligentes han tenido cuidado de
no reducir a la nobleza a la desesperación,
ni al pueblo al descontento.”
-Nicolás Maquiavelo
Maquiavelo afirmaba que el gobernante tiene como misión la felicidad de sus súbditos y ésta sólo se puede conseguir con un Estado fuerte. Para conseguirlo tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la crueldad. La virtud fundamental es la prudencia, para la conveniencia del Estado. De igual manera sostenía que un buen político debe ser un gran estratega, perspicaz y astuto. Y que, por ende, un gran gobernante, utiliza la religión como institución que posee fuerza natural para garantizar la obediencia, el respeto, y la sumisión del pueblo no importando los medios para conseguirlos, por tanto, ya que las multitudes carecen de entendimiento humano, el poder del gobernante está sostenido por la gracia de Dios.
Aun cuando estos conceptos prevalecen, la dinámica social, su nombre lo dice, es cambiante. No podemos permanecer en un status quo. Por lo tanto, los conceptos que en algún momento eran aceptables, hoy ya no lo son. Y aquellos que se quedaron con ciertos conceptos, por ejemplo, los de izquierda o de derecha, quedaron obsoletos. Ni la izquierda ni la derecha han resultado buenos para nuestras sociedades. Después del capitalismo entramos al neoliberalismo, y nos damos cuenta que éste tampoco ha funcionado porque les da más privilegios a los que más tienen y hacen más pobres a los que ya estaban en esa condición.
Sin embargo, si analizamos el epígrafe de esta columna, plasmado en su obra “el príncipe”, escrito en el segundo semestre de 1513, hace quinientos seis años, sigue vigente en nuestros tiempos: Un buen gobernante no debe llevar al pueblo al descontento. La pregunta es si de verdad nuestros gobernantes han llevado a cabo dicho principio. La respuesta contundente es ¡NO!
Las luchas latinoamericanas siempre han sido sobre lo mismo: el avasallamiento de los privilegios de los ricos sobre las carencias de los pobres. Y no es necesario que los convenza. Ahí están los hechos. Lo último han sido las marchas en Chile. Un país hermano en el que sus ciudadanos tienen un sistema educativo que es privado y por el cual, muchos hombres y mujeres siguen, y seguirán endeudados por una gran parte de su vida, o, por ejemplo, la desaparición de las pensiones de los trabajadores. Decía uno de los manifestantes que “cuando llegas al final de la vida, y haces sumas y restas, te das cuenta que no tienes nada”.
Los ricos más ricos y los pobres más pobres. "Me gustaría yo poderles dar algo a mis hijos, a mis nietos, y no que ellos se tengan que preguntar si nosotros tenemos plata para pagar la luz o la comida". Decía una mujer a quien no le alcanza el dinero que recibe de pensión. ¿Dónde queda el derecho a la dignidad plasmada en nuestra constitución? Lo establece claramente el artículo 1 de nuestra carta magna. Artículo que además está mal redactado, pues de acuerdo a la M. D. Lucero Quintero quien, en un análisis sobre el artículo mencionado, nos dice que “solamente es posible derivar una relación entre la dignidad humana con la prohibición de todo tipo de discriminación. Sin embargo, eso no brinda una protección suficiente a la dignidad humana, porque únicamente alude a aquellas situaciones en que nos encontremos en presencia de un acto de discriminación. Tampoco se reconocen las diversas dimensiones de la dignidad, es decir las de valor intrínseco, experiencia psicoemocional y principio jurídico. La Constitución debe reconocer a la dignidad humana desde el enfoque del valor intrínseco, el cual emerge en favor del ser humano por el sólo hecho de existir y, por tanto, la dignidad debe ser respetada por el individuo y por sus congéneres. Además, se debería prohibir de manera expresa todo acto o disposición que atente contra la dignidad humana; lo cual implicaría poner en relieve la dignidad como uno de los principios de nuestro sistema jurídico y reconocer que ésta puede y debe ser materializada a través del respeto efectivo de los derechos humanos.”
En fin, el tema es extenso, y para no salirnos de la premisa esencial de esta columna, sugiero a los gobernantes en turno, y los que vengan, que no esperen al descontento generalizado. Que no se provoque al pueblo. Nosotros nos preguntamos lo mismo con nuestros derechos laborales. ¿Qué va a pasar con las nuevas generaciones ¿Se puede resolver desde ahora este descontento social futuro que estamos creando? Y a los provocadores los invito a que nos unamos para poder llevar a nuestras comunidades a una nueva cultura de respeto, de armonía y de concordia para no llegar al extremo como ha estado sucediendo últimamente con nuestros hermanos latinoamericanos.
En estos días aciagos, se vuelve a escuchar “el baile de los que sobran”, canción ochentera del grupo de rock chileno “los prisioneros”, y que usan como himno los manifestantes. Decía uno de ellos: Estamos en el 2019, y “los prisioneros” aún tienen razón.