“Un padre es alguien que te apoya cuando lloras,
que te regaña cuando rompes las reglas,
que brilla de orgullo cuando tienes éxito
y tiene fe en ti, aún cuando tú no lo hagas.”
Anónimo.
José Ingenieros decía que es hermoso que los padres lleguen a ser amigos de sus hijos, desvaneciéndoles todo temor, pero inspirándoles un gran respeto. Sin embargo, se ha criticado mucho a los padres actuales porque dicen que se han convertido en muy amigos de sus hijos. Tanto que éstos les han perdido el respeto. Sin embargo, creo, y como siempre he dicho: Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre.
La paternidad es el único título que recibes para luego comenzar a cursar la carrera. No nos enseñan a ser padres, y muchas veces, así como nos trataron, así queremos tratar a nuestros hijos, sin analizar nada, sólo seguimos el camino que nos enseñaron nuestros viejos. Y no siempre ese camino es el más adecuado.
Algunos de nosotros nos damos cuenta que el camino de nuestro padre no es el correcto. Vemos su comportamiento y nos cuestionamos el porqué del mismo. Sabemos que algo anda mal y sabemos que tenemos que romper el molde para seguir un camino diferente. Un camino que, suponemos, será mucho mejor. Es en esos momentos que se me viene a la mente una frase que leí hace muchos años: “el padre que le dice a su hijo: Ten cuidado por donde caminas. Y el hijo, le responde: Ten cuidado tú, padre. Recuerda que yo sigo tus pasos”.
La verdad es que no hay fórmula exacta para ser buenos, padres. Y tampoco la hay para ser buenos hijos. Lo único que nos queda es tratar de ser conscientes de nuestros actos. De ser, con nuestro comportamiento y actitudes la mejor versión de nosotros, porque las palabras pueden o no convencer, pero los hechos arrastran.
Miles de frases sobre los padres se han manifestado en la historia de la humanidad. Recojo las siguientes: Jean Jacques Rousseau afirmaba: “Un buen padre vale por cien maestros”. Esta es una de las frases que más me llegó en mi juventud y que he tratado de ponerla en práctica, aunque ahora sé que muchas veces me he equivocado; Michael Levine decía: “Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve a uno pianista”. ¡Más claro, ni el agua! No sólo es tener hijos, debemos prepararnos para ser un buen padre. O esta otra del escritor italiano León Battista Alberti: El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día. El mío fue un padre ausente, por eso siempre quise con mis hijos, en todo momento, estar presente. No sé para ellos, pero para mí esos instantes han sido de los más felices de mi vida. Espero que para ellos también.
Y como los hijos, todos, somos ingratos. Yo lo sé porque así me pasó, también hay frases para ello como este proverbio oriental: “Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos, y sabrás cuánto debes a tus padres”. Y así es. Les debo mucho a mis viejos.
En fin, podría escribir muchas cosas sobre la paternidad, pero en realidad, reconozco que, en mi caso, ha sido el mejor regalo que Dios me ha dado. Y también debo reconocer que he dado lo mejor de mí para ser un mejor padre. Bueno, eso creo, sin embargo, también sé, que, aunque he tratado de dar lo mejor, eso no siempre es suficiente para los hijos. Porque siempre habrá algo en lo que nos equivocamos. Ellos, los hijos, siempre querrán más. Pero no me preocupo tanto por eso, porque sé que, en el fondo, algún día ellos reconocerán y recordarán todos los momentos en que hubo una lección para aprender y lo felices que fuimos.
Mis padres eran de origen humilde, campesinos, y esta historia me hace recordar cuánto les debo, no sólo por darme la vida, sino por las grandes lecciones aprendidas.
Sentado a la entrada del granero, desgranaba mazorcas un campesino. Hasta ahí llegó su pequeño hijo y le pregunto´: ¿Tata, le ayudo? Sin levantar la vista el hombre contestó con otras preguntas. ¿Ya hizo la tarea? Sí, tata. ¿Metió los chivos? Sí, tata. ¿Recogió los huevos? Sí, tata. Salieron tres canastas. ¿Acarreó el agua? Sí, tata. Llené tres cubetas. ¿Le llevó la leña que corté a su mamá? -- “Sí, tata. Dos viajes en burro. Ándele pues, póngase a desgranar. Sentado y en silencio el niño comenzó a desgranar. Casi terminaban y el pequeño preguntó:
¿Tata, me da permiso de hablar con usted? Claro, m’ijo, ¿Pa’ qué soy bueno? El niño respondió con un dejo de tristeza. Es que mi amigo Remigio le regaló a su Tata una camisa bien bonita. ¿Ese que no les ayuda a sus papás? Sí, Tata, ése. ¿Y luego? Mi amigo Jacinto le regaló a su Tata un sombrero de piel negra. ¿El que no va a la escuela, o, mejor dicho, el que se va de “pinta”? Sí, Tata. Ese mero. Y así se siguió el niño hablando de lo que sus amigos les habían dado a sus papás.
Al final, el papá le preguntó: ¿Y pa’ qué me dice todo eso, m’ijo? Es que yo estuve juntando un dinerito pa’ darle un regalo, tata, pero al ir cruzando el puente, la bolsita donde llevaba el dinero se me cayó al río y, pos ya no le pude comprar nada.
Aquel hombre, de manos duras y piel bronceada, se quitó el sombrero y, rascándose la cabeza le dijo: Ay, hijo mío, despreocúpese. Los regalos no hablan, no obedecen, no ayudan, se desgastan y se tiran. Yo no soy su Tata porque usté me dé un regalo. ¡Para nada! Yo soy su tata porque lo tengo a usté. ¿Pa qué quero regalos? Yo le puedo asegurar que los tatas de sus amigos quisieran un hijo, así como usté, respetuoso, obediente, cariñoso. ¡Pero no lo tienen! ¡Lo tengo yo, y es mío! ¡Y no lo tengo por un día! ¡Lo tengo por muchos años! ¿Pa’ qué quero un regalo de un día si usté es mi mejor regalo? El niño comenzó a llorar y le dijo: Tata, gracias por ser mi tata. Y el padre le reviró diciendo: No, m’ijo. ¡Gracias a usté por ser m’ijo!