"Todos somos culpables,
pero si hubiera que repartir responsabilidades
las mayores caerían sobre las clases dirigentes”
René Gerónimo Favaloro
El sentimiento de culpa es algo que arrastré por mucho tiempo en mi vida. Fui educado, más bien entrenado, para sentirla y llevarla muy dentro de mi corazón. Cualquier cosa que hiciera tenía que pensarlo muy bien, porque de lo contrario, yo tendría la culpa de los resultados.
El sentimiento de culpa casi siempre va acompañado de ciertas emociones nada agradables como tristeza, angustia, frustración, impotencia o remordimiento, entre otras, y también de pensamientos reiterativos, nada productivos, por cierto.
La Real Academia Española de la Lengua define la culpa como: “imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta”; “hecho de ser causante de algo”.
En la psicología, se define como culpa a la acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.
En el caso de la religión, la culpa es el pecado o la transgresión voluntaria de la ley de Dios.
Jurídicamente, sólo mencionaré dos tipos, pues existen varias definiciones: en Derecho Civil, la culpa se refiere a la actitud de una persona que, por negligencia, imprudencia o mala voluntad no respeta sus compromisos contractuales o su deber de no causar daño alguno a otro; en el Derecho Penal hay elemento de culpabilidad de ciertas infracciones consistente a veces en una imprudencia, una impericia, una negligencia, una inobservancia de reglamentos.
La culpa está presente en nuestro día a día en cada acción o no acción que hagamos. Sin embargo, más que las cuestiones de tipo social, siempre me preguntaba por qué tenía sentimientos de culpa. Bueno, la historia nos dice que hace como unos cinco mil años atrás, en alguna región de Siria, Irak o Irán comenzaron a creer que todo lo que sucedía era por culpa suya. Creían que, si uno de los hijos había muerto, si la cosecha se echaba a perder o que si se inundaba su pueblo por las lluvias, no era por casualidad. Ellos pensaban que algo tendrían que haber hecho para merecerlo, y, a partir de ahí, todo cambió. Comenzó el concepto de “pecado”.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa… Jean Bottéro, el gran historiador francés, recalca que “la invención mesopotámica del pecado fue la forma de transferir la culpa del poder al impotente: eran los hombres —cada hombre— los que se equivocaban, los que causaban las desgracias y debían suponer cómo y por qué.”
Ya con el cristianismo hubo un avance, porque al establecerse un código de conducta, en cierto modo, la persona tenía cierta autonomía porque uno podía elegir cuándo rompía las reglas. Es decir, se castigaba a una persona por algo que sabía que debía o no debía hacer.
La culpa puede ser presente, por estar haciendo o no haciendo algo; puede ser pasada, por algo que hice o no hice; y también, puede ser futura: por algo que haré o no haré. El hecho es que la culpa siempre está junto a nosotros.
En el proceso de sentir culpa, es obvio que nos dejamos llevar por lo que se llama “conciencia moral”, que son las normas y valores que hemos aprendido desde la niñez, aquella que nos dicta lo que es bueno de lo que es malo. Sin embargo, aquí la pregunta sería si todo lo que aprendimos desde nuestra niñez realmente era bueno o malo. Sería bueno detenerse un momento y pensar, repensar y reflexionar el siguiente concepto: mientras más estrictas y rígidas hayan sido las normas aprendidas en la niñez, más frecuentemente aparecerá el sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa es muy destructivo, tanto, que no nos permite crecer como personas ni nos permite avanzar por los caminos de la vida, y, además lo cargamos siempre porque no nos permite perdonarnos. En psicología hay algunas claves que se usan para no sentirse culpable: una de ellas es: busca las causas de la culpa y actúa en consecuencia; dos, asume tu cuota de responsabilidad; tres, acepta el error y aprende de él; cuatro, habla de tus sentimientos; cinco, perdónate; y seis, busca ayuda psicológica. Y yo agregaría uno más: si estás convencido de que lo que haces, hiciste o vas a hacer no tiene nada de qué avergonzarte o una razón para sentirte culpable, debes enfrentarte y hacer a un lado ese sentimiento que cargas, para afirmar lo que decía Richard Bach: “gracias por tratar de hacerme sentir culpable, porque nunca más cambiaré de rumbo para complacer a otro.”