"…una máquina no puede sentir lo que está haciendo.
Solo sigue las instrucciones – nuestras instrucciones –
de los seres humanos".
Abhijit Naskar
Neurocientífico
En mi artículo pasado, mencioné que el término “inteligencia artificial” fue acuñado en 1956 por el informático John McCarthy en la Conferencia de Dartmouth. Sin embargo, también hay que reconocer a Alan Turing como parte de los precursores de la IA.
La historia de la IA se remonta a los años 50, cuando los primeros pioneros como Alan Turing y John McCarthy comenzaron a explorar la posibilidad de crear máquinas con la capacidad de pensar como los humanos. Turing planteó la “Prueba de Turing” como criterio para medir la inteligencia de una máquina. McCarthy organizó el “Taller de Dartmouth”, considerado el nacimiento oficial de la IA como campo de investigación.
En la década de los 60 los investigadores se centraron en desarrollar algoritmos que pudieran simular el razonamiento humano. El lenguaje de programación LISP fue creado con este propósito. El programa “ELIZA”, diseñado por Joseph Weizenbaum, sorprendió al público con su habilidad para simular conversaciones terapéuticas con los humanos.
En la década de los 70 la IA entró en una fase conocida como “invierno de la IA”. Sin embargo, esta época no fue decadente, fue, más bien, una oportunidad para replantear las estrategias y avanzar hacia nuevas direcciones. En la década de 1980, las técnicas de procesamiento de conocimiento y los sistemas expertos ganaron prominencia.
La década del 2000 presenció un resurgimiento de la IA gracias a los avances en el aprendizaje automático y las redes neuronales. Los algoritmos de aprendizaje profundo, como las redes neuronales convolucionales (CNN) y las redes neuronales recurrentes (RNN), revolucionaron la forma en que las máquinas procesan y comprenden datos visuales y secuenciales.
De ahí en adelante, la IA ha tenido avances exponenciales y aplicaciones muy amplias y avanzadas, de tal suerte que, para las generaciones actuales, la vida antes de la IA es inexistente. Y, obvio es, que nada de lo que existió anteriormente tiene sentido para las nuevas generaciones, como cuenta Hernán Casciari en su cuento titulado “el móvil de Hansel y Gretel”. Cedo la palabra a Hernán:
“Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: "No importa. Que lo llamen al papá por el móvil… Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura —toda ella, en general— si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años.
Justo es eso por lo que nuestros hijos, y menos nuestros nietos, no nos entienden. Justo es esto por lo que cuando les comento algo a mis hijos, bueno, eso ya pasó hace varios años, que googlean lo que les digo para comprobar que es verdad. Las nuevas generaciones ya no nos creen tan fácilmente. Y es que es tan fácil googlear o guglear que actualmente todo el mundo lo usa para la comprobación de algo. Y aquí hago un pequeño paréntesis. Hasta este momento, la Real Academia de la Lengua no acepta el término, pero lo reconoce y se encuentra en el “observatorio de palabras” de la misma institución. Pero estoy seguro, que, más tarde que temprano, la RAE acabará aceptándola. Por cierto, otra palabra de estos tiempos se encuentra en la misma posición que la anterior, y es: “whatsappear” o “guasapear”. Recuerden lo que pasó con “acceder” y “accesar”.
Me regreso. Las generaciones actuales tienen una visión de la vida muy diferente a la nuestra. Somos nosotros, los de las anteriores generaciones que nos debemos adaptar a las nuevas formas. Y es justo que la IA nos permite lo mejor de estos tiempos. Y la gran mayoría ya la usa. Para buscar direcciones o “ubicaciones”, para guglear temas de interés, para dictar mensajes en whatsapp o escribir documentos en la compu, para analizar patrones faciales o las huellas dactilares para acceder a las cuentas bancarias, entre otras. Los celulares actuales están llenos de herramientas de IA para facilitar la vida a los usuarios.
Por eso los llaman “smartphones”, “teléfonos inteligentes”, y que, algunos dicen hacen más tonta a la gente. En mi opinión, digo que nos facilitan muchas cosas, pero no podemos permitir que sustituyan las herramientas que, por naturaleza, los seres humanos tenemos. Una de ellas es nuestra capacidad de memorizar. Ahora todo se lo dejamos al “teléfono inteligente”, pero antes, teníamos en nuestra memoria los números telefónicos más importantes por cualquier emergencia que hubiera. Ahora es poco probable que los recordemos cuando sucede alguna contingencia. Esto significa que debemos aprovechar la tecnología actual, pero sin soslayar lo que nos corresponde como seres humanos.
Por eso creo que la IA nunca sustituirá a los seres humanos. Pero serán aquellas personas que estén a la vanguardia de estos conocimientos los que serán empleados para manejar las máquinas. Porque ellas, las máquinas sólo siguen, como dice el epígrafe de este artículo, nuestras instrucciones.