Aunque tienen razón los concesionarios del servicio de transporte público sin itinerario fijo (los taxis) en el sentido de que operar un vehículo de ese tipo tiene un costo que ellos deben asumir y obligaciones periódicas que asumen, lo cierto es que la mala calidad en la atención a sus usuarios los llevó a perder ante otro tipo de servicios que además es más barato.
Durante décadas, los taxistas de la entidad aplicaron sin miramientos sus condiciones a los usuarios y cobraron lo que querían, hasta que comenzó a haber más competencia cuando se liberaron miles de nuevas concesiones.
Aún así los pasajeros del taxi debían aceptar el pésimo servicio que se les brindaba.
La libre competencia ha hecho lo demás y hoy lo que llegó a ser un negocio muy redituable hoy languidece, pero fueron los que hoy se quejan quienes provocaron su propia caída.