NO sabemos cómo se llama. Algunos le dicen Lobo, por su propensión a aullar cada vez que está contento, y bajo ese nombre responde, aunque yo le digo por el nombre de pila de su raza, Pastor.
Fue cosa de varios meses hasta que venció su desconfianza. Para esto le tuve que aplicar los consejos que da el zorro al Principito en ese afamado libro de Antonio de Saint Exupery.
Poco a poco me le fui acercando y él a mi, hasta que por fin pude poner mi mano en su cabeza y acariciarlo un poco hasta que al poco tiempo ya jugaba conmigo y hoy cuando me ve en la calle me acompaña y me cuida.
Pero ahora hay un problema.
Está tan feliz de sentirse querido en la casa de ustedes, que cuando alguien de la familia se encuentra a ese perro en la calle de inmediato le regala no sólo su compañía, sino su protección, total y a prueba de balas: nadie, persona, perro o vehículo, se nos puede acercar, porque de inmediato les ladra y hace como que ataca. Aunque jamás ha realizado semejante acción, su tamaño y su aspecto producen desconfianza.
Hoy, cuando vemos que se nos acerca nos tenemos que esconder, porque nos avergüenza que sea tan encimoso y tan dado a ladrar a los demás cuando está con nosotros. Y todo porque ve que le representamos comida segura.
Se los platico porque no soy el único que tiene ese problema. El martes y el miércoles comprobé que no sólo el pastor es capaz de hacer cualquier cosa que nadie le pida con tal de asegurar la comida, y esmerarse en complacer a sus amos aunque al final también los avergüencen.