A pesar del subsidio que reciben quienes disponen de un local en esos centros, ya no se repercute ninguna ganancia a favor del consumidor, pues todo es para el ganador, en este caso el comerciante.
Más allá de que las compras masivas permiten a los supermercados dar mejores precios, quienes venden en un mercado público pagan una cantidad ridícula por el uso de su espacio, muy poco o nada por la electricidad y nada les cuesta el agua y otros servicios que un comerciante normal debe cubrir.
Por supuesto, quienes recibieron este tipo de beneficios hace tiempo que perdieron la perspectiva y no saben a qué se debe.
Eso los ha derrotado, pues hoy tienen los mismos precios que sus competidores que sí pagan renta y otros conceptos y a pesar de todo salen adelante porque ellos sí son eficientes.
Los locatarios de mercados, al igual que los concesionarios del transporte público, son privilegiados por el Estado con la finalidad de que a su vez beneficien a los ciudadanos, aunque sea poquito, pero ya nadie se acuerda del concepto original.
Irónicamente, eso ha propiciado su propia derrota.
Las condiciones tan difíciles que vivimos hoy hacen propicio un cambio de mentalidad, a menos que, al igual que los concesionarios d erutas y taxis, consideren que es una obligación del gobierno mantenerlos.