No soy tan optimista como para pensar que habrá mejoras visibles en México luego de ese inusual encuentro en el histórico Castillo de Chapultepec. Sin embargo, el simple hecho de que el encuentro ocurrió me dice que hay esperanza, que las cosas pueden cambiar.
No me sorprendió la defensa terca que de sus acciones hizo Felipe Calderón Hinojosa, porque él no conoce de cerca la realidad del país. Pero si me sorprendió el valor de quienes tuvieron la oportunidad de hablar sobre sus desgracias y la forma en que las enfrentan.
La presión social les permitió estar allí sin ser futbolistas famosos, o empresarios extranjeros destacados, o conductores de programas sangrones de televisión.
Llegaron en su condición de ciudadanos y como tal fueron escuchados.
Eso no fue una graciosa concesión, una dádiva, de la autoridad. Fue producto de la presión social.
Ignoro que cosas habrán cambiado en tres meses, pero sé que –como ya dije- hay esperanzas de vivir en un país mejor.
Claro, para que eso ocurra todos debemos participar, aportar nuestro granito de arena.
Por supuesto, lamento profundamente que para que lo de ayer ocurriera Javier Sicilia y tantos más pagaran un precio terrible, que nunca les será resarcido.