Pero Pingo piensa que es de Cabral, a quien le llora -casi aulla- pero no lo hace para no perder la compostura, aunque le cuesta cada vez más trabajo.
Dice que esa canción en lo personal (Callejero) le recuerda a un amigo que desapareció el año pasado, envenenado por una mano cruel.
La canción habla de un perro que “era callejero por derecho propio/su filosofía de la libertad/fue ganar la suya, sin atar a otros/y sobre los otros no pasar jamás/.
El texto sigue: Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño/ que condicionara su razón de ser./ Libre como el viento era nuestro perro,/ nuestro y de la calle que lo vio nacer./
Era un callejero con el sol a cuestas,/ fiel a su destino y a su parecer;/ sin tener horario para hacer la siesta/ ni rendirle cuentas al amanecer.
Desde que supo que mataron al artista argentino el sábado a la hora en que casi salía casi de Guatemala –para entrar en guatepeor- Pingo ha sido víctima de la tristeza porque le recuerda que precisamente fue una mano humana la que acabó con la vida del Negro, un enorme y precioso perro, negro como la noche, callejero como él sólo, que de repente decidió adoptar a todos los vecinos de la calle donde se ubica la casa de usted e hizo propia la letra de la canción antes citada.
Y dice el Pingo que fueron manos humanas las que le quitaron la vida al argentino, como lo fueron las que envenenaron al Negro, y se pregunta por qué los humanos somos así.
No sé que responderle, no tengo palabras, ni siquiera para decirle que Facundo Cabral no escribió esa canción, sino muchas otras, entre las que se encuentra “no soy de aquí, ni soy de allá”. Pero no la de “Callejero”.
Prefiero dejarlo con su dolor, con su música, con todo aquello que seguramente le haré decir cosas peores de nosotros, los humanos, que a veces de eso no tenemos nada.