Me refiero al sobreprecio de la obra pública, que sale carísima desde que Sergio Estrada Cajigal “modernizara” el sistema, con la “asesoría” de Noé Sánchez Cruz y Javier Bolaños Aguilar.
Hasta la obra más insignificante vale millones, empezando por las carreteras. Si sumamos la combinación de elevado (elevadísimo) gasto corriente y obras infladas, pues el dinero no alcanza para casi nada.
Sin embargo, lo que llaman el diezmo, el pago del diez por ciento de la obra asignada como beneficio para el funcionario que decide, es otro pesado fardo sobre la espalda de los ciudadanos.
La gallina de los huevos de oro, el dinero público, ya no puede más. Inflarla artificialmente (a la gallina) con endeudamiento sólo complica el futuro a corto plazo, no se diga en la lejanía.
Los que pueden cambiar ese estado de cosas no tienen interés, porque se verían perjudicados. Pero lo tienen que hacer. A las buenas o a las malas.