Y pues el astuto y sagaz animal, que tiene fijación por estudiar a los políticos, dice que nunca como en este momento había encontrado una mayor carencia de principios y lealtades (y eso que ya ha estudiado las dos elecciones anteriores) porque asegura que lo que antes era una excepción con orígenes bien precisos hoy es la regla.
El Pingo se refería a los políticos que se postulan por cualquier partido que los tome en cuenta, sin tomar en consideración las siglas en las que alguna vez militaron o aún militan.
Anteriormente, priistas resentidos porque no les tocaba candidatura aceptaron los ofrecimientos de la oposición y se llevaban a lo que genéricamente se le conoce como “su equipo de trabajo”.
Pero en esos casos eran bajo condiciones bien determinadas y quienes se cambiaban de camiseta y perdían se arriesgaban a ser mal vistos e ignorados cuando pretendían regresar al terruño.
Hoy ya no tienen miedo a nada, porque en los partidos políticos carecen de principios morales, aunque tengan reglas claras al respecto. Lo que les importa a los políticos es ganar un cargo y lo demás es lo de manos.
Ni las da pena demostrar que no tienen fidelidad por nada, ni respeto a sus correligionarios.
Dice el Pingo que en lo personal le asquean esas conductas, pero que nada puede hacer –por supuesto, ni siquiera tiene credencial de elector- para cambiar una situación tan, asegura, deprimente.
Sin embargo, dice que incursionó –por enésima vez- en esta columna precisamente para decirlo y no quedarse callado, porque en su especie la fidelidad y la amistad son valores sagrados, que no se traicionan pase lo que pase y no entiende porque, si nosotros somos los “racionales”, ni siquiera podemos exigir nuestros congéneres que cumplan con algo tan básico.
Su servidor, siempre molesto cuando llega el metiche del Pingo, hoy no puede más que reconocer que sobre lo que dijo tiene mucha, pero mucha razón.