Él insiste en lo de la castración porque, contrario a lo que ayer comentaba, no ha encontrado un método disuasorio.
Al respecto señaló: “Los servidores públicos son ahora sinónimo de abusivos, rateros y chantajistas, porque no se conforman con lo que se asigna a manos llenas, sino que buscan más por todos los mecanismos legales y también con los ilegales, mientras mis conciudadanos –Pingo se considera ciudadano de pleno derecho, aunque no tiene credencial de elector-- se truenan los dedos para cumplir con sus obligaciones domésticas. No es posible. ¡Castración! ¡Castración!”.
Como pueden leer, ir a las marchas de Javier Sicilia no le ha enseñado a Pingo moderación, sino al contrario. Incluso él critica que quien encabeza uno de los movimientos civiles más importantes de la historia moderna de México dé besos a sus contrarios.
El animalito se da el lujo de aconsejar a Sicilia a quien propone que con esa confianza que tienen en él los políticos, ahora se les acerque y pase a una nueva fase en la que en lugar de beso les dé mordidas, ya sea –dice- en el cachete o en las orejas, de preferencia para arrancarles un cacho.
Todas esas palabras me preocupan porque cuando empezó a aparecer en esta columna el Pingo era pacifista, se dedicaba a contemplar y a filosofar y, en suma, no tenía desarrollado su perfil agresivo.
Supongo que de ese tamaño es su preocupación por la forma en que los políticos de todos colores y sabores nos saquean mientras nosotros aplaudimos.