Dice que efectivamente a nivel individual y en algunos casos en el trabajo colectivo varios mexicanos (decenas en realidad) han superado sus esfuerzos anteriores y han obtenido notables lugares (magníficos triunfos incluidos) pero eso en principio no ha sido producto del trabajo gubernamental (el extremo es la selección de basquetbol femenil, improvisada al cuarto para las doce pero que logró la medalla de oro) sino del ansia de triunfo de los atletas, aunque hoy el gobierno federal se cuelgue todas las medallas.
Pero eso no es lo grave, señala el astuto Pingo, sino que a los mexicanos no nos digan que esa “lluvia de oro, plata y bronce” apenas nos alcanza para ser el cuarto lugar en el cuadro de medallas. Esa afirmación me hizo buscar el dato exacto y vi que ayer a las ocho de la mañana, cuando esto se escribió, Estados Unidos llevaba el primer lugar con 92 medallas de oro y 232 en total. Luego, Cuba, con 57 de oro y 132 en total. Brasil era tercero con 46 de oro y una suma de 139 metales. Detrás de ellos sigue México, con 42 del metal dorado y 132 en total.
Dice el Pingo, duro y sádico como se ha vuelto últimamente, que las grandes hazañas (a nivel individual y de equipo sí lo son, reconoce) no alcanzan para ganarle a un país chiquito, con la décima parte de la población mexicana y, aparte, totalmente empobrecido desde hace lustros.
Agrega el canijo perro que todos aquellos deportistas que se superaron y obtuvieron el triunfo deben ser motivo de inspiración para niños y jóvenes, pero hasta allí.
Y reiteró que prefiere estar en la calle antes que quedarse a escuchar en la televisión todas las loas que los gobernantes se dan como artífices de una gloria que en perspectiva no lo es, sino apenas una recuperación de lo mucho que habían hecho descender al deporte nacional, como lo hicieron con el empleo, el ahorro, la producción agrícola e industrial, etc, etc.
Dice que ojalá y eso conceptos también repuntáramos en el medallero, pero asegura que no lo cree, que por eso tanta promoción, tanto circo.
Y luego de decir eso, se largó a la calle sin cerrar siquiera la puerta, con la seguridad de quien tiene la razón.