Sin embargo, ni usted ni yo les creemos cuando dicen lo que dicen. Sin embargo, los mecanismos que ellos mismos (los políticos) han creado para no rendir cuentas a nadie los hacen seguir igual, sin cambios, sin rubor, sin vergüenza.
La educación pública, el pilar del desarrollo de cualquier país, recibe cada vez menos recursos económicos, pero los políticos dicen que se le apoya más que nunca.
El endeudamiento a todos los niveles se mantiene imparable, aunque al final alguien pagará los platos rotos.
El transporte público es un desastre, pero el encargado de regular el área dice que la culpa es de los chaparros, que por su misma estatura se dejan atropellar.
Por menos de eso en un país civilizado ya lo habrían corrido, pero no estamos en un país civilizado, ni democrático.
Pero no todo es desesperanza, siempre que da un camino. En este caso es el de la politización de los ciudadanos, hoy sólo utilizados como carne de cañón cada tres años y nunca más tomados en cuenta hasta que haya comicios de nuevo.
Hoy los ciudadanos, mis compatriotas, viven la fantasía que les venden las empresas de televisión abierta. No tienen idea de cómo funciona el mundo que les rodea.
Se saben todos los chismes de los programas presuntamente noticiosos, que en realidad difunden anuncios disfrazados de noticias.
La esperanza está en superar ese estancamiento, informarse y de allí en adelante tomar decisiones.
Y claro, no cae a nadie leer la Constitución, que a pesar de sus parches, aún es la fuente de la que emanan las instituciones mexicanas que han sobrevivido a esta plaga que nos gobierna.